Debe ser una frustración tremenda que uno emprenda la carrera militar y cuando espera una promoción que abra el camino de los grados y los beneficios que ello conlleva, plum, de un planazo, y como una misión de la patria, te pongan a cuidar un pedrusco. Ni siquiera un cuartel, o un castillo, como casi todos los niños hemos soñado. No, un seboruco gigante, feo y ríspido, en medio de un cementerio. Lo escribo y se me eriza la piel, de seguro esta noche no duermo.
Una piedra para el más denso de los hombres que ha parido Cuba. Una tumba de inusual y deplorable estética, como para que los cubanos nunca olvidemos que seguiremos tropezando con esa piedra eternamente en nuestro camino. Lo mires desde donde lo mires, sigue siendo un pedrusco color arena, y no te salva siquiera la cercanía melancólica de otros sepulcros que guardan los restos de otros grandes: Carlos Manuel de Céspedes y Mariana Grajales, llevados a la fuerza a hacerle compañía al dictador Fidel Castro, que quiso estar en el cementerio de Santa Ifigenia, a la sombra ilustre del más grande de los cubanos: José Julián Martí y Pérez.
Y esa es la misión que te ha tocado a ti, que soñaste con mandar tropas, pilotar aviones, comandar un ejército hacia la gloria, y escalar en el mundo militar: primero sargento, luego teniente hasta llegar a capitán, y después, lanzarte a escalar para ser coronel o general. Pero no, también tuviste que tropezar con esa piedra que se interpuso en tu camino. Allí pasas los días y las noches en posición de firme, o relajado si estás solo. Pero de día no paran las visitas.
Algunos van por simple curiosidad o por patriotismo, y eso es notable. Otros por embullo, y los hay que se acercan por el morbo de ver al hombre que estuvo en cada hora de sus vidas durante tantos años, vencido al fin por el tiempo.
Pero también se ha convertido en una especie de hábito, como el de ir a La Meca a ver la piedra negra que guardan. En este caso, algunos artistas hacen su performance de lealtad -bastante ridículo, por cierto- haciendo como que se conmueven frente al pedrusco. Incluso, un músico bastante virtuoso en lo suyo, hizo allí casi un concierto de flauta, cuando al residente de la roca le molestaban mucho los artistas y odiaba la música, la clásica y la popular. Todo lo que no fuera el sonido de su voz, como que le interrumpía el caudal de sus pensamientos desordenados. Y para colmo, no le gustaban los flautistas. Prefería a los trompetas.
Pero aquel sitio que cuidas con vehemencia y seriedad, aunque en el fondo de tu alma te preguntes qué hay de glorioso cuidar un trozo de roca, donde las malas lenguas dicen que no hay restos del hombre cuyo nombre aparece delante, se ha convertido también en punto obligado de peregrinación a cuanto visitante ilustre le dé lustre a Cuba. Los llevan allí un poco a la cañona, como se va a Disney o a las cuevas de Bellamar, pero sin estalactitas ni estalagmitas. Es decir, a mandatarios, embajadores, empresarios de importancia estratégica para la economía cubana y a dirigentes del partido. A todos los pasan por la piedra.
En el habla popular de Cuba “ser pasado por la piedra” o “pasar por la piedra” tiene un significado absolutamente sexual. Las autoridades de la isla no pensaron en ello, porque las autoridades de la isla, en esa solemnidad que les quita el sentido del humor y de la realidad, nunca llegaron a pensar que se pudiera bromear con la tumba de Fidel Castro.
Y ahora, en medio de una crisis más galopante y profunda que ninguna antes conocida, les ha dado por hacer, en tu contenido de trabajo, tareas de restauración. Habría que restaurar el país antes que aquello, pero tú sabes bien cómo son las cosas en esa isla a la deriva. El mismo periódico aburrido e insulso donde se publica lo que dice y piensa el partido, “sin especificar cuánto costaron las obras”, lo informa de esta manera:
"El sagrado altar de la Patria que enaltece tan grandes símbolos (…) acaba de realzar su prestancia tras intensas jornadas de restauración y conservación acometidas en sus monumentos funerarios".
"Se decidió acometer el mantenimiento especial de esa línea frontal del llamado 'museo a cielo abierto', donde la senda de los padres fundadores de la nación se ha convertido, con cerca de dos millones de personas acogidas, en el lugar histórico del país más frecuentado desde su apertura el 10 de octubre de 2017".
Algunos quedan para vestir santos. Y hay a quien le toca en esta vida no quitarle los ojos de encima a un “cambolo”. Si el occiso que supuestamente habita en la piedra se levantara hoy -Dios no lo quiera- y viera el desastre que provocó en esa isla, se volvería a morir de vergüenza. Pero como sospecho que no la tuvo nunca, entonces le daría por solucionar ese desastre -que siguen haciendo en su nombre- con lo cual provocaría diez desastres distintos. Todos nuevecitos y sin solución humana posible.
Y si una vez, para dividir más a la familia, al pueblo y a la sociedad, dijo aquel disparate, que disparó la creación de sutiles disfraces y falsas posturas, de que “la calle es para los revolucionarios”, si hoy viera la vía pública, se escondiera de nuevo en el seboruco que lo alberga y que representa su alma. Hay tan pocos revolucionarios en las calles que perfectamente pudieran enviarlos a Isla de Pinos para dejar a Cuba libre de esa pandemia mental.
A lo mejor entonces el cubano comenzara a ser feliz de nuevo.