Skip to main content

Dame un cigarrito ahí, rey del mundo

¿Qué ha pasado en la otrora tierra del tabaco? Pues ha pasado de todo, pero, sobre todo, la construcción del socialismo (o el intento) ha arrasado la isla más bella que ojos humanos habían visto.

Image
¿Qué ha pasado en la otrora tierra del tabaco?
Armando Tejuca | ¿Qué ha pasado en la otrora tierra del tabaco?

Actualizado: December 30, 2024 7:31am

El gobierno cubano, que hace todo lo posible para que no lo tachen de dictadura, vuelve a preocuparse por la salud de sus ciudadanos.

Esta vez da un paso más en la previsión del cáncer de mama y en el de papa, pues, siendo la isla una tierra donde se cultivaba el mejor tabaco del mundo, ahora no hay mundo, ni tabaco, ni cultivo, ni casi tierra. Por eso los fumadores están a un milímetro de convertirse en opositores, y la noticia lo explica todo: “Ante la escasez, una cajetilla puede costar entre 400 y 500 pesos en el mercado informal”.

Sin embargo, ya no sirve aquel lema medio inocente, que le venía mejor a los bomberos: “En vez de humo, llénate de vida”, porque para alguien enganchado al hábito de fumar, la vida no vale nada sin humo. Y estar sin humo lo pone de pésimo humor.

¿Qué ha pasado en la otrora tierra del tabaco? Pues ha pasado de todo, pero, sobre todo, la construcción del socialismo (o el intento) ha arrasado la isla más bella que ojos humanos habían visto. La sequía ha castigado muy fuerte a la agricultura y ningún cultivo se logra, exceptuando la chivatería, la guataquería y el marabú. Y, según los fumadores, el marabú no tiene buen aroma cuando se inhala.

La sequía es terrible. Me refiero a la sequía de ideas, que es la que más nos ha fustigado desde que en 1959 los hacedores de la felicidad pusieran patas arriba la nación y enseguida instauraran la infelicidad.

Y pensar que el almirante Cristóforo Colombo, Cristóbal Colón, vio indios echando humo en su primer viaje. Más tarde otros españoles vieron a otro indio echando humo, pero no lo echaba por la boca, sino por todo el cuerpo. Era el cacique Hatuey.

Gonzalo Fernández de Oviedo, en su “Historia general y natural de Las Indias”, publicada en 1526, comenta ligeramente indignado: “Usaban los indios desta isla, entre otros sus vicios, uno muy malo, que es tomar unas ahumadas, que ellos llaman tabaco, para salir de sentido”. Si Gonzalito viera ahora a nuestros indios modernos, se asombraría, al verlos salir de sentido de otra manera con la ausencia de tabaco. Los vería sentir de otro modo hasta perder el sentido, porque ya no sienten, y sus vidas tampoco tienen sentido en ese país con los dirigentes insensibles y sinsentido que tienen.

Guillermo Cabrera Infante nos cuenta cómo se descubrió el tabaco: “Rodrigo de Xerés fue enviado por Colón a tierra para buscar oro. De Xerés no volvió con pepitas, pero sí con una noticia verdaderamente nueva: había encontrado la tierra de los hombres-chimenea”. Qué bonita era antes nuestra isla, con todas aquellas chimeneas, toda esa gente relajada y feliz, soltando humo por los cuatro costados, yendo a sembrar jutías y cazar casabe. Lo pienso y me encantaría regresar en el tiempo.

La historia verdadera, antes de que el Delirante en jefe, que se fumó la mitad de las vegas de Pinar del Río para inventar Cubatabaco, la empresa más conocida estatal del estanco del tabaco en Cuba, es la siguiente: “Rodrigo de Jerez y Luis de Torres descubrieron el tabaco un día, del 2 al 5 de noviembre de 1492, en las tierras cercanas al Puerto de Mares en la isla de Cuba. Rodrigo era natural de Ayamonte, en Huelva. Había navegado de ida en la Santa María y regresó a España con un buen cargamento de aquellas hojas a bordo de La Niña, y escandalizó tanto a sus paisanos que denunciaron a la Santa Inquisición que el tal Rodrigo echaba humos”.

Hoy también echaría humos don Rodrigo, desesperado por buscar y no encontrar, intentando localizar a Marino Murillo, que fue el que también puso patas arriba el país con la tarea Ordenamiento, y que más tarde “pasó a ocupar otras responsabilidades”, que es lo que se dice cuando a un dirigente le parten las patas y lo truenan. ¿Y a dónde fue a parar Marino? Pues precisamente a Cubatabaco, la empresa autorizada para estancar la producción de tabaco y así luchar contra el feo vicio de fumar. Murillo cumplió realmente su misión (algunos dicen que en la plataforma insular de Cuba ya no hay peces porque Marino Murillo se bañó en sus playas, pero eso es un infundio).

Lo terriblemente cierto es esto: “un cigarro puede alcanzar un costo de hasta 30 pesos, todo ello cuando el salario mínimo en Cuba ronda actualmente los 2100 pesos cubanos”. La cúpula gobernante, que se copula al pueblo, no ha dado ninguna explicación, pero estoy seguro de que le echarían la culpa al bloqueo de que no haya cigarros para comprar libremente.

En primer lugar, porque en Cuba todo lo que sea “libremente” asusta a las autoridades. Nada puede ser así porque la gente le cogería el gusto a la libertad, aunque sea la de elegir la marca que fuman. Y como en el país todo parece ser cíclico (menos el desarrollo y la abundancia), ya se adivina un florecimiento de aquellos honrados “recoge cabos” de los años sesenta y setenta, que iban con la vista baja acopiando colillas para fabricar cigarros artesanales con esa picadura ya usada. Entonces se llamaban “tupamaros”. Sería porque eran clandestinos.

Hoy sería imposible. En primer lugar, porque con tantos apagones la gente está perdiendo la visión, y entre las calles rotas y la ausencia de aceras, deterioradas o sucias, no se encuentra ni un cabo ni un sargento. 

La única picadura que les queda a los fumadores cubanos es la de mosquitos y jejenes, y ninguno de los dos da placer, sino dengue. De manera que los pulmones pudieran descansar, pero el cerebro se funde con la encabronación. 

"Amnistía Internacional (AI) denunció este jueves cuatro tácticas que utiliza el régimen cubano para reprimir la disidencia". 

Esta debe ser la quinta táctica, muy poco estratégica. Porque elimina un solo vicio, pero no crea virtudes. Y gente rabiosa que quiere que caigan el partido y el gobierno para sentarse a echar humo. Pero por la boca.