Elisa estuvo en una cola para comprar detergente en el mercado del reparto Flores por seis horas y al final no pudo tener el producto.
“Llegué a las 10 de la mañana al mercado y para mi asombro estaba vacío. Cuando fui a entrar un policía me dijo que la cola se estaba haciendo al doblar de la esquina, para evitar la aglomeración. Fui y vi un mar de gente que se agolpaba bajo el único pino que resguardaba del sol. Pedí el último...”
Allí comenzó la “aventura” de Elisa. Cuenta que entraban a la tienda en grupos de diez, férreamente custodiados por un cordón de seguridad. Llamaban a nuevos clientes cada media hora, la cola no avanzaba. Lentitud, larga espera, sol, sed, hambre.
“Lo peor de todo era, que cada vez que venía el policía a organizar la cola, en vez de avanzar íbamos para atrás. No me lo explico. Si la gente entraba al mercado ¿cómo era posible que entonces el retroceso?”.
Al mediodía, lógicamente, la gente de la cola emprendió una protesta colectiva. Los policías alegaron que estaban allí para velar por el distanciamiento social, no para organizar los turnos. Un joven uniformado del Ministerio del Interior escaneaba los carnés de identidad, pero eso al parecer para nada servía. Algunas personas dijeron que era un método de intimidación, pues si se escaneaba el carnet de identidad era evidente que el orden estaba instaurado por ese mecanismo.
Tal vez por un desliz, el oficial aclaró que esa aplicación no era para organizar la cola, ni siquiera para prevenir que las personas compraran dos veces como se había informado en los medios. “Es para llevar un control estadístico, conocer el sexo de las personas en las colas, la edad, el municipio y provincia de origen, cosas así…”, dijo.
Esta explicación creó una atmósfera de aversión sobre el proceso organizativo policial y para justificar la demora en la entrada, un policía dijo que el problema radicaba en que había una sola cajera atendiendo en el mercado.
Un joven de la cola perdió los estribos y fue hasta la puerta, donde estaba el puesto de mando del operativo policial. Preguntó al teniente coronel al mando de la seguridad: “¿Por qué hay una sola cajera en una tienda tan grande y con tanta afluencia de público?”
La respuesta del oficial fue contundente. “¡Deme su carnet de identidad!”, llamó a otro oficial y le entregó el documento y le ordenó: “¡Condúzcalo a la zona neutral y notifícalo!”.
El joven al regresar a la cola, contó que se las vio grises en la llamada "zona neutral".
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“De repente me vi en un local rodeado de oficiales que llamaban por radio para verificar quién era yo, si tenía antecedentes. Me vi en un calabozo, procesado, tal vez enjuiciado. Tuve que bajar la cabeza y portarme bien. Hablar en voz baja, dejar que me asentaran en un registro. Regresé al fin a la cola, con el rabo entre las patas”.
Recuerda Elisa que en dos ocasiones vino un mayor a exigir el distanciamiento social y cada vez que lo hacía, su turno era más atrás que cuando llegó a las diez. Se corrió el rumor que el detergente se había acabado, pero la gente de la cola ni se inmutó por eso. Luego de tanta espera algunos dijeron que, aunque fuera a comprar cigarros y ron, entrarían a la tienda de cualquier manera.
Había una mujer de origen ucraniano que hizo muchas veces la misma pregunta: “¿Por qué no informan a la población cuántas unidades de cada producto tienen en la tienda, para que las personas calculen si alcanzan a comprar o no?”.
La ucraniana contó que vivía en Cuba desde hace unos 30 años. Vino cuando la tragedia de Chernóbil y era prácticamente una cubana más. Aseguró que en su país no existía tal desabastecimiento y lo peor era que no podía regresar. Dijo una frase muy cubana, tal vez escuchada a otros, que arrancó carcajadas en la cola: “Tengo que mamármela como el chivo”.
Casi a las cinco de la tarde los policías informaron que el mercado iba a cerrar y pasarían solo un último grupo. Pidieron nuevamente el distanciamiento social y ante la poca obediencia de la multitud, una gente sacó un talonario para intimidar con multas por propagación de virus a quienes no permanecieran separados. Elisa, fuera de sus cabales, le increpó al policía:
“¡Por favor, oficial, después de tanta cola por gusto, y tanta hambre y sed y miseria, el virus que entre en este cuerpo, queda loco! ¡Loco!”.