La aportación a la sabiduría humana del presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, con la limonada como base de todo sigue dando de qué hablar. Además de memes y parodias, no falta ahora quien salga a intentar defenderlo mediante lecciones de comunicación política.
Es el caso de Rafael Hernández, director de la revista Temas, una de las más destacadas entre la intelectualidad de la isla. Según él, la culpa de toda la sátira y burla de la que ha sido objeto el mandatario por la ya antológica frase radica en “los compañeros informadores a cargo de cubrir la actividad del presidente”.
Será posible que éstos, cuestiona Hernández, ¿“hagan su trabajo tomando en cuenta que un comentario sobre un tópico intrascendente, dicho al paso y sin mayor intención política, resulta un blanco fácil de las redes (sí, las redes están ahí, ¿remember?)?”
“¿Habrán pensado esos compañeros que recoger comentarios personales (los dirigentes son personas, claro) sobre temas tan humildes como el guarapo o los limones, iba a proyectar una imagen suya como persona preocupada por los refrescos del pueblo?”, agrega el director de Temas, en un comentario replicado en redes sociales por varios, entre ellos el decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, Raúl Garcés.
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La observación de Hernández sobre toda la “vaciladera” de la que ha sido víctima Díaz-Canel es certera si se piensa en los principios esenciales de la comunicación política, más un régimen de comunicación cerrada como el cubano, donde la permanente censura permite pensar y decidir al detalle qué palabras del gran líder se harán extensivas al público.
Ello es posible en todo momento, salvo las escasas alocuciones en vivo que se prevean, las cuales de por sí son preparadas con anterioridad y minuciosidad, como no fue el caso de las a la postre fatídicas palabras, desde la perspectiva del mandatario y sus asesores, sobre la importancia del limón y la bebida de él derivada.
“¿No haría falta que al menos uno de ellos (los que informan sobre el presidente) se pusiera los espejuelos de las redes, para evitar que el presidente quede expuesto a la vaciladera y la guanajería que las impregnan?”, pregunta también Hernández, para por último indicar que “ya que pasó, ¿no será un buen momento para que "los medios fundamentales" puedan plantearse la necesidad de retomar la tradición de humor político de la prensa cubana desde el siglo XIX?”.
“Y en vez de considerar que una caricatura o un chiste sobre un tema ligero, como este, sea una falta de respeto, se recupere ese humor como una vacuna, de manera que no quede solo en manos de los cabrones que andan a la que se cae. Si yo fuera asesor suyo, le sugeriría que volviera a mencionar el guarapo y la limonada en tono jocoso, como antídoto. Porque no hay nada tan humano como reírse de uno mismo de vez en cuando”, concluye su comentario Hernández sobre el episodio de la limonada.
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Pese a que suenan acertadas en más de un sentido, las palabras de Hernández, como muchas veces, pueden caer en saco roto. La mayoría de las veces en Cuba desechan ese humor político del que hablan y prefieren el encartonamiento de los cuadros, más cuando estos no tienen carisma natural, como es el caso de Díaz-Canel.
De tal suerte, lo de la limonada quedará para antología, como también quedó en su momento lo de Trump y el cloro, que nadie refirió en Cuba como una guanajería de las redes sociales pese a que el republicano sí salió a dar la cara luego e intentó aclarar el sentido de sus palabras, algo que difícilmente hará el cubano.