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La mancha de las antorchas

El dictador Díaz-Canel participa en la marcha de las antorchas en Cuba confundiendo a sus acompañantes con próceres históricos

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Armando Tejuca | Mapa

Actualizado: Wed, 01/31/2024 - 16:52

-Es 27 de enero del año 2024, un día antes del cumpleaños del Maestro, que también es el apóstol de Cuba, y guía imperecedero del comandante invicto, el compañero Fidel. He comenzado a hacer la marcha de las antorchas y en cuanto regrese a casa, buscaré a alguien que me diga qué quiere decir “imperecedero”. Como tenga que ver con el imperialismo o con el criminal bloqueo, haré que la borren y la prohíban. 

Soy Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, y la revolución ha puesto sobre mis hombros cumplir con los sueños de Martí y de Fidel; somos continuidad. 

Diciendo esto, el Puesto a Dedo emprendió la marcha hacia la Mancha de las antorchas, que se celebraba cada año como para ofender más al apóstol. Semejaba un río de fuego, y mejor sería dedicarlo al cacique Hatuey, que había muerto quemado en la hoguera por los conquistadores españoles. Hoy se extrañan aquellos conquistadores, pensó el guajiro narizón, porque la revolución necesita del fuego de las inversiones extranjeras.

Echó a andar detrás de los guardaespaldas, hasta que se dio cuenta de que debía ser al revés, que por eso se llamaban así, “guarda espaldas”, pensando que este desfile iba a quedar deslucido porque el país casi no tenía petróleo y era un crimen enchumbar la punta de las antorchas con el barril que le había comprado el gordo Marrero a GAESA.  

Ya no había combustible para las patanas turcas rentadas a la empresa Karadeniz Holding ni los grupos electrógenos emplazados en Moa. Y si no encienden esas patanas, el pueblo no podría disfrutar de las telenovelas turcas, que tanto gustan. Fue uno de sus acompañantes quien le aclaró que las telenovelas no se transmitían desde las patanas, aunque fueran del mismo país. 

Llegó, metió la punta de la antorcha en el cubo repleto de petróleo, pero lo tuvieron que ayudar, porque había metido la punta que no era. Él lo agradeció y dijo unas palabras de aliento a quienes vigilaban el combustible: “¡Avanzamos, y eso les duele!”, y volvió a incorporarse a la vanguardia de la marcha, enarbolando la tea, pensando que Cuba estaba en la idem, y comenzó a hablar con el personaje que tenía a su lado, confundiéndolo con José Martí.  

-Qué bueno es caminar junto a usted, Maestro, y preguntarle qué le parece que el comandante en jefe Fidel haya cumplido todos sus sueños, y que nosotros, que somos continuidad, los mantengamos vivos. Ya sé que a usted no le simpatizaba mucho Yusuam Palacios, con su descarga. Estar en boca de ese tipo no es fácil. A mí tampoco me cuadraba, Maestro; por eso se fue por el tragante. 

Díaz-Canel se queda en silencio con la antorcha enhiesta, esperando que Martí le diga algo, una señal de aprobación, o un signo de molestia. Al final, viendo que su acompañante no contestaba, decidió seguir con su babita: -Maestro, quiero decirle que he leído casi toda su poesía. De sus “Versos sencillos” me encanta aquello de Los zapaticos me aprietan, las medias me dan calor. Y siempre recito en la ducha ese poema suyo que dice: Pasarás por mi vida sin saber si pasaste. Pasarás en silencio por mi amor, y al pasar...  

Entonces, su acompañante lo interrumpió. Le dijo que ese poema no era de José Martí, sino de José Ángel Buesa. Que el apóstol jamás se hubiera atrevido a escribir algo tan imbécil como Los zapaticos me aprietan, y que él no era José Martí, sino José Ramón Machado Ventura.  

Díaz-Canel movió la antorcha hacia arriba y hacia abajo, sorprendido, y le quemó las cejas a un joven tracatán que se había acercado mucho. Sin mucha pena, es decir, sinvergüenza, le dijo al viejo dirigente que por eso lo veía tan bajito, que si fuera Martí su estatura sería inmensa. Entonces aceleró el paso y se puso a la altura de Esteban Lazo, que era difícil. Es decir, difícil de confundir con nadie.  

Lazo le preguntó si ya había obtenido los 23 tomos con las Obras Escogidas de Fidel, y el Puesto a Dedo le dijo que sí, que la Machi había comenzado a leérselas para tener algo de qué hablar por twitter, y Lazo le llamó la atención de que el general Guillermo García estuviera caminando hacia atrás en la procesión. Díaz-Canel lo atribuyó a la ingesta de avestruz en demasía. Lazo prometió averiguar qué significaba la palabra “ingesta” en cuanto llegara a su casa.  

-Yo creo que eso de “ingesta” tiene que ver con el Granma y el Moncada, ingestas heroicas - dijo bajito y dio un giro extraño, como si estuviera en Santiago de Cuba, fuera la madrugada del 26 de julio y se dirigiera a atacar precisamente el cuartel Moncada. Pero rectificó y caminó con la antorcha en sentido contrario, como de seguro hizo Fidel aquella madrugada en la que no llegó al combate, pero sin antorcha.  

Iba pensando, si a eso se le pudiera llamar pensar, en algunos problemillas que había provocado el bloqueo a pesar de que Hugo Cancio hacía todo lo posible por romperlo, llevando autos de lujo a la isla. Si seguía así, Cuba no iba a tener a mano la justificación del embargo asfixiando al país, y en lugar de pollo, el pueblo tendría que chupar los huesos que quedaran, a razón de un hueso por núcleo.   

Su rostro se ensombreció más por la noticia de que “los campesinos de Sancti Spíritus no quieren vender a las empresas estatales el excedente en las producciones de leche para evitar los precios que le han fijado”. Por ese camino el compañero Raúl jamás podrá cumplir su sueño de que cada cubano tenga su vasito de leche, aunque esté cortada.  

Dio otra vuelta y pensó en los tiempos en los que era feliz, cantando La Guantanamera después de los actos de masa, y no le caían encima noticias tan funestas como esa de que habían alcanzado un nuevo récord negativo porque Cuba tenía la segunda población penal más alta del mundo, con 794 presos por cada 100.000 habitantes. Sacó rápidamente la cuenta, y si se seguía yendo gente del país, en tres meses llegarían al primer lugar, porque la cantidad de prisioneros seguiría igual o mayor.   

Entonces se dio cuenta de que había trazado un extraño recorrido y se había alejado de aquella mancha de las antorchas, y se sintió de pronto como un indio taíno que regresaba al bohío a rendir cuentas al behique, tras un absurdo areíto.  

Y con la antorcha en alto, pareciéndose a la estatua de la libertad, pero sin libertad, entendió que ese era el futuro que