El puerco que se disfrazó de cangrejo
Aunque los que mandan desde 1959 han convertido a la bella isla en un antro, no se ha autorizado la antropofagia. El canibalismo sigue siendo ilegal. Pero siempre hay un "antros" y un después.
Actualizado: December 23, 2024 8:22am
Me dice un amigo que la gente en Cuba se ha puesto, ahora en diciembre y cerca de la Nochebuena, como más amorosa. Que te miran con más atención, quieren verte de cerca y devoran tus palabras. Aunque él no sabe si es amor o si es que quisieran comerte. Y, aunque los que mandan desde 1959 han convertido a la bella isla en un antro, no se ha autorizado la antropofagia. El canibalismo sigue siendo ilegal. Pero siempre hay un "antros" y un después.
Y es la reacción lógica a la miseria. Una respuesta a la pérdida de tradiciones, como la de cenar en la Nochebuena un pedazo de carne de puerco (o de lo que sea, Fidel, de lo que sea). Y es que, en la isla, ahora mismo, no hay puercos. Bueno, de haberlos, los hay. Solo hay que mirar en el buró político del partido comunista, en GAESA, en la seguridad del estado, la policía, el ejército, las tropas especiales y en los comités de defensa de la revolución. Pero esos son otro tipo de cerdos, que han extinguido a los de verdad, los de toda la vida, ese animal cariñoso que se revuelca en el fango, hace oing oing, permite la introducción de una púa por el ano y vive feliz en la cochiquera como ahora viven muchos cubanos (a quienes también les empujan la púa, pero no tienen otra opción).
Por eso mi amigo se sentó, después de una angustiosa noche de pesadillas, y escribió un cuento, este que pongo a continuación, con moraleja y todo. Él dice que se lo contaron, pero no le creo. Y el cuento comienza así, queridos abuelitos, papaítos y amiguitos:
-Este era un cerdito que había nacido en Cuba muchos años después del entusiasmo de la moringa. Cuando abrió los ojos y vio desolación y tierra colorá, marabú, mosquitos y un calor de los mil demonios, preguntó a su madre dónde estaba, y la mamá cerda le dijo la verdad. El cerdito quiso reprocharle y echarle en cara (en este caso en hocico) por qué lo había tenido que parir allí, habiendo tantos sitios decentes y bonitos en este mundo. Pero se acercaba diciembre y la mamá le dijo que se callara para no ser detectados por los humanos.
El cerdito de nuestro cuento, que se llamaba Fofó, hijo de Fifí y de Fufú, comprendió muy pronto cuál era el destino de los de su especie. No sirvió de nada ocultarse en los montes o convertirse al islamismo o al judaísmo, dos religiones que no veían con buenos ojos consumir la carne de cerdo, pero tampoco funcionó.
Fofó creció y algunos de sus hermanos cumplieron misión internacionalista en la cena de algunos cubanos que todavía podían acceder a esa cada vez más preciada carne. Pero al puerquito de nuestro cuento se le ponía la carne de gallina cada vez que le mencionaban las palabras navidades, nochebuena, fin de año, jamón, adobo, congrí, fetecún, yuca con mojo, horno y otras más.
Y en medio de tanta angustia e incertidumbre, Fofó y su familia (una parte de ella estaba esperando el parole) recibieron una buena noticia: “Para los cubanos, la carne de cerdo se ha convertido en un artículo de lujo que no pueden costear quienes no reciben remesas desde el exterior”. Y otra, mucho mejor aún: “La producción de carne de cerdo en Cuba cayó en casi un 90% en cuatro años y España ha aprovechado ese desplome para convertirse en el principal exportador del producto a la Isla”.
Pero Fifí, la cerda madre, le advirtió que no se confiara. Su padre, Fufú, anduvo aguajeando y pregonando la suerte que tenía y terminó como jamón cocido. La mamá le repitió a su hijo que había que ser discreto, tener un perfil bajo, no resaltar y hacerse pasar por otro animal, al menos hasta que pasara la fiebre de las fiestas. Entonces Fofó buscó en un menú de animales y decidió ser un cangrejo. Y leyó:
“Cangrejo es el término utilizado para referirse a ciertos crustáceos del orden de los decápodos caracterizados por tener cinco pares de patas, de las cuales dos suelen ser sus pinzas”. El puerco se miró bien el cuerpo y solamente tenía 4 patas, de manera que tendría que embarajar con lo de las pinzas. O pedírselas a un primo suyo, Fefé, que vivía en una granja en Arkansas. Lo más difícil era lo otro: “Lo que tienen en común todos los llamados cangrejos es su carácter bentónico, es decir, que viven vagando sobre el fondo de los ecosistemas marinos”.
Hasta ahí todo encajaba. Sería cangrejo con carácter bentónico, con tal de que no se lo zamparan en Nochebuena. Total, si en lo de vivir vagando lo hacían miles de personas en esa isla, sobre todo los dirigentes. Lo que no le gustaba era eso de ser un artrópodo, que suena feo. No sirve como nombre ni como apellido, y es muy rebuscado para un apodo.
Ya estaba caminando hacia atrás, como hizo en Cuba la industria porcina (y todas las demás), cuando, en un recorte que le mandaron de afuera, leyó: “Esta semana, en el mercado de 19 y B en El Vedado, La Habana, la libra de carne de cerdo alcanzó los 1.000 pesos, el doble de su precio en el mismo periodo del año anterior. Las piezas con piel, grasa y hueso se acercan a los 900 pesos, y unas costillas con poca carne se venden por 850 pesos”. Fofó tuvo cierta esperanza y recogió las patas de atrás.
Y entonces siguió leyendo: “En La Habana Vieja y Alamar, la libra cuesta entre 950 y 1.000 pesos. En Marianao, una persona pagó hasta 1.200 pesos. En el mercado negro de Quivicán, Mayabeque, el precio oscila entre 1.000 y 1.300 pesos”. Fofó suspiró y pensó que este año también podía escapar de los carniceros, y decidió no viajar al interior de la isla, porque allí también estaba muy caro todo: “En provincias como Guantánamo y Las Tunas, los precios son “más bajos” pero igual de inaccesibles para muchos. El pernil cuesta 750 pesos, el lomo 750, y la paleta alrededor de 730 pesos la libra”.
Pero él sabía que en Cuba cuando se dice no, es que sí, y si dicen adelante, es para recular, si gritan ganamos, significa que perdieron, y cuando gritan arriba, es que todo está muy abajo. Y se dijo que no pasaba nada si seguía siendo cangrejo o jaiba, hasta la mitad del mes de enero. O más allá. No le importaba el paso del tiempo.
Se propuso ver qué se hundía primero, si aquel sistema o él.
Ya lo dice el antiguo refrán: “No hay mal que dure cien años, ni puerco que lo resista”.