Tiene 26 años, pero su cumpleaños 27 lo celebrará en aislamiento. Este joven matancero no preguntó cómo, sino cuándo debía incorporarse como voluntario en el centro de aislamiento para personas con sospecha de COVID-19 que crearon en los primeros días de abril en la Universidad de Matanzas.
“Desde que dieron la información de que se suspendían las clases yo me encontraba en la residencia para profesores, de la que me sacaron porque iba a cerrar la Universidad. En ese momento yo me ofrecí a quedarme trabajando, haciendo pesquisa o cualquier otra cosa que hiciera falta porque yo sabía que en estos momentos cualquier ayuda sería poca”, cuenta a ADN Cuba Roberto Bueno, profesor de Física de la Universidad Camilo Cienfuegos.
“Mi jefe me dijo que no, que aún no era necesario, que lo que me tocaba era quedarme en mi casa, y desde ahí ayudar. Pero no había pasado ni una semana de estar en casa cuando la vicerrectora primera me localiza para cumplir con la tarea de ser personal de apoyo para un centro de aislamiento que se iba a abrir en la Universidad de Matanzas. Mi respuesta fue consecuente porque ya con anterioridad me había brindado”.
Desde el 1 de abril Roberto comienza a trabajar en el centro de aislamiento. “Sentí que era lo que me tocaba hacer en ese momento y ahí estuve durante 14 días”.
Era la primera vez que se abría un centro de este tipo en Matanzas, por lo que ocurrieron muchas situaciones. Al principio no estaban creadas todas las condiciones, el edificio en el que trabajaba este joven tenía problemas, como tienen la mayoría de las residencias estudiantiles del país. Había tupiciones, falta de agua y carencia de insumos como el detergente líquido.
Para realizar este artículo estuvimos llamando por varios días a Roberto, queríamos saber cómo vivía esta experiencia. La mayoría de las veces no podíamos comunicar porque no tenía tiempo en todo el día para contestar el teléfono. Algunas veces nos preocupábamos, pero después recibíamos un mensaje con palabras alentadoras.
“Los días pasaron y recuerdo muchas anécdotas y experiencias; había personas muy mayores, niños de meses, y después de todo uno le coge cariño a los pacientes que atiende. Tuvimos casos positivos que tuvieron que ser trasladados para el hospital. Hubo personas irresponsables que se fugaron y tuvimos que acudir a la policía para retornarlos al centro de aislamiento”.
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Roberto es el orgullo de su familia, en la que nadie es médico, en la que nadie ha tenido que estar vinculado de forma directa con este mal que ha cobrado la vida a miles de personas. Y aunque él no lo dijo a toda voz, sabemos que nadie quiere que sus seres queridos estén expuestos en la primera línea luchando contra la pandemia. Por eso su misión como voluntario es aplaudida doblemente.
El día 15 de abril terminó su primer período de voluntariado, pero comenzaba entonces su aislamiento.
“Cuando relevaron a mi grupo nos fuimos nosotros a otro centro de aislamiento donde debíamos permanecer por 14 días. Estuvimos en el ENCI, por la zona industrial en Versalles. Ahí estuvimos con muy buenas condiciones. Tuve que estar los 14 días exactos, mi prueba PCR me la hicieron un martes y el resultado no estuvo hasta el domingo, fueron cinco días de agonía porque normalmente en 48 horas salen las pruebas, pero me tocó esperar cinco días por el resultado.
Mis otros compañeros si obtuvieron los resultados a las 48 horas y se fueron a sus hogares, prácticamente me quedé solo a esperar los resultados. Cuando obtuve la respuesta me llevaron hasta mi casa y ahí por voluntad propia hice otro período de aislamiento, una especie de cuarentena parcial para proteger a los miembros de mi familia. Estuve una semana sin salir de mi cuarto, porque en los cinco días de espera en el centro de aislamiento no sé qué me pudo haber pasado”.
El motivo fundamental por el que Roberto se aisló en su casa fue porque del personal de salud que estuvo trabajando con su grupo, dos enfermeras dieron positivo. “Al final a uno le cae la duda si lo pudo haber cogido o no. Aunque mi PCR dio negativo estuve varios días después de que me hicieron la prueba esperando y en ese período conviví con ellos”.
Hacer algo así se llama conciencia, saber a qué se está enfrentando. Tal vez ese detalle es el que ha marcado la diferencia entre otros irresponsables, que no solo se han contagiado, sino que han contagiado a los demás.
Segundo llamado y otro sí por respuesta
No habían pasado ni dos semanas de haber estado en casa cuando su teléfono volvió a sonar. Otra vez llamaron a Roberto para exponerse al COVID-19.
“Habían abierto otro edificio en el centro de aislamiento y necesitaban a más personas para trabajar pues el número de ingresados había aumentado. No todos los que fueron en la primera etapa estuvieron dispuestos a volver, pero yo sí”.
Cuando Roberto llegó de nuevo a la Universidad notó algunos cambios respecto a su experiencia anterior, cambios para bien. Ahora había más empresas vinculadas al centro que le brindan una serie de servicios facilitando las condiciones de trabajo, y todos los procesos asociados a la atención de los pacientes.
Se crearon las condiciones de reestructurar un centro escolar en un centro donde se pudieran atender con mejores condiciones a los ingresados, similar a lo que se realiza en un hospital. No pasaba así en los primeros días, cuando abundaron denuncias en redes sociales sobre las malas condiciones de los centros de aislamiento. Denuncias que incluso persisten hoy, con imágenes impactantes de la mala calidad de la alimentación y las camas destinadas para que los sospechosos de tener COVID o los obligados a aislarse duerman por 14 días.
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“Ahora contamos con servicio de mensajeros, choferes de turno que laboran dentro de la propia universidad transportando al personal y los alimentos de un edificio a otro”.
“En un primer momento atendimos a pacientes asintomáticos, que eran contactos de otros que habían dado positivo, pero ahora todos los pacientes tienen síntomas respiratorios: tos, falta de aire, fiebre, eso ha hecho reforzar las medidas de protección de los que estamos trabajando. Ahora usamos pantalla, guantes, bata, botas de goma, y bueno, las mascarillas que desde el primer día han sido de uso obligatorio”.
Al término de este artículo Roberto se encontraba en su segundo aislamiento, ahora en la base del campismo Paso al Medio, en las afueras de la ciudad de Matanzas. Y aunque los números de contagios en Cuba cada día disminuyen, aún quedan muchas personas en aislamiento. Quién sabe si habrá un tercer llamado, al que seguro volverá a decir que sí este voluntario que merece todos los aplausos del mundo.
Gente como él hacen que la escasez y la crisis económica crónicas de Cuba sean más llevaderas incluso en tiempos de pandemia, así como que se mantenga la fe en un mejor futuro. Recursos y calidad humana hay, falta el cambio político que permita que estas actitudes sean las que más motiven conversaciones entre los cubanos y no el cuánto se sufrió para sobrevivir a tal o más cual período, con coronavirus o sin él.