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Lloro por tu ausencia

¿O es que la decencia se la han tragado los dirigentes y por eso están voluminosos y redondos?

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Ilustración
Armando Tejuca | Ilustración

Actualizado: Fri, 12/08/2023 - 11:24

El regordete dirigente de Corea del Norte se ha echado a llorar en público. 

La noticia, llena de asombro, lo dice: “El líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, entre lágrimas, pidió a las mujeres de Corea del Norte tener más hijos”. Se lo reclamó a las mujeres porque ni él ni los miembros de su ejército pueden parir, y lo sabe. Al menos sabe eso. Y también sabe y reconoce que la natalidad en su país “se ha visto afectada por una crisis alimentaria a raíz de la pandemia”.

Lo que no queda claro es que si, cuando se refiere a la pandemia, está hablando del COVID-19 o de la dictadura feroz que instauró su abuelo en el país, y que han continuado y perfeccionado su padre y él mismo. Y a pesar de toda su dureza, y de la dureza de su padre y abuelo, y de que se da un aire a Bruce Lee, pero más ancho (en realidad parece cuatro Bruce Lee), Kim Jong-un lloró. Vertió sus lagrimitas, tal vez de cocodrilo, ante el vacío que dejaban en él los futuros coreanitos que lo pudieran corear, pero que no han nacido. Cada vez que ponen un pie fuera del útero se huelen lo que les espera y se esconden.

Porque es terrible mirar en derredor y ver que tu pueblo merma, que suenan cada vez menos aplausos, que no ves niños en las calles jugando y riendo con esa alegría contagiosa. Mira, sin ir más lejos, en Cuba pasa lo mismo, pero ningún gordo llora a la orilla del mar, mirando el horizonte por donde partieron cien, doscientos, mil.... Bueno, no exageremos: “425,000 migrantes cubanos fueron encontrados en la frontera sur de los Estados Unidos, de los cuales 200,287 llegaron durante el año fiscal 2023”.

Y ningún miembro del comité central del partido estuvo en el aeropuerto, ni en los arrecifes, dándoles un abrazo y diciéndole a cada uno: “Hermano, buen viaje, vuelve pronto. Esta es tu casa”. Qué vergüenza, qué falta de educación. Así se van de la isla y lo hacen con un sentimiento amargo, como de que nadie los quiere. Que son un detritus, una escoria. Y eso que a muchos la policía los abrazaba a cada rato. Si hasta se los llevaban para sus estaciones para disfrutar de su compañía. 

¿Se sentirán diferentes los dirigentes cubanos de como se siente Kim Jong-un? Mira que los hay que poco tienen que envidiarle al gordito del pelado raro. Es que en Cuba se ha ido perdiendo la decencia, dicen los más viejos. Otros afirman que en la isla se ha ido perdiendo de todo. Y qué más da, si la decencia no te llena el estómago, ni sirve para ponértela en los pies o para curarte una enfermedad. ¿O es que la decencia se la han tragado los dirigentes y por eso están voluminosos y redondos?

Lo primero que ha desaparecido es el seso, aunque también el corazón brilla por su ausencia. Más allá de algún mensaje bastante picúo del Puesto a dedo, o algún insulto solariego de la primera dama, la Machi, en la isla se perdieron los estímulos, las palabras de aliento y las asambleas donde te daban un televisor o una lavadora. El gran escritor cubano Edmundo Desnoes, que acaba de morir, ha retratado esa situación. En referencia a Miguel Díaz-Canel, dijo: "El presidente de ahora tiene un aspecto saludable y un buen corte de pelo, pero no creo que vaya más allá de eso".

Posiblemente la cúpula militar y los edecanes civiles que se encargan de hacer recados y mandados dirán que ya no hay sentimientos por culpa del bloqueo. Yo creo que es porque en la última y desagradable constitución de eso que ellos se empeñan en nombrar República, pusieron al partido por encima de todo. Allá arriba, en el copito. Nada alcanza la altura del partido, nada lo iguala, ni puede gritar más alto, ni parecer más grande. La verdad la dice el partido, aunque sea mentira. El partido es lo más sublime para el alma divertir. El partido, es decir, ellos mismos, además de ser inmortal, es lo más más, y lo que más defeca y orina en el mundo mundial. Lo que no se le ha ocurrido al partido no existe, o es pésimo para la salud.

De ahí que no hay un dirigente que valga la pena en los arrecifes cuando alguien va a empujar una balsa y hacerse a la mar. ¿Y en el aeropuerto? ¿Por qué no hay siquiera un dirigente a nivel provincial o municipal o de la Unión de Jóvenes Comunistas o del Poder Popular, al pie de la escalerilla de los aviones donde van cubanos en viaje definitivo? ¿Es tan doloroso para ellos decir adiós, regalar un abrazo, demostrar un poco de angustia, tristeza o cariñito patriótico?

Ninguno lo hace. Y el que se va se marcha con un sentimiento de que sobra, de que no es querido ni valorado y de que en Cuba jamás le van a dar a la gente el vasito de leche que prometió Raúl Castro o de que la economía no levantará cabeza ni se va a cumplir el compromiso de los diez millones de toneladas de azúcar. Y se sospecha que, en vez de azúcar, los diez millones fueron de sal, porque mira que esa tierra tiene salación.

Y la población sigue disminuyendo. Entre los viejos que pierden el embullo de vivir, los que fallecen porque no apareció a tiempo la medicina o porque lo que sí se consiguió rápido fue el derrumbe del edificio, y el empecinamiento de las mujeres cubanas en no traer al mundo más criaturas para que bailen twerking en la escuela primaria o sean como el che, en unos veinte años solamente quedarán en Cuba los del comité central, dos mipymes, cuatro o cinco aduaneros, alguna gente del minint y dos o tres policías que no van a dar abasto.

Con lo fácil que sería seleccionar despedidores, como si fuera una misión: tú para la orilla y los otros para el aeropuerto. Y con turnos, para que no falle nadie. Y si no saben poner cara de compungidos, mandar a esos cuadros a entrenarse en Corea del Norte con Kim Jong-un. Y si hay que llorar, se llora. Y se aprende a decir adiós a los que parten, aunque no se hayan dado de baja en la libreta de abastecimiento. 

Si los cubanos que abandonan la isla fueran despedidos así, con emoción y sentimiento, con amistad y optimismo, al llegar adonde van a llegar enseguida mandarían cosas y les pondrían recargas a sus familiares sin pensarlo, con alegría, como si todos los cubanos fuéramos una gran familia. Como si algunos, muchos, diría yo, hubieran escogido vivir en otras partes para aprender idiomas o porque no les asienta el clima de Cuba o porque hay mucho ruido últimamente.

Pero no, se empeñan en ignorarlos y en decirles “odiadores” y en tacharlos de enemigos, y así no hay cariño que se sostenga, ni patriotismo que se pueda mantener vivo. Con lo fácil que sería poner a un gordo en el malecón diciendo adiós. 

Aunque no llore.