“Esto puede matarme. Nada en este servicio era tan peligroso para mí”

En medio de la incertidumbre y tristeza que el coronavirus ha generado en Cuba, la historia de Adelante sobre los paramédicos camagüeyanos sensibiliza con el personal de la salud, que padece como todos en la isla y para colmo son culpados ante cualquier eventualidad, muchas veces sin razón
Reinier y Yorseny. Foto: Leandro Pérez/Adelante
 

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El coronavirus ha traído una gran incertidumbre y escenas de suma tristeza. Sin embargo, a la vez, también nos permite conocer historias únicas de lucha personal contra la COVID-19 y de aquellos que representan el principal escudo de la humanidad contra el agente extraño que la causa, el personal de la salud.

Sobre el coronavirus en Cuba hemos leído mucho de negligencias médicas, escasez de alimentos e insumos para la mantención de una adecuada higiene, y de malas condiciones de hospitales y centros de aislamiento. Pero atravesado por todo eso también destacan historias de mujeres y hombres que pasan por encima de todas las adversidades o, conviviendo con ellas y sufriéndolas, se entregan para ayudar a otros y contribuir a vencer el virus.

Enfermeros, doctores y ambulancieros en toda Cuba están librando la batalla contra el coronavirus, razón por la cual duele ver que algunos les culpen de supuestas irresponsabilidades en la transmisión de la enfermedad, como en el hospital Faustino Pérez de Matanzas, donde la culpabilidad del foco de contagios algunos sostienen que no recae en los médicos, sino en los encargados de haberlos provisto con los materiales de protección adecuados.

 

 

Muestra de esa lucha continua, digna de admiración y agradecimiento por parte de todos, es la historia de los paramédicos que trabajan en las ambulancias 6005 y 6007, las destinadas a la transportación de pacientes sospechosos de coronavirus en la capital provincial de Camagüey.

Una de ellas, conocida como la “seño”, Adisley Rodríguez, el 23 de marzo viajó desde Nicaragua, en Jimaguayú, hasta el lugar que acoge a los que trabajan en las ambulancias, aislados de otros para evitar contagios. Atrás dejó a sus hijas y algo siempre ha tenido claro: “Esto puede matarme. Nada de lo que he vivido en mis 15 años en este servicio era tan peligroso para mí, porque este coronavirus no perdona y puedo contagiar a mis compañeros si no trabajo según lo indicado”. 

Así lo manifestó al diario Adelante, periódico camagüeyano que recoge sus vivencias, así como la de sus compañeros de profesión Reinier, Yorseny, Ángel, Isaura y Mariela.

 

 

Según Adisley, sus niñas sufren todo lo que está pasando, pero saben su mamá es muy valiente y entregada a su trabajo, y que hay personas que la necesitan. “Yo les explico que este riesgo es parte de mi profesión, que me siento realizada siendo enfermera de urgencias porque casi todas las personas que atiendo están entre la vida y la muerte y en ese momento somos todo lo que tienen”.

Reinier Sánchez y Yorseny Hernández hacen dupla en una de las dos ambulancias destinadas en el municipio Camagüey a transportar casos sospechosos de COVID-19. Fueron los encargados de transportar el 15 de marzo a un sospechoso en el policlínico Julio Antonio Mella, que resultó ser el primer caso confirmado de la ciudad.

Ese día estaban de guardia y los llamaron con urgencia porque “lo que describía la boleta tenía todo para ser el primer positivo. Nosotros íbamos asustados, pero en el camino pensamos que peor debía sentirse el hombre que trasladaríamos y nos llamamos a la calma”, recordó Yorseny, quien, aunque ya lleva varios años como Licenciado en enfermería, comenzó a trabajar en el SIUM hace apenas tres meses, señala la historia de Adelante.

“Casualmente también tuvimos la oportunidad de llevarlo hasta su casa cuando le dieron el alta. Esa es la tarea más linda: llevar a los que se recuperan te llena de energías. Por lo menos llego con algo bueno que contarle a mi mujer y mis dos hijos”, reconoció Reinier, que a diferencia de su compañero tiene a quien contar todo cada día al llegar a casa.

Yorseny prefirió mandar a sus tres hijos a otro hogar mientras la situación no mejore, porque le preocupaba enormemente estar bajo el mismo techo que sus seres queridos y contagiarlos.

 

Otra dupla dedicada exclusivamente al traslado de pacientes con la enfermedad pandémica es la de Ángel e Isaura. El primero contó al citado medio oficialista que “aunque el encargo es peligroso”, su familia “siempre” le apoyó. “En cada regreso ellos comprueban paso a paso mi ritual de seguridad antes de darme un abrazo. Ni siquiera imaginan que antes de volver lo hago todo dos veces, para asegurar”.

En cuanto a Isaura, confesó que su mamá la llama mucho cada día, abrumada por la preocupación. “Yo le digo que me deje trabajar, pero cada llamada suya me hace sentir protegida”, comentó, haciendo ver cómo, aunque sea su trabajo, detrás de cada uno de ellos hay también una familia que sufre, se preocupa y padece lo mismo que cualquier otra.

Ángel explicó que la preocupación y el temor nunca desaparecen. Sin embargo, “con el paso de los días confirmamos que, si se toman todas las medidas, el riesgo de contagio es casi nulo. Ese miedo nos hace actuar con precaución, por eso aplicamos la desinfección correctamente y tratamos a todos los pacientes como positivos”.

“Hemos transportado personas muy nerviosas o intranquilas, preocupados por sus familiares y otras con mucha falta de aire. En esos casos corresponde primero tratar de comunicarles confianza y tranquilidad para que nos permitan atenderlos con éxito”, detalló Isaura sobre el día a día que como ambulancieros enfrentan en estos tiempos de pandemia.

 

 

El caso de Mariela es uno de los que mejor expone la naturaleza humana y cómo puede resultar contradictorio combinarla con los deberes éticos y profesionales del personal de la salud. Según reconoció, cuando hicieron el primer llamado para la delicada tarea decidió mantenerse al margen por “instinto maternal”. Sin embargo, su responsabilidad y compromiso fueron ganando terreno, hasta llevarla al frente de lucha contra la epidemia. 

“Cuando empecé a ver los primeros casos de niños contagiados decidí incorporarme. Mis compañeros me apoyaron esa decisión y me ayudan a trabajar segura. Hay mucha gente que necesita de mí y mi Norlis Fabián, con seis años, ya lo entiende”, aseguró Mariela.

Según detalla Adelante, de crearse una brecha en las medidas preventivas durante el actuar de estos paramédicos, tienen la obligación de informarla inmediatamente para ser aislados. Afortunadamente, ello no ha ocurrido aún en la central provincia, lo que permite que podamos disfrutar esta historia como una resplandeciente luz en medio de la oscuridad e incertidumbre que tantas anécdotas negativas han generado.

 

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