Una comunista recorre Europa

María Antonieta se asemeja a la hija del Che, Aleida Guevara. Cuando le dijeron que el pueblo de Francia no tenía pan para comer, respondió: “Que coman pastel”. Claro, muchos pensarán que eso en Cuba sería un alivio. Pero tampoco hay pastel
Aleida Guevara March, hija del Che Guevara, representada como María Antonieta. Ilustración: Armando Tejuca
 

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Los sucesos del 11 de julio en Cuba destaparon algunas cosas. La primera y más importante, el divorcio entre la nomenclatura y el pueblo. La dictadura ya no está con el pueblo, ha quedado como cinco o seis pueblos atrás, aunque aparenta que no, y se sigue creyendo lo que dice. Pero hay otras cositas no menos importantes.

Por ejemplo, en San Antonio de los Baños, a pesar de estar considerada la Villa del Humor, la gente no tiene de qué reírse. Que las dos cosas que hacen salir a las personas de sus casas, a pesar del calor y la pandemia, son la llegada del pollo y avisarle a la dictadura que el dominó está trancado. Y que en Cuba los de arriba miran con asquito a los de abajo, porque los de abajo no quieren seguir estando debajo de los de arriba.

Entre la gente de arriba que miró con lejanía, distanciamiento social y repugnancia a los de abajo, están Mariela Castro, otrora princesa heredera, y la aspirante a guerrillera heroica Aleida Guevara March, que es Guevara March o menos. Ella hizo declaraciones llenas de amor por su pueblo, aunque viendo sus palabras nadie sabe cuál es su pueblo o en qué pueblo vive. Aleida dijo, conmovida allá en su seno, lo siguiente: “Estamos exigiendo que la Policía tome el sartén por el mango”.

Como si no le bastara la insolencia, la suficiencia, la ambivalencia y la carencia, cerró con esta prenda: “Quienes se manifiestan en Cuba son gente de baja calaña”. He buscado en qué parte de la Argentina queda Baja Calaña y no pude encontrarla. Enseguida pensé que ella citaba un viejo y conocido poema que recitaba mi madre, “Duelo en la calaña”, pero alguien me rectificó, y el nombre de la poesía, que es realmente “Duelo en la cañada” y nada tiene que ver con Aleida, la policía, las exigencias, y menos con mangos y sartenes o sartenes por el mango.

Quedó exhausta tras esas declaraciones que algún día necesitarán aclaraciones. Mezcló sentimientos personales con el viejo guion de que, si una mosca se posa en un tibor en Caimito del Guayabal, ha sido entrenada por la CIA, y calificó a esos cubanos de retardados un poco mentales: “Están pasando cosas manipuladas por Estados Unidos. Gente de baja calaña de verdad; gente que no tiene escrúpulos se ha tirado a la calle y entonces algunos bobos les siguen”. Ahora no sé bien si la calle es de los revolucionarios o está llena de bobos que siguen a los de baja calaña.

Un amigo me hizo recordar a otra dama de cuna elevada y alta alcurnia (a Aleida la tienen que operar de eso, de la cuna o de la alcurnia, ahora no recuerdo bien). Era María Antonieta, reina de Francia, y fue odiada por un pueblo acosado por el hambre. María Antonieta perdió la cabeza, pero sospecho que nunca la tuvo, pues creía que la monarquía borbónica francesa fue establecida por Dios, y por ello no aceptaba la idea de que la realeza fuera igual que sus súbditos (era gente de muy baja calaña, bajísima), además, la muy cochinota empolvaba sus pelucas con harina, cuando muchos franceses no tenían pan.

Precisamente en eso se asemeja a la Guevara. Cuando le dijeron que el pueblo de Francia no tenía pan para comer, respondió: “Que coman pastel”. Claro, muchos pensarán que eso en Cuba sería un alivio. Pero tampoco hay pastel. La gente de baja calaña suele no comer pastel. Es más, no come nada de nada.

Las dos, o “ambas las dos” o las dos ambamente, padecen del mal de los alpinistas: delirio de altura. Una porque pensaba tener sangre azul y la otra por sangrona. La reina, tal vez por usar aquellas pelucas altas y enharinadas, tenía su complejo de cake de bodas y miraba así, desde lo alto, por encima del hombro. La otra mira como si viviera en la cordillera de los Andes y allá abajo, muy abajo, donde se reproduce la baja calaña, habitara gente que inca. A lo mejor ella y los hijos de los mayimbes, la claque, los vástagos de los pinchos, siguen viviendo en una realidad paralela no saben para qué y quedan lelos, y piensan que el futuro les llegó antes que a nadie y que son en realidad “el hombre nuevo”.

En su defensa diré que Aleida Guevara March tiene una misión en la vida. Además de salir al mundo a defender los logros de la revolución cubana (que cree que fue establecida por Dios) quiere que la policía tome el sartén por el mango, pero no ha dicho si viajará al extranjero a comprar sartenes para cada agente del orden, “avispa negra” o integrante de las tropas especiales. Hay quien sospecha que Aleida saldría por el mundo, aunque no tenga nada que defender ni le alcance el dinero para comprar sartenes.

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La obesa hija de Ernesto Guevara estudió idiomas desde pequeña. Se preparó temprano, y hoy día su pronunciación en argentino es casi perfecta, aunque en uruguayo deja mucho que desear. De niña la dormían con la bien timbrada voz de Atahualpa Yupanqui, y eso le inoculó en el cuerpo el lento ritmo de la milonga. Luego, ponían a la niña a recitar diariamente el Martín Fierro, pero pocos minutos, no fuera a ser que se le montara el espíritu de un gaucho, que en definitiva son los pobres de la pampa. Después, tras una rica merienda que reforzaba su pronunciación porteña, ingiriendo gelatinas Gardel, la mandaban a pasear para que se le desarrollara la Patagonia y no estuviera gorda. No resultaron ninguna de las dos cosas.

Así que su distanciamiento del pueblo no es completamente culpa suya. Si a diario creía jugar en la Recoleta, y que cada vecina suya era una madre de la Plaza de Mayo, y en la escuela sus compañeritos gritan que quieren ser como su papá, eso le crea una melcocha cerebral que nadie ha podido operar todavía porque no aparece en los libros.

Esos son los peligros de querer inventar un hombre nuevo, que cuando estás ilusionado, esperando un Frank País, te sale un Frank Estein. Y es comprensible, porque lo nuevo quiere renovarse y cuando llega lo nuevo, lo nuevo tiene mucho olor a viejo que lo viejo no comprende.

Hay quien sostiene que el padre no se lanzó a la aventura revolucionaria por romanticismo, sino para estar lo más lejos posible de ella. Aunque el papá también se las traía. Era denso, densísimo, como si le hubieran echado arena de río al mate. No por gusto le dio una vez por ser poeta y escribió cosas como: “Vámonos, ardiente profeta de la aurora,/ por recónditos senderos inalámbricos/ a liberar el verde caimán que tanto amas”. Y el profeta de la aurora, ardiente como era, le dio candela a la isla y los caimanes perdieron los dientes.

No sé dónde podría vivir Aleida Guevara cuando pase lo que tiene que pasar y Baja Calaña sea una provincia de la isla, una de las más importantes y productivas. A ella no habría que cortarle la cabeza. Con una liposucción se calma.

 

Portada: Ilustración de Armando Tejuca/ ADN Cuba

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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