Desde hace muchos años la propaganda oficialista hace infructuosos llamados a obrar en conciencia, a trabajar voluntario por conciencia. Años atrás, nuestros abuelos nos decían que siempre seremos juzgados en el tribunal de nuestra conciencia; otros afirmaban, burlándose, que su conciencia era verde y se la comieron los chivos. Más recientemente, los debates suscitados por los contenidos del Código de las Familias han puesto una pregunta esencial sobre la mesa: ¿qué es primero, la ley o la libertad de conciencia?
Creo que el adoctrinamiento, la propaganda, la mentira y la simulación por el miedo, han contribuido durante más de medio siglo en Cuba a preterir o desvalorizar, por olvido o por analfabetismo ético y cívico, qué es la conciencia, cuál es su importancia y por qué debe ser el tribunal que dicte todas nuestras conductas. Los invito a refrescar primero los conceptos y luego la aplicación a nuestra situación concreta en Cuba.
¿Qué es la conciencia?
En nuestro libro de texto de Ética y Cívica (Ediciones Convivencia, 2014) se explica:
“Conciencia viene del latín cumscire que significa 'saber con'. Es decir, tener conciencia de sí y de lo que uno hace; es 'saber de uno mismo, como si uno fuera otra persona'. A la conciencia se le ha llamado también: testigo de uno mismo, juez, acusador, 'ser responsable', 'el gusano de la conciencia', 'consultar con la almohada', 'ser responsable', 'Pepito grillo', etc”. (p. 471).
Por tanto, la conciencia es el sagrario personal al que solo uno mismo puede entrar y donde uno mismo debe tomar sus decisiones. Manipular, voluntariosa y sistemáticamente, las conciencias ajenas es un crimen de lesa humanidad. Intentar que las órdenes de otros, la ideología oficial, otras religiones, leyes humanas, instituciones o gobiernos, dominen y repriman nuestras conciencias es inadmisible desde el punto de vista ético, cívico, legal, desde todo punto de vista. No dejemos que violen o atropellen nuestra conciencia. El mismo Dios nos ha creado libres y respeta nuestra libertad, incluida la libertad de conciencia.
Diferencias entre la conciencia psicológica y la conciencia moral
Ahora bien, con frecuencia se confunden las dimensiones o estructuras de la conciencia:
“La conciencia psicológica es la 'estructura del ser', mientras que la conciencia moral es la culminación de esa estructura. La conciencia psicológica une el pensar, el sentir y la voluntad. Es la conciencia 'testimonio' que nos dice qué es lo que hacemos o pensamos, mientras que la conciencia moral es conciencia 'juez', que nos dice si lo que hemos hecho o vamos a hacer está bien o mal. La conciencia psicológica es la conciencia 'feliz' porque no juzga nuestros actos, solo toma nota de lo que hacemos, mientras que la conciencia moral es una conciencia 'comprometida' que siente el cargo de sus actos, su gravedad o ligereza. La conciencia moral es la norma interiorizada de la moralidad de una persona” (p. 471).
La conciencia psicológica es en orden al “Ser”, de “quién soy”, mientras que la conciencia moral es en orden al “Qué hacer”, “qué debo o no debo hacer”. Ambas dimensiones se complementan y forman una unidad.
La conciencia moral debe tener tres características: Inviolable, nadie tiene derecho sobre ella. Formada, es decir, hace su escala de valores libre y responsablemente. Adecuada, es decir, que esa formación sea coherente con la verdad objetiva. En Cuba, con mucha frecuencia, se violan estas tres características. Hoy quiero hacer hincapié en las cualidades que debe tener una conciencia bien formada.
¿Cómo medir una conciencia bien formada?
Existen tres cualidades por las que podemos 'medir' la actuación 'correcta' de la conciencia, aunque sabemos que no hay conciencia pura. Pero existen algunos parámetros que pueden servir de 'herramientas', de instrumentos para medir la actuación de la conciencia moral. Estos son:
Rectitud de conciencia (conciencia recta), aquella que es sincera consigo misma, que no se autoengaña, que es auténtica y reconoce el bien y el mal que la persona realiza sin ponerse máscaras interiores. Es la transparencia interior, la verdad con uno mismo. Por ejemplo: una persona sabe que está obrando mal, pero encuentra cien justificaciones interiores para valorar positivamente esa actuación errónea. Esta es la fuente de la doble moral: que juzga interiormente algo como malo y se engaña a sí mismo justificando que es bueno para tranquilizar su conciencia.
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Verdad de conciencia (conciencia verdadera): Es aquella que logra encontrar una coherencia, una adecuación, una identificación entre la verdad interior o subjetiva (cuando se parte de la rectitud personal de su conciencia) y la verdad objetiva que existe independientemente de si la persona tiene conciencia recta o no. No tiene conciencia verdadera aquella persona que tenga como una verdad interior o subjetiva que la venganza es hacer justicia, puesto que objetivamente esto no es una verdad, la venganza es contraria a la justicia. Es la coherencia con la verdad objetiva.
Certeza de conciencia (conciencia cierta): Es aquella que es capaz de deponer la duda que comúnmente surge ante unas alternativas de actuación. Si alguien no tiene todavía certeza de conciencia, no decide si quedan dudas que no se han podido superar, deponer o aclarar. Es el origen de la abstención, puesto que la persona no tiene la información o la formación o el criterio claro, para actuar con conciencia cierta. Debe deponer las dudas antes de decidir. Debe buscar aclaración, más afirmación, más consejo.
Para actuar con “buena conciencia” es preciso que haya conciencia recta, verdadera y cierta. Esto garantizará una conciencia moral bien formada y adecuada. Esta es la garantía para un buen discernimiento ético: examinar nuestra conciencia según estos “parámetros” o “medidas” e interiorizar (hacer nuestros) los valores que hemos priorizado en la escala personal.
Propuestas
Cada persona debe hacer un examen de conciencia. Evaluar su conciencia moral calificando cada uno de estos tres aspectos: ¿tenemos conciencia recta, somos sinceros, o nos engañamos por dentro a nosotros mismos por miedo, por conveniencia, por maldad? ¿Tenemos conciencia verdadera porque buscamos fuera de nosotros la verdad objetiva o solo escuchamos lo que nos conviene para justiciar nuestras malas decisiones o actuaciones? ¿Buscamos la información y la formación adecuadas para salir de las dudas de conciencia o somos los eternos indecisos o confundidos?
Las familias debemos educar a nuestros hijos en estas tres cualidades de la conciencia moral. Debemos enseñarles a no engañarse a ellos mismos, a buscar la verdad y no solo su verdad oportunista y a ser personas decididas que busquen deponer las dudas e incertidumbres para actuar según su conciencia.
La escuela, y sobre todo la Iglesia, deben introducir, sin falta, la formación moral de las conciencias. No adoctrinando, no manipulando, sin ideologizaciones. Solo dando instrumentos como estos para que cada educando aprenda a tener una conciencia recta, verdadera y cierta.
Las leyes, las instituciones y los gobiernos tienen la obligación de reconocer el derecho a la libertad de conciencia, el deber de educar las conciencias y cumplir con su misión de crear un marco legal que proteja la inviolabilidad, la formación y la objeción de conciencia.
En resumen: actuar en conciencia sí, apelar a la conciencia también. Pero primero y siempre hay que formar las conciencias en la rectitud, en la verdad y en la certeza. Recordemos al primer formador de la conciencia personal y nacional en Cuba, el venerable padre Félix Varela: “Se trata de formar hombres de conciencia y no farsantes de sociedad”.
Tomado del Centro de Estudios Convivencia