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Despedida de duelo de la libreta de abastecimiento

Libreta: Se dice fácil, 62 años junto a nosotros, día tras día, semana tras semana. Y no importa lo flaca que te pusieras, eras nuestra ancla, el único lugar donde los cubanos podíamos agarrarnos para sobrevivir.

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Adiós, libreta de abastecimiento
Armando Tejuca | Adiós, libreta de abastecimiento

Creado: December 27, 2024 6:09am

Actualizado: December 27, 2024 7:20am

Estamos aquí reunidos para despedir a esta amiga fiel.

Qué digo amiga, hermana que nos mantuvo vivos todos estos años. Mal, pero con sinceridad, haciendo miles de sacrificios.

Esta que enterramos hoy, compañeros y amigos, cubanos en todas partes del mundo, ha sido más que una amiga o una hermana. Ha sido nuestra madre. La que se desvelaba si no habíamos comido. La nos daba el pan de cada día y el ron de mes en cuando. La que nos ayudaba a despertar con un buchito de café, mezclado, que a veces sabía a rayos, pero era el que nos tocaba gracias a ella. Ya Martí lo dijo muy claro: “Nuestro café, mezclado con chícharo, pero es nuestro café”.

Fue un 12 de julio, y tu nacimiento alumbró nuestras bodegas y nuestras mesas. Como si ese 12 hubiera sido un 13, y todos saben que más me crece, hasta llegar a 26, porque en Cuba siempre es 26. En tu meritoria labor nos ayudaste a muchos. Combatiste el colesterol, pues un día te olvidaste de la carne, y fuiste disminuyendo los huevos., y si no hay huevos, no nacen los pollos, y sin pollos tampoco hay bistec.

Se dice fácil, 62 años junto a nosotros, día tras día, semana tras semana. Y no importa lo flaca que te pusieras, eras nuestra ancla, el único lugar donde los cubanos podíamos agarrarnos para sobrevivir. Eras el bote que nos salvaba cuando se hundía nuestra balsa, y la balsa que nos sacaba a flote cuando el bote se llenaba de agujeros.

No hay, para un cubano, desde 1962, una institución más venerada que la oficina que te cuidaba y te hacía renacer. La gente no iba tanto a los bares, ni a la iglesia, ni al hospital como iba a la Oficoda.

Ah, la Oficoda, ese santuario mágico, donde velaban por tu salud por medio de esta libreta que hoy yace a nuestros pies. La Oficoda era como un acta de vida. Si no estabas en un núcleo familiar, significaba que estabas muerto, detenido en Villa Marista o que no existías.

Ella ha marcado nuestra vida con hierro candente. Racionado, eso sí, para no chamuscarnos. Por la libreta sabíamos cuándo se podían consumir bebidas alcohólicas, qué cantidad de calorías tener en nuestro cuerpo y hasta nos daba la fuerza para poder despertarnos con la cuota de café. Mezclado con otros productos, para que aprendiéramos que somos el producto de un largo mestizaje de muchas razas y nacionalidades. Varios cubanos tuvieron la hermosa iniciativa de tatuarse tu imagen sobre sus cuerpos, pero les dolía pasar las páginas y no podían trasladarla a otra vivienda.

Con sus hojas rayadas y su carátula de mal cartón, ha estado al lado de cada familia, como parte de ella, un miembro más, tal vez el más importante, el más vigoroso y capacitado, porque gracias a esta libreta han comido todos los demás. No importaban los sacrificios que tuviera que hacer, adelgazando al máximo por la falta de papel. Pero nunca se rindió. Nunca pidió perdón ni quiso irse del país. Ella se sentía capaz de servir al pueblo hasta la última página, y no le importaba la mala letra del bodeguero, o los que acostumbraban a emborronar cuartillas.

En momentos de crisis extrema (que fueron casi todos) las personas, incluso los seres humanos que habitaban la Iisla, sabían que ella estaba dispuesta a sacrificarse, a entregar su cuerpo magro para que todos se alimentaran, o los que pudieran. O por lo menos el jefe del núcleo. Porque está hecha de ese material inflamable pero indestructible. Era la esencia de nuestra ideología: Hay, pero no te toca.

Era la más cubana de nuestras pertenencias. La que no se amilanaba, ni se permitía un solo desliz dando cuotas extras de frijoles, de arroz, de aceite. Era incorruptible, insobornable, irrebatible, inigualable y muchos ables más. No le importaba lo que la gente hablara. Era, además, milimétrica, exacta en el balance entre proteínas y carbohidratos, y con eso aportaba su dosis a la combatividad de nuestro pueblo, con el que echaba pie en tierra, aunque no tuviera pies. En realidad, no tenía ni pies ni cabeza, pero era nuestra, cubana como las palmas.

Ahora todo el pueblo la llorará. O algunos. Parte del pueblo derramará sus lágrimas y la otra parte también, pero recordando lo que les hizo sufrir, y rezarán para que no vuelva. Esos argumentan que esta libreta era una forma de control de la población, que con los alimentos subsidiados el gobierno se hacía el bueno, el que alimentaba a la gente, en ese disparate de que todos somos iguales, y de que la revolución repartía parejo.

Porque, si somos iguales, pensarán muchos ¿por qué a los dirigentes les crece la panza y al resto de la población no? ¿Es que ellos tienen parásitos o son parásitos? El pueblo deplora esas actitudes e implora otras. 

No olvidar que, en tu andar sin descanso, convergieron en ti todos los ministerios de la revolución: el MINCIN, el MINSAP preocupado por nuestra salud, el MINREX proyectándonos al mundo, el MINED educando a nuestros niños, el MICONS construyendo la igualdad, y el MININT, también preocupado por la salud mental.

Te vamos a extrañar, pero no queremos tristeza, a pesar de que la patria está de luto. Tu rostro sonriente velará por todos, como una mártir que nos martirizó. No pudiste cumplir el sueño de que cada cubano se hartara de leche de vaca, ni siquiera de aquel vasito que nos prometieron. Y tampoco del fruto de las vacas, exterminadas por el enemigo.

Adiós, hermana y madre. Despidamos hoy a esta heroína. Enterrémosla con honores y sin olores, porque para lo que repartía, ni eso se podía tener.

No olvidar aquel grito de lucha del Delirante en jefe cuando no encontraba la calle que le llevaría al Moncada: “Cuando un pueblo alérgico al vinil llora, la injusticia tiembla”.