Los inolvidables chistes de Fidel Castro

Selección de las mejores “bromas” del dictador Fidel: perderse en el ataque al Moncada, la guerra de Angola, desecar la Ciénaga, la desaparición de Camilo y la más grande de todas
Fidel Castro haciendo monólogo de comedia. Ilustración: Armando Tejuca
 

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La fecha los reunió como antes la vida y la militancia los mantuvo juntos durante mucho tiempo. Hoy falta la figura alrededor de la que giraron sus existencias, pero incluso esa ausencia logra, a veces, que vuelvan a verse y a contarse las mismas historias.

Son Manolo, Pedro, Pacheco y Figueredo, unidos desde la Sierra Maestra, detrás o al lado de su jefe, el Comandante, el “El Caballo” que protagonizó buena parte de sus existencias.

–Clase de jodedor era Fidel, caballero, oiga, no ha habido ni habrá nadie como él –dice Pacheco, el más anciano del grupo, y mira a todos que asienten y le escuchan sonrientes.

–Hay que ver cómo se pusieron los guajiros de la ciénega cuando el jefe habló de secarla, jajaja, y era un chiste –añadió.

–¿Tú crees que era un chiste del Comandante? Pa mí que no, que iba en serio –interviene Manolo, que fue chofer y escolta de Castro durante buena parte de los años 60.

–Menos mal que no se le dio, caballero, si no a dónde se iban a meter los cocodrilos, los caimanes y los carboneros. Además, se dice “ciénaga” y “desecar”, no ciénega y secar –interviene el más joven, el Figueredo que dirigió una unidad de tanques y ahora es botero con un Ford del 48.

–Ay, habló el profe –vuelve a la carga Pacheco–. Lo importante aquí son los chistes del Comandante, qué manera de joder todo el santo día. ¿Se acuerdan cuando le dijo al pueblo lo de sembrar café Caturla? La gente sembró matas de café en los balcones, en los lavabos y en las bañaderas.

–Lo de las bañaderas vino después pa criar puercos, Pacheco, y era café Caturra, no Caturla, que era un músico –dice Figueredo y se rasca la calva.

–Pero chiste, lo que se llama chiste, fue mandar a la gente a atacar el cuartel Moncada y no aparecerse hasta el final diciendo que se había perdido. Si él había vivido en Santiago toda la vida, chico.

–No lo hizo por eso –interviene otra vez Manolo–. Lo hizo para probar a sus hombres. En definitiva, al jefe no se le puede exponer. ¿Tú te imaginas que Fidel hubiera muerto en aquel combate? Se jodía la revolución. Por eso “ahí está él desde la sobrevida que agiganta su presencia vital”.

–Mira al profe, le dio por la poesía, caráh –dice Pacheco–. De acuerdo contigo, pero no me vas a negar que lo de los Diez Millones no era una jodedera… ¿O no?

–Bueeeenoooooo, un poco sí –riposta Manolo medio mosqueado.

Y Pacheco, sin respirar, argumenta–: Esa fue una de las grandes jodederas del comandante, to´ el mundo pa´ la caña. Toda la isla nerviosa, mocha y machete. Pero nadie preguntaba para qué coño quería Fidel 10 millones de toneladas de azúcar. A lo mejor el chiste era volver al mundo diabético.

Todos ríen, pero Pedro levanta la mano y habla–: Mirándolo así lo de Angola también fue tremendo chiste.

Los otros tres hombres se ponen de pie, como un resorte, asombrados y preguntando quéeee. Pedro los calma y argumenta–: Caballero, ya sé que hubo algunos muertos, pero no me van a negar que la mejor manera de conseguir un ventilador en aquella época era irse a Angola.

–Eso sí es verdad, pero también podías coger cajita –dice Manolo–. Aunque ese no fue el mejor chiste de Fidel. ¿Qué me dicen del Cordón de La Habana, y lo de Ubre Blanca? La gente se enamoró de esa vaca como si fuera la primera dama del país. Es que nuestro pueblo es bueno, y muy ingenuo.

–Y comemierda, chico –interviene Figueredo–. Si no cómo se hubiera tragado aquello de la Crisis de octubre. El Fifo le iba a tirar los cohetes nucleares a Nueva York, a Washington, a California y a Miami.

–Y no hubiera quedado ni un indio en la Patagonia, Figueredo –dice Pacheco–. La gente quería que Fidel lanzara los cohetes, y que se reservara par de ellos pa´ los rusos. ¿Se imaginan lo que iba a divertirse Nikita Jrushchov cuando viera uno de esos bichos cayéndole arrima a Moscú? Ahí se la comió el Comandante, jajaja. Pero la gente se lo tomaba en serio, con lo divertido que era.

–Sí –dice Manolo–. Pero los chistes más buenos eran cuando se paraba ahí en la plaza y empezaba a dar muela y más muela y nadie podía moverse, ni ir a mear o a cagar porque los miraban mal. Y el Fifo ahí sin ganas de orinar. Yo no sé qué tenía ese hombre en los riñones o en la próstata. Yo tengo que ir al baño cada media hora, caballero.

–Eso no era un chiste, Manolo –vuelve a meter la cuchareta Pacheco–. Eso era mariconá con el cocodrilo. Tú no sabes cuántas concentraciones me disparé yo con ese cuento. Terminaba con las venas de las piernas botadas. Por eso tengo hemorroides.

–Compañeros, era un hombre completo. ¡Un gigante de la ética! El hombre más grande que he conocido en mi vida –dice Pedro y se seca una lagrimita.

–Más grande era el Gallego Fernández –riposta Manolo–. Pero el Fifo era impaciente defensor de los humildes, estudioso de las ciencias, sabio orador, hombre de diáfana sonrisa, exigente y combativo, de profundo pensamiento y visión extraordinaria.

–Y un gran jodedor –apunta Pacheco–. Lo mejor que tenía era lo gran humorista que era. ¿Se acuerdan cuando el Período Especial? Ahí puso a la gente a comer gatos y a desayunar con yerbitas. Y el pueblo ahí, firme como una roca.

–De firme nada –vuelve a hablar Pedro–. Que ahí empezaron las regatas para la yuma.

Entonces se le acerca Manolo y le suelta al oído–: Porque hay gente que no sabe reírse. Los cubanos nos tomamos todo a la tremenda. No hay papel higiénico en una tienda y empezamos a protestar. Caballero, métanle mano al Granma, que informa y limpia.

–Ese fue otro chiste del Comandante –dice Pacheco–: hacer ese periódico con papel tan suave. Es multiuso.

–Pero ustedes olvidan uno de los mejores chistes de Fidel, señores –suelta Pedro y crea una gran expectativa. Todos lo miran.

–¿La moringa? –pregunta Pacheco.

Pedro mueve la cabeza negando y Pacheco vuelve a la carga–: ¿Las ollas arroceras?

Pedro se toma su tiempo y una sonrisa aparece en su rostro. Se pone en pie y suelta a bocajarro–: Camilo, caballero, Camilo…

–¿Qué pasó con Camilo? Camilo no fue un chiste –dice Manolo que se puso de pie de un salto.

Pero Pedro, con el rostro resplandeciente cierra la conversación de esta manera–: Camilo sí fue un chiste, señores. ¿No recuerdan que el Comandante tuvo a Cuba en jaque, la gente buscando en el agua, dando remo a ver si aparecía Camilo Cienfuegos? Y se lo habían echado en tierra firme. Y por poco le joden la broma a Fidel porque alguien dijo que Camilo había aparecido, pero no. Todo el mundo llorando y desde entonces la gente echa flores en el mar, en los ríos, en un cubo y hasta en palanganas. Díganme si Fidel no era un gran jodedor… ¿Sí o no?

Pacheco aplaude y suelta de pronto–: ¿Y qué me dicen del socialismo?

Todos piensan y dicen casi a la vez–: Sí, señor, ese es el mejor chiste. Qué clase de humorista era el Comandante.

 

Ilustración de portada: Armando Tejuca


 

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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