Era una foto muy buena, pero debido a un registro policial en el que me robaron el teléfono, la perdí. En primer plano aparecía el brazo de un hombre, sosteniendo un pescado por la cola, de fondo el mar.
El brazo era de un hombre mulato y la mano curtida por la vida. El pescado era una lisa de dos libras, su cuerpo alargado colgaba brillando bajo el sol de las diez. Su ojo negro y vidrioso miraban fijamente la cámara del teléfono. Atrás el mar, azul y tranquilo, común de un mediodía de marzo.
La foto fue tomada tras mucha insistencia, por la nota de color que añadía a la crónica: aquella hazaña de atrapar una lisa con la mano.
El hombre, que se negó rotundamente a retratarse por miedo a salir en Facebook contando el hambre cruel que lo obligó a tirarse al mar y perseguir la mancha de lisas en la playa de Jaimanitas, preguntaba constantemente si la Seguridad del Estado no iría a buscarlo por la foto para pasarle la cuenta.
Finalmente accedió a que le retratara el brazo sujetando el pez, no sin antes volver a indagar si era posible que la policía lo descubriera por la mano, y si existía alguna posibilidad que sus huellas digitales fueran ampliadas con zoom.
Para convencerlo, le expliqué que, en mi opinión, el principal protagonista de la historia era el pescado, que vivía libre en el mar, en medio de un cardumen de iguales, moviéndose alocadamente de un lado a otro en cualquier dirección, para no dejar tiempo al ataque de los depredadores, en la pequeña ensenada que bordea la playa La Conchita. Allí mismo fue atacada vorazmente.
Una vida tranquila dentro de una numerosa y alegre familia que de repente vio aparecer al depredador líder de la cadena alimenticia, el hombre, con dos hijos pequeños que alimentar y sin medios para sobrevivir. Que no contaba siquiera con un pedazo de red, o un anzuelo-mosca y una lombriz por lo menos. Solo tenía sus manos y su hambre y su responsabilidad de padre, que lo aguijoneó y le “puso un turbo” para perseguir la lisa, sin paz ni tregua, como un obseso, hasta que al fin la agarró y la hizo suya.
Es un pescado exquisito. Las mayores lisas pueden pesar dos libras y la rapidez con que se mueve el cardumen, en piruetas caprichosas y giros locos, las vuelven prácticamente incapturables para los depredadores que acechan los arenazos.
La mañana era clara y el agua estaba tibia, cuando de repente la sombra del hombre apareció como un rayo sobre ellas y consiguió apartar un ejemplar del compacto grupo. La lisa se vio acosada con saña entre los cabezos del fondo y tras dura lucha vuelta presa fácil en el arenazo, hasta quedar arrinconada en la orilla. Sobre el diente de perro vio venir el brazo, que la sacó afuera.
“Coger una lisa a mano limpia es imposible”, aseguró más tarde en el parque el viejo Chichi, famoso pescador de Jaimanitas, ya retirado, que escuchó la historia con atención y luego se echó a reír. “Por mucha hambre que se tenga, mucha, y demasiada desesperación, la lisa es el pez más rápido del mundo. Nadie puede coger una con la mano”.
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Tampoco dio crédito a la hazaña otro viejo pescador: Melquides, que tiene un bote llamado Esperanza atracado en el muelle del rio. Él asegura que ni con anzuelo ha podido capturar una.
“Son balas. Muy ariscas. Las pocas que he cogido han sido con la atarraya, después de mucha suerte y muchos tiros. ¿Pero con la mano? Imposible”.
Dos jóvenes que en aquel momento estaban en la orilla, fueron los únicos testigos y lo confirman: Yari, fumigador de la brigada del mosquito, y Kiki, que celebraba su cumpleaños y se tomaban una botella cerca del agua. Los amigos dijeron que era cierto, la cogió con la mano.
“Nosotros pensamos que le pasaba algo”, dijo Kiki, “porque se tiraba de un lado para el otro y viraba para atrás y saltaba de nuevo y luego nos dimos cuenta que perseguía algo. Cuando el pez saltó sobre el agua, vimos que era una Lisa y dijimos: ¡Vaya, otro que se quemó!, pero al final la cogió el muy cabrón, un caso en un millón”.
“Porque el pobre está pasando un hambre que no la brinca un chivo, con dos niños chiquitos. Está que muerde”, aseguró Yari, que es su vecino.
Muchos en el pueblo dicen que es imposible capturar una lisa sin los medios adecuados de pesca. Pero estos dos aseguran que el hombre del miedo a que su rostro saliera en la foto con su nombre y su hambre cruel, lo hizo.
Fue más veloz y persistente que ella, la lisa, que colgaba ahora de su mano, brillando bajo el sol de las diez. La prueba irrefutable de la hazaña. Mirando fijamente la cámara del teléfono perdido en el registro policial.