De la sarna y otras dolencias que en Cuba deben curarse con medicina tradicional

Una experiencia médica impactante vivió un pescador de Jaimanitas, al asistir a la consulta de infecciones cutáneas del Hospital Clínico de 26 y ver huir por la puerta de atrás al doctor de turno, ante la avalancha de pacientes aquejados de sarna
Foto: Tomada de Diario Las Américas
 

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Una experiencia médica impactante pasó Joaquín Vásquez, pescador de la localidad habanera de Jaimanitas, al asistir a la consulta de infecciones cutáneas del Hospital Clínico de 26 y ver huir por la puerta de atrás al doctor de turno, ante la avalancha de pacientes aquejados de sarna.

“Aunque llegué bien temprano, la consulta estaba llena. Fui a tratarme unos forúnculos que me salieron en la espalda, pero la mayoría de la gente estaba allí por sarna y era muy triste verlos, sobre todo a los niños, revolviéndose en la picazón y rascándose, y aquella cola que en vez de disminuir, aumentaba”.

“Al mediodía el doctor se paró en la puerta y anunció que era  imposible atenderlos a todos, porque el horario de consulta era hasta la 1:00 p.m. y tendrían que regresar el lunes. La noticia pareció remover la picazón. La gente convulsionó, protestaron… El médico se encogió de hombros y dijo que por humanidad trabajaría una hora extra, ni un minuto más. Pasó a la consulta al próximo en la cola y cerró la puerta”.

Cuenta Joaquín que al verse rodeado de personas con sarna y la prolongada demora para ser atendido, temió salir del hospital contagiado de otro problema además de forúnculos. Recordó que en su impaciencia por tan inútil espera se había sentado en dos sillas y recostado tres veces a la pared del vestíbulo, parecía inevitable que se infestara. Los forúnculos le dolían y le ardían, pero eso no era nada, comparado con el llanto de los niños y la desesperación que producían los ácaros en su faena bajo la piel.

Dice que había un hombre rascándose contra una columna de la entrada, con tanta vehemencia que casi rompe su camisa y una niña de tres años que limaba su mano con el brazo de la silla, como el arco de un violín. Fue al bebedero y desistió de hidratarse al ver a la anciana que lo predecía frotar el dorso de la mano en carne viva contra la fuente.

“A eso de las 2:00 p.m. salí al parqueo, a fumar”, relata Joaquín, “y también para alejarme un poco de la amenaza de los ácaros, que casi percibía bullendo en la gente y flotando en el aire y fue cuando lo vi, venía con paso apresurado, de repente había cerrado la consulta y salió a la precipitada por la puerta del fondo,  dejando el lobby lleno”.

“Como no me quedaba nada más que hacer en el hospital me fui a la parada, a coger el ómnibus, donde lo encontré y me contó que su mujer estaba embarazada de ocho meses, era hipertensa y estaba sola en la casa. Además aquella consulta era un bluff, porque en la farmacia no tenían medicamentos contra la escabiosis”.

“Lo siento en el alma por los niños, pero no puedo hacer nada. Escribirle una receta es por gusto. Recetarle baños de hojas de guayaba eso lo conocen de la casa por los abuelos. Tengo que irme rápido, ando atrasado, me preocupa mi esposa, que desde hace una semana no tiene pastillas para la presión. Por suerte, es  médico psiquiatra y sabrá prepararse un agua con limón y caminar descalza, no comer pan ni tomar café, y repetirse como un reloj que la vida es una sola y no se puede coger lucha con nada”.

 

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