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En carne propia II: La conjura

Cada vez que los dirigentes del país pedían al pueblo nuevos sacrificios Jorgito pensaba que invitaban a matar otras vacas

Actualizado: Thu, 12/15/2022 - 14:24

En el capítulo anterior asistimos a la ilusión mancomunada de Jorgito León y su abuelo. Si supiéramos qué es una ilusión mancomunada le escribiríamos los discursos a Díaz-Canel. De modo que esta segunda parte comienza así:

Por fin un día, bajo la cama del viejo, Jorgito y su abuelo tuvieron el premio esperado, por el que habían trabajado en secreto con tanto tesón: un pequeño corral con una vaca Cebú, viva y joven, dispuesta a sobrevivir en la sombra. Se decidieron por esa raza porque la Holstein llevaba hache y uno no siempre lo escribe bien.

Cada vez que los dirigentes del país pedían al pueblo nuevos sacrificios Jorgito pensaba que invitaban a matar otras vacas. Por eso ya no hay, le dijo a su abuelo con los ojos muy abiertos de asombro, después de haber acumulado bajo su cama suficiente hierba de Guinea como para alimentar a los bisontes del estado de Utah.

El muchacho había leído una noticia que informaba que, “ante la escasez de alimentos para los animales en Cuba, en especial para las reses, la Universidad de Holguín había recibido el encargo gubernamental de recuperar la producción de preparados a base de paja y miel de caña para la alimentación del ganado. El preparado de paja y miel es conocido como pajumel”. Pero el viejo lo convenció de que la miel era difícil de conseguir y le quitó de la cabeza la idea de la paja, porque a su edad resultaría dañina. Tal vez por la coriza.

Pero abuelo y nieto chocaron con otro escollo: el modo de desarrollar su sueño. ¿Bastaba criar solamente una vaca debajo de la cama o era necesario construir una vaquería cumpliendo todo lo que la ley estipulaba, como eso de la obligación de destinar tierra para cultivar “semillas certificadas y forraje”? ¿Y qué era aquello de las Pymes o Minipymes? ¿Sería, como pensaba el abuelo, cosa de pipis y micropipis?

Ilustración de Tejuca
Ilustración de Armando Tejuca/ ADN Cuba

Se atrevieron, al final de todo, porque el abuelo no estaba en sus cabales, y porque creía haber escuchado recientemente en la televisión esta frase: “Bajo ninguna circunstancia puede el Partido estar al margen de la sociedad”. Así que, si aquellos viejos sinvergüenzas no estaban al margen, él tampoco lo haría. También estaba seguro de haber oído este acertijo “de un accionar revolucionario que cambie todo lo que no funcione en la sociedad y deba ser cambiado”.

Jorgito iba a preguntar qué significaba la frase, pero el abuelo lo tranquilizó diciéndole que la vaca se iba a divertir mucho y esas cosas harían que no saliera de debajo de la cama. Que no asomara un tarro siquiera.

El nieto quiso que el viejo le explicara estas otras palabras que había visto en una revista de afuera: “¿Cuánta carne de res come un cubano de a pie? El consumo per cápita de carne vacuna en Cuba es mucho más bajo que el de Haití, y probablemente inferior al de Gambia, el más bajo de África”.

Entonces el abuelo estuvo casi dos semanas sin hablar y sin apenas levantar los ojos del piso, y nadie sabía si era por hambre o por pena. Al ver a su abuelo así, Jorgito tampoco habló, por solidaridad.

Esa era la clave del éxito: el secreto y el silencio. Lo del secreto, era fácil, pero ya hacer que la vaca no emitiera ningún ruido iba a resultar más difícil. Cuando llevaron una madrugada a Mima, como la llamaron, aunque el abuelo también solía referirse a ella como Ubre Negra, nadie se enteró. Y los primeros meses, siendo todavía una tierna ternera, es decir, una tiernera, el abuelo achacaba los mugidos a Socorro, su mujer, que estaba muy gruesa y tenía problemas de respiración. Pero más tarde tuvo que buscar otra solución y ahí intervino aquel amigo veterinario que les operó las cuerdas vocales a los cerdos de media Habana durante el Período Especial para que los pudieran criar en las bañeras.

Al principio, el nieto se opuso a que le arrancaran la voz a su querida ternerita. Estaban desarrollando una relación hermosa bajo el colchón chirriante de la cama del abuelo. Jorgito pasaba horas escondido allí, entre la hierba, unas veces abrazando a Mima y otras acariciándola en silencio. Cuando la veía inquieta hacía que se durmiera. Descubrió un método infalible: para que la ternerita cerrara los ojos le hablaba de los logros de la Revolución Cubana y el animal caía en un sopor profundo. Iba a ponerle el audio de los discursos de Fidel Castro, pero el abuelo, sabio a veces, le explicó que eso era maltrato animal.

Todo iba más o menos bien hasta que aparecieron los primeros funcionarios. Primero los de acopio y luego los de la ANAP y del Ministerio de la Agricultura, acompañados por dos seborucos de la Policía Nacional Revolucionaria que comenzaron a investigar de dónde sacaban Jorgito y su abuelo la hierba para la ternera, que estaba a punto de convertirse en vaca. El chivatazo lo había dado el perro del vecino, informante del Minint, que ganó con ello un paquete de huesos congelados. A partir de ahí todo se fue poniendo difícil y amargo. No pasaba día en que no se dejara caer bajo la cama un inspector, con cualquier pretexto, intentando poner multas hasta por el color del pasto, aunque lo peor fueron las delegaciones, las nacionales y las extranjeras.

Hasta que al fin fue aprobada por la Asamblea Nacional del Poder Popular la Ley de Fomento y Desarrollo de la Ganadería, que según la prensa partidista “resulta fundamental para el logro de la soberanía alimentaria y seguridad alimentaria y nutricional”. Cuando el abuelo le leyó esa noticia a Mima, la vaquita se durmió de inmediato. Pero abrió los ojos espantada cuando escuchó la otra nueva: “El ministro Pérez Brito explicó que la norma establece el régimen jurídico general para el fomento y desarrollo sostenible de la ganadería, sus principios, las responsabilidades, derechos y obligaciones de los sujetos que participan en la gestión integral de esta, así como lo relativo a los registros públicos de la ganadería, el patrimonio genético y la inspección pecuaria”.

Todos adivinaron lo que les venía encima. Ya olían en el aire un nuevo y prolongado tiempo de hambre y penuria. No en balde aquel ministro que, como todos, parecía haber sido alumno de Cantinflas, había terminado con otra incógnita: “Pérez Brito también destacó que la nueva ley prevé el tránsito paulatino de las formas convencionales de producción ganadera sostenible, que permita contrarrestar los impactos del cambio climático”. Ese fue el momento exacto en el que la vaca empezó a pasar hambre.

Lo peor fue cuando avisaron que vendría a verla el mismo José Ramón Machado Ventura, a quien habían puesto a inspeccionar la ganadería y la agricultura, cuando jamás había sembrado nada en una maceta o criado un gato. Hubo un revuelo en esas primeras horas, pero tranquilidad bajo la cama, hasta que el abuelo y el nieto descubrieron la verdadera y dolorosa razón de tanta quietud: Mima se había ido de debajo del sitio y del país. Había dejado una nota de cariño para Jorgito y el viejo donde decía que viviría en el estado de La Florida, pero no en el propio Miami, sino más arriba, en una zona llamada Zolfo Springs, donde había buen clima, buenos pastos y gente que sabía tratar al ganado. Y que nadie la miraría con la lujuria que da el hambre.