Cuba detecta un nuevo virus, un virus terrible, cuyos devastadores efectos los científicos han descrito de esta manera: “acaba con la quinta y con los mangos. Con la economía y con el tabaco”. Ha sido bautizado como “El virus Murillo”.
No es el único, pero es, hoy por hoy, el más reciente y demoledor. Otros han podido estancarse, aislarse, minimizarse, beberse, envasarse y hasta exportarse. Y los hay que no le preocupan al cubano de hoy, como el virus brunorodríguez, que da por hablar sandeces y mentir, o el virus machadoventura, que no puede salir a ambientes abiertos porque se despeina.
El otro, el virus Díaz-Canel, no es propiamente un virus, sino una pústula extraña porque no tiene humor, y las pústulas se caen, aunque demoren en hacerlo.
Ya la pobre isla había sido asolada por constantes ataques virales de origen desconocido que habían logrado desmantelar, en buena parte, todo lo que se había logrado en medio siglo de desarrollo económico y social. Una epidemia que fue volviéndose endémica, cuyo primer brote había sido detectado en la Sierra Maestra, y que se fue diseminando por toda la geografía cubana en todos los niveles y logró debilitar el esqueleto que sostenía al país.
Pero “el virus Murillo” se fortalece ante cada ataque y multiplica sus efectos demoledores. Y engaña, porque parece inofensivo, pero es esa la propiedad que aprovecha para hacer de las suyas. Tiene mucha similitud con bacterias anteriores como la fidelcastrus, que hacía lo que se le ocurría en el momento, aparentando que había sido razonado y pensado largo tiempo, y no era más que un impulso ególatra, un arranque motivado por la adrenalina de sentirse dios en la tierra.
Aunque era fácil de predecir, “el virus Murillo” ha sorprendido a todos. Debe su nombre a un corpulento personaje, que, más que corpulento, es algo así como grueso, o de talla extrema, fornido y abultado en el Ecuador, de dimensiones inabarcables, que es lo que cualquier sastre, viendo el desastre, calificaría de obeso, más bien gordo.
Un gordo que ha pasado por varios puestos y no da la talla porque todo lo embrolla, ya que no ensaya: es Marino Murillo, que tiene un ancho currículo y un quehacer incansable e insaciable. Mucha gente desea que estreche un poco el currículo y que el quehacer lo canse, porque lo suyo es deshacer.
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Marino, como le diremos de aquí en adelante, tiene una gruesa hoja de servicios. Nadie sabe de dónde salió, aunque se sospecha que, por ley no escrita, en algún momento tuvo que pasar por esa fábrica de asnos con guayabera que es la escuela del partido “Ñico López”.
Lo cierto es que el referente directo del nuevo virus parece la respuesta de la revolución a las provocaciones del enemigo imperialista, sobre todo de la era de Donald Trump. Si Trump quería levantar un muro, la isla combatiente puso un Murillo. No es alto, pero ya se ha visto lo que no deja pasar.
Marino Murillo, que no es marino porque parece perderse con frecuencia, tiene del mar lo profundo de sus pensamientos y la hazaña de que con él el pueblo cubano casi se ahoga. Es licenciado en Economía. Fue vicepresidente del Consejo de Ministros y miembro del Consejo de Estado. Después comenzó el cachumbambé político, esa quiniela donde hoy eres algo y dos días después te conviertes en noticia en la prensa, donde se dice que “el compañero fue relevado del cargo y pasará a desempeñar otras tareas”.
Nunca dicen qué tareas, ni que la cagó en el puesto anterior. Así que Murillo, casi convertido en virus, ocupó diversos cargos y responsabilidades, llegando a ser entre 2009 y 2011 ministro de Economía y Planificación.
En septiembre de 2014 fue nombrado nuevamente al frente de la cartera de Economía, cargo que alternó con el de vicepresidente del Gobierno y jefe de la Comisión Permanente para la Implementación y Desarrollo de los Lineamientos del Partido, hasta que el 13 de julio de 2016 fue liberado como ministro para mantenerse como vicepresidente y jefe de la comisión partidista.
Ese ha sido siempre el gran error. Liberar a una persona, sobre todo a una persona peligrosa, que pudiera desatar grandes catástrofes. Ya lo vimos cuando Fidel Castro fue liberado de la prisión de Isla de Pinos. Algunos años más tarde comenzó la rebambaramba.
Marino es autor de la famosa y brillante frase que describe el declive de Cuba: “La inflación minorista ha sido la principal desviación de la Tarea Ordenamiento”. En sus continuas apariciones televisivas, en las que explicó sin que el pueblo entendiera ni sospechara que le venía encima la debacle, este economista multiuso habló de “los costos” como culpables del desastre, pero en realidad quiso decir “las costas”. Es una especie de dislexia política en la que se termina echando la culpa de todo al bloqueo.
El bloqueo es como el totí, sirve para cualquier cosa, pero no saben que “el bloqueo es agrio, pero es nuestro bloqueo”. Y no se dan cuenta de que “el virus Murillo” es peor que el bloqueo. Es más, es realmente el que bloquea.
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Ahora, ya “relevado” o “liberado”, ha ido a dar con su obesa inteligencia al Grupo Empresarial de Tabaco de Cuba (Tabacuba), y en los pocos días en que ha estado al frente de esa empresa ya “Tabacuba hizo quebrar a decenas de vegueros cubanos”.
No es que se espere una nueva “Rebelión de los vegueros”, aquella que sembró de cadáveres colgantes lo que luego fuera la calzada de Diez de octubre”. Además de que ahora mismo no hay donde ahorcar a nadie porque se caen los balcones, “los vegueros cubanos solo tienen dos opciones: continuar vendiéndole sus cosechas al grupo empresarial del Estado o abandonar la producción de tabaco”. Ya hay algunos que han comenzado a sembrar malanga, a ver si un día se pudiera fumar y, de paso, alimentar.
Nadie en las altas esferas se ha dado cuenta de que “el virus Murillo” es letal, y que por donde pasa no vuelve a crecer la hierba, como sucedía con Atila el Huno. Si Atila era el uno, Murillo sería el dos, o el tres, porque el comandante también padecía de lo mismo, pero con mayor diversidad. Tal vez han designado al compañero Murillo al frente de Tabacuba para acabar de una vez con el peligroso hábito de fumar.
Sería bueno que alguien “liberara” a Murillo de lo del tabaco y lo designaran ministro de Salud Pública, a ver si un día en Cuba se acaban las enfermedades, o los enfermos. Pero sospecho que “el virus Murillo” podría terminar con los hospitales, la medicina y la salud. La poca salud que le queda al pueblo de la isla.
Hoy por hoy, el grito que se escucha en cada cuadra y en cada barrio es este: “Si viene Murillo, pierdes el fondillo”.
Es que con este virus no se puede.