No camisas, guayaberas. Ellos usan solamente guayaberas. Y si fuera posible, poner a todas las guayaberas la V de “victoria”. Porque hay que ver lo que les gustan las victorias. Por lo menos hablar de ellas, de convertir el revés en victoria, de derrotar al enemigo, de salir victoriosos. Por eso necesitamos no guayaberas reforzadas, sino guayaberas de fuerza, como esas camisas que ponen a los dementes. O uniformes, pero de fuerza. Y no de fuerza bruta, que esa va por ellos.
Ha sido un día de victoria contra el fuego, y victoria genera victoria. Porque en Cuba, la dirigencia de la revolución que se revoluciona revolucionándose en su propia revolución, ha llegado a lo hondo, de lo simple a lo profundo, porque aman el amor y odian el odio, ya que, desde hace mucho se sabe que la técnica es la técnica, y sin técnica, no hay técnica.
Cuba se ha convertido en los últimos tiempos, digamos que, desde el segundo viaje de Colón, en un país bastante absurdo, con posibilidades de mejorar el disparate. Una de las características más llamativas es que los que mandan se titulan ellos mismos como “la dirección del país” en un país que va sin dirección.
¿Dije “un país”? Bueno, es que uno es optimista en las condiciones más atroces, que en el caso de nuestra isla serían “atrases”, pero, como también tiene algo penal y de presidiario, son definitivamente condiciones alcatraces.
Solo recuerdo a los historiadores y politólogos que en el futuro decidan, osadamente, tener a Cuba como material de estudio que respiren hondo y que les den a los pedales. Un sitio, posiblemente con categoría de país, donde las cosas pasan si un partido político, único e inmortal, lo decide, es peligroso para eso que los especialistas llaman la salud mental.
En esa isla que Cristóbal Colón, como si aspirara a ser ministro de turismo algún día, calificó como “la tierra más fermosa -no, no era fañoso, se pronunciaba así en aquella época en que la “hache” no era sorda”- que ojos humanos vieran”, los dirigentes se caen muchas veces para arriba, o no se caen, sino que pasan a desempeñar otras funciones, o cesan su funcionabilidad, como si fueran un aparato de oxígeno, una aspiradora o una máquina de helados que pierde una pieza, y creen ser una casta gobernante cuando en realidad son una caspa.
En esa ínsula rodeada de mar por todas partes, que en realidad está bañada por el mal azul o verde olivo, los que mandan son capaces de aparecer en la televisión nacional, obesos y obsesos, gordos y rozagantes, sin ningún rubor, en plena hambruna nacional. Y no solo aparecer, sino orientar o hacer que como que brindan orientaciones, diciendo cualquier frase que contenga cuatro o cinco palabras vacías de significado que, cuando se juntan, tampoco significan nada.
Cuando la isla sea un país normal, si es que alguna vez lo fue, es decir, si en algún momento de los próximos 1.500 años la gente aprendiera a no vivir deseando lo que ha logrado el prójimo, o no le moleste lo que tenga su vecino, entonces necesitará alguna ayuda. Pero no faltarán médicos, porque los que han alquilado por el mundo como materia prima, regresarán, y lo harán probablemente junto a muchos que estudiaron en otros países y en otros idiomas.
Tampoco se necesitarán demasiados científicos, ni mecánicos, ni bodegueros, pescadores, vidrieros, carretoneros, maestros o técnicos medios en ninguna rama, porque la rama se habrá partido. No se precisarán titiriteros, futbolistas, actores o pasteleros, a pesar de que cada cubano ha hecho algún pastel en su vida. Lo que más necesitará Cuba y su gente, los que queden y los que regresen, serán siquiatras.
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Espero que para entonces se haya arreglado en la isla el problema energético, pues sospecho que van a recetar electroshocks por la libre, a cada hora, sin miseria. Tal vez eso no arregle el fluido mental de muchos cubanos, pero los llenará de energía.
El cerebro, o lo que queda de él tras tantas largas jornadas de escuelas al campo, trabajos voluntarios, movilizaciones, jornadas gloriosas, marchas combatientes y cuanta cosa inventaron para perder tiempo y no trabajar, está dañado de por vida. El remate lo dieron los largos discursos del Delirante en jefe, que eran divagaciones o circunvalaciones. Por eso el habitante de la isla ve como cosa normal el noticiero, La Mesa redonda, Con filo y al espantapájaros de Humberto López, que vive al filo, pero del abismo.
La capacidad de análisis del ciudadano promedio se extinguió, porque hay cosas más urgentes en qué ocupar las neuronas: si llega pollo, si viene la luz o le pusieron una recarga en el teléfono. Eso que llaman gobierno es una farsa, con dolorosos tintes de tragedia, donde los actores son extras y los extras se creen actores. O son extras muy extras, o sea, están de más.
Usted agarra al ministro de comercio exterior y lo pone en el lugar del ministro de salud pública, y coge al de transporte y lo cambia por el de cultura y todos harán lo mismo, no entenderán nada, porque nadie sabe en qué laboratorio criaron a esa raza de gordos que solamente sirven para que la gente haga chistes y los comparta en las redes sociales.
Tal parece que la función de esos dirigentes es la de provocar memes. Es posible que hasta gusten de los Memes. A mí siempre me gustaron más Los Zafiros.
No sé dónde pudieran encargarse guayaberas de fuerza. Tampoco conozco la industria textil, pero sé que toda esa gente elegida para ser continuidad, además de lástima provocan risa y rabia. Y son peligrosísimos en su empeño de mantenerse a flote, jorobando más al pueblo y hundiendo más la isla. De manera que, si no se consigue material suficientemente resistente para inmovilizarlos en sus guayaberas, se le pudieran agregar barrotes.
Las cabillas han resuelto siempre miles de problemas. Lo mismo alrededor de cada uno que para golpearles el cráneo. Y a algunos habría que reforzarlos introduciéndolas en su organismo. Total, si en ese desgobierno ningún organismo sirve.
Qué se puede esperar de un país donde todos esos sinvergüenzas dicen con mucho orgullo: “Yo soy Fidel”, un hombre que organizó un ataque armado a un cuartel al que nunca llegó, y que más tarde, tras arrebatarle todas las cosas a los que sabían cómo funcionaban, se aferró a una vaca que daba más leche que ninguna y hasta la embalsamó al morir y le hizo un monumento.
Esa vaca lo mantuvo en portada mejor que nadie y que nada, aunque también tenía a mano a campeones como Alberto Juantorena y Teófilo Stevenson. Pero a ellos no los podía ordeñar todos los días.