¡Este es tu guanajo, Fidel!

Muchos se alegraron cuando entró victorioso a La Habana, pero son muchísimos más quienes se alegraron cuando por fin dejó de joder en este mundo con sus disparates y su ego
Muchos se alegraron cuando entró victorioso a La Habana, pero son muchísimos más quienes se alegraron cuando por fin dejó de joder en este mundo con sus disparates y su ego
 

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El pueblo cubano es divertido y creativo, responsable y serio, y por encima de todo, muy martiano. No hay cosa que haya dicho o escrito nuestro Martí que el pueblo cubano no cite de memoria, a veces mal, pero con una pasión conmovedora. El pueblo cubano es llano, peludo, suave, se diría de algodón, aunque el algodón se pierda muchas veces o muy seguido, el pueblo cubano lo extraña y lo llora, pero sigue, porque en su andar decidido hacia donde va no lo detiene ni el algodón.

También extraña y llora al comandante, pero como hay que trabajar y gozar, bailar y esperar una recarga, lo del comandante a veces, muchas veces, es solamente durante un ratico a pesar de los imitadores que le han salido tras su desaparición. Sobre todo, uno barrigón y narigudo que a cada rato mete la cantaleta diciendo “Yo soy Fidel” o también “Todos somos Fidel”, como para echarle la culpa a los demás.

Es verdad que a la llegada del comandante se perdieron muchas cosas, sobre todo tradiciones. Pero hubo otras nuevas, como utilizar el domingo para trabajar sin remuneración y hacer en esas horas lo que no se hizo durante la semana. A eso le llamaron “trabajo voluntario” y al final “domingo rojo”, quizá porque uno terminaba con una insolación casi de ingreso y la sospecha de que había perdido media vida en nada.

Pero, repito, el pueblo cubano es creativo, tan creativo que ha hecho en secreto todo lo posible para que no se pueda construir el socialismo. O falta gente o no alcanzan los materiales.

Y a aquellas costumbres bonitas como las navidades y el día de reyes que el comandante quitó de un plumazo (siempre pensé que el de los plumazos era el hermano), fueron reapareciendo, lentas, como el paso de la estatua de San Lázaro del escaparate a la sala nuevamente. Un día habrá que darle una medalla y una orden nacional a Babalú Ayé, que estuvo tanto tiempo en la clandestinidad con paciencia y una esperanza inmensa, aunque no sé si la gente buscó a algún veterinario para operarle a los perros del santo las cuerdas vocales, igual que se hizo en aquel período especial que nunca terminó con los puercos criados en las bañaderas. 

A lo que iba: a esas tradiciones olvidadas y luego rescatadas, ya sin uvas, manzanas ni turrones, sin arbolitos ni casi luces, se han sumado otras nuevas. Porque, no me canso de decirlo, el pueblo cubano es manso, pero divertido, creativo y, por encima de todas las cosas, muy martiano. Tan martiano que una vez, en un desfile de milicias en provincias, un pelotón marchaba cantando alegremente algo así: “Martí, Martí, Martí titi titití”.

Porque, en el fondo, aunque no se sepan la letra, el pueblo no olvida la música. Nadie sabe citar de memoria aquello tan bonito que escribió nuestro apóstol sobre nuestra condición de colonia (ahora no podría hablar de colonia porque se perdieron todas, hasta la colonia Bebito), que dice: “Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisién, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España”. Es decir, que no teníamos nada propio, fíjense que por ninguna parte sale el guaguancó o la guajira guantanamera. 

Sin contradecirse, José Julián también escribió esta receta: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser nuestras repúblicas”. Y eso ha hecho el pueblo cubano, combativo, idealista, manso y creativo. Agarró el tronco, porque siempre en Cuba se encuentra un tronco, de cualquier cosa, un tronco de yuca o un tronco de hijueputa, pero tronco, al fin y al cabo, y a ese tronco, que pudiera también ser el tronco de la oreja, le ha agregado, como cualquier familia a la que le cae un yerno o una familia de Songo la Maya, costumbres nuevas, que de tanto repetirse pudieran llegar a ser tradiciones. Ahí están Halloween y ahora Thanksgiving day, el día en que los norteamericanos agradecen estar en su país, haciendo homenaje a aquellos indígenas que recibieron a los peregrinos y empezaron los guanajos a odiar a la raza humana.

Un día para agradecer, qué lindo. Aunque jamás nuestros taínos, siboneyes o guanajatabeyes le agradecieron al gran almirante Cristóbal Colón, que vino a inaugurar los vuelos a la madre patria. Mas, no importa. A aquellas fiestas tradicionales como pascuas, navidades, fin de año, y carnavales se agregan otras llegadas de allende los mares, porque hubo otras tradiciones que nunca prendieron, como la caldosa del 28 de septiembre, el día del niño o celebrar el 26 de julio, que es una fecha lúgubre, porque fue el día en que comenzó nuestra desgracia.
 
Del pavo o guanajo no hay que preocuparse, porque el pueblo cubano es creativo, y el régimen no se queda atrás. Jesucristo multiplicó los peces y la dictadura convirtió los pescados en pollos. Y si hay pollo por pescado, quién quita que en vez de guanajo haya avestruz. Claro que no habrá avestruz para cada casa, que eso es un derroche. Pero un avestruz cada 400 núcleos familiares o una alita por cuadra, bastarían para la cena de Acción de gracias. 

Ahora entiendo que eso de injertar en Cuba el mundo es buscar variedad, cosa que choca contra el partido único, porque en Cuba lo único partido que hay es el futuro. Soy de los que proponen que un día, entre las nuevas tradiciones pudiera estar dar pescado por partido, a ver si entra fósforo en el cerebro del cubano, que aún sin eso sigue siendo creativo cantidad, martiano y respetuoso del comandante. Tanto que pasan los años y nadie hace nada por cambiar la obra que dejó. La destrucción está intacta para conservar su memoria. Los campos áridos, la gente ansiosa, la envidia sanísima y las casas tambaleándose, diría que como llorando.

Y ahora el día de Acción de Gracias que, casualmente cae un 25 de noviembre, fecha del viaje del comandante al infierno y es tanto el cariño del pueblo cubano, creativo y martiano, por el comandante que le han puesto un gran seboruco encima, a ver si no vuelve a salir.

Muchos se alegraron cuando entró victorioso a La Habana, pero son muchísimos más quienes se alegraron cuando por fin dejó de joder en este mundo con sus disparates y su ego. Y eso, damas y caballeros, merece una acción, porque la única acción buena que hizo Fidel Castro por el cariñoso y martiano pueblo cubano fue morirse.

Eso merece una nueva tradición, alegre, familiar y nutritiva. 

*Ilustración: Armando Tejuca.

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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