Necesitamos a pollo

¿Qué pensarían los extraterrestres de una isla llamada Cuba llena de pollo comprado a Estados Unidos, pero cuyos dirigentes repiten que están bloqueados?
Ilustración de pollo de Estados Unidos en Cuba
 

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En una narración poco conocida de Ray Bradbury los extraterrestres llegan a nuestro planeta y aterrizan su nave en una isla depauperada, donde la gente deambula como zombis y se reúnen todos cada atardecer para realizar un extraño ritual: lamentarse de algo que llaman “el bloqueo”, y que nadie entiende y luego comer pollo.

Es el año 3267 y los habitantes del espacio descubren que aquel sitio es una isla rodeada por el mar, que se llamó Cuba y que hay grandes existencias de pollo congelado que fuera comprado por las autoridades que alguna vez mal dirigieron el sitio a un gran país del norte, y por el que la gente pasaba el día haciendo largas filas, a veces molotes y cuando accedían a algún trozo, se veían obligados a consumirlo de inmediato, porque no había cómo conservarlo.

Luego revelan que hubo un momento del pasado en que sus habitantes habían pensado que el pollo se había extinguido, y que sobre la tierra no existía nada más que pudiera comerse. Habían desaparecido de todos los rincones de aquella isla las vacas, toros, terneros y búfalos y avistado rara vez ejemplares caprinos, como si las ovejas y chivos hubieran pasado a la clandestinidad. Solamente existían en algunos libros cuadrúpedos, moluscos, organismos unicelulares. El pollo congelado fue la única ave superviviente, al punto que fue declarado Ave Nacional.

Leyendo esa obra y siguiendo la prensa especializada, es decir, la que no se hace dentro de la isla, uno corre el peligro de terminar cacareando y luchando denodadamente para levantar el bloqueo yanqui en caso de que exista. No puede ser saludable que la población de un país ingiera como dieta esencial esa carne emplumada, blanca, blanda, atravesada por huesos traicioneros día tras día, o un día sí y otro no, o de vez en vez, de cuando en cuando y de donde en dónde.

Nadie tomó en cuenta tampoco entonces las advertencias de un jefe de estado inca, que radicaba en La Paz, Bolivia, es decir, un incapaz, llamado Tupac Evo Morales, que alertara sobre la afectación glandular que ocasionaba en los varones la ingesta de pollo. El estado cubano había decidido alimentar a sus habitantes como si aquello fuera una granja y no iba a gastar ni un centavo más en otras calorías. Si la gente necesitaba calor y calorías, que se pusieran al sol. Quizá por eso comenzaron también a quitar el servicio eléctrico, y así las calorías eran parejas.

Los hombres del espacio del cuento de Bradbury no profundizan más en la historia de aquel sitio donde aterrizaron, por eso nunca supieron que el pollo era el único alimento que el gobierno de aquellos parajes, que fuera una vez un país, podía comprar, porque era muy barato y les resolvía. Si se hubieran puesto a escarbar para entender por qué los humanos que vieron al llegar tenían algunas plumas en la cara y en los brazos, hubieran visto noticias como esta, del lejano año 2022: “Pese al embargo, la exportación de pollo de EE. UU. a Cuba alcanza un tercer récord en las últimas dos décadas. La compra de carne de pollo congelado da un salto del 33% en febrero en relación con el mes anterior. También se reduce el valor”.

Posiblemente no entendieran que un pollo congelado hubiera dado un salto del 33 %, y que por eso se redujera su valor. Habrían muerto esos seres siderales si buscaran en el pasado de aquella tierra visitada y encontraran los diversos tipos de pollo que existieron durante la llamada revolución socialista: “pollo de cuota”, “pollo piloto”, “pollo de dieta”, “pollo normado”, “pollo liberado” o “pollo por pescado”. Hubo alguna vez otras variantes, como “mortadela de pollo Nobel”, pero ese concepto afectaría a cualquier marciano, saturniano o venusino, provocándole cráteres mentales.

También existieron alguna vez en el pasado el “arroz con pollo”, que resultó ser una creencia falsa, y “los pollos de mi cazuela”, pero se esfumaron sin penas ni glorias, porque según el resto de la letra de la canción, no eran “para mi comer”. Los investigadores dejaron testimonio de una época sombría, que fueron todas, donde el estado prohibió de manera total y terminante –era un régimen terminal y totalitario que no terminaba de terminal– cantar una inocente canción infantil, que había pasado de abuelos a nietos y que decía en su simpleza: “Los pollitos dicen pío-pío-pío cuando tienen hambre, cuando tienen frío”.

Pero la realidad cruda y emplumada hizo perder a aquel temita infantil e infanticida su pureza original. La crisis que se cebó con aquella tierra dejada de la mano de Dios –la crisis era la única que se cebaba en aquel tiempo– convirtió la tonadilla en un canto subversivo que sacaba de sus casillas a la policía y a los esbirros de cualquier pelaje. No hubo vez que un maestro invitara a cantar la canción, que los niños, hambreados y friolentos, no entonaran, con sus vocecitas destempladas, tras la primera parte de: “Los pollitos dicen pío-pío-pío cuando tienen hambre, cuando tienen frío”, solamente un piar interminable: “Pío, pío, pío”.

Más allá de que los terrícolas de aquella isla a la deriva –muchos derivaron hacia lejanas tierras– no estaban para piadas ni pollonas, nunca llegaron a entender lo que decía la prensa. Aquel triunfalismo, que era un recurso sicológico del perdedor para darse ánimos, mientras le reventaban el rostro, los riñones, los arcos superciliares y las narices –todas– funcionaba a esa altura como una burla. Una nota como esta era motivo de discusión entre padres e hijos, separaba matrimonios y quitaba el ánimo a la hora de protestar contra el bloqueo imperialista: “El Gobierno cubano invirtió 130 millones de dólares en comprar pollo a EE. UU. en los primeros seis meses del año. Pese a la cantidad de pollo comprado a EE. UU., la población cubana no ve la diferencia y sigue padeciendo la escasez del alimento”.

Llegó un momento en que la televisión comenzó a transmitir programas didácticos para que la gente no olvidara a qué se referían cuando se hablaba de “alimento”. Y comer pollo y hacer colas se convirtieron en las únicas actividades que realizaban los que iban quedando en la espesa oscuridad que comenzó a envolver aquella tierra, rota cada vez en menos ocasiones por el resplandor de un hotel que esperaba por los turistas.

Al final de todo, cuando aquellos extraterrestres abordaron nuevamente su nave para ir en busca de sitios más interesantes, ya no quedaba allí casi nadie. Se sospecha que un breve espacio de tiempo después los únicos seres más o menos vivos iban a ser un ejemplar de un extraño pez llamado claria, y un pollo. Lo más probable era que el pollo se merendara a la claria, a pesar de que aún estaba bastante congelado.

 

Ilustración de portada: Armando Tejuca/ ADN Cuba

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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