Claria y Mario

Hay tanta añoranza gastronómica del pescado que se ha controlado el acceso al Acuario nacional porque los visitantes salivan mucho frente a las peceras
Claria y Mario
 

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Mario está triste porque siente que últimamente su chispa se apaga. Es la falta de fósforo, que lo mantiene embobecido, calmado, sumergido en la abulia y con el PH bajo, como si todo le diera igual.

Está a punto de comenzar a emocionarse con las frases insulsas del Puesto a Dedo Díaz-Canel. Pudiera, incluso, aplaudir y lanzar exclamaciones de entusiasmo cada vez que el comandante Guillermo García Frías habla del valor de la carne de avestruz comparado con el de la carne de la vaca. Mario se siente en baja, como pez fuera del agua. Y para colmo, sabe que ya no podrá decir las frases que antes le gustaban, como “Metí pescao”, cuando hacía algo muy bien o su ocurrencia era de las buenas.

Tampoco puede usar aquel otro dicharacho que siempre le soltaba su abuelo cuando alguien se arrepentía de una mala decisión: “Compró pescao y les cogió miedo a los ojos”. Desde que en la isla de Cuba, rodeada de mar por todas partes, el pollo se transformó en pescado, el pescado recibió más apoyo y no hay escama pa´ tanta gente.

Hay tanta añoranza gastronómica por el pescado que se ha controlado el acceso al Acuario nacional porque los visitantes salivan mucho frente a las peceras. Los expertos auguran que un día no muy lejano lo que son las vacas y los peces pasarán a la categoría de animales mitológicos y serán parte de las leyendas.

De hecho, ya es leyenda el extraño caso de la Cinemateca de Cuba, de donde desapareció misteriosamente la película soviética “El hombre anfibio”. Las autoridades sospechan que algún desalmado se merendó a aquel ser acuático, al director y al resto de los actores. Todo lo que tuviera salitre por encima fue engullido.

Por eso la empresa de cine se lo está pensando para reponer en las salas “La sirenita”. El país no está como para crear ansiedad en las pocas horas de luz, y el cubano pudiera confundir esos dibujos animados con algún producto del mar con lo desanimado que está ahora mismo. Ya nadie cree en sirenas, ni siquiera en las de la policía o los bomberos.

El antes optimista Mario puso los pies en la tierra y en la realidad real cuando comprendió, lentamente, como se abre paso la luz en el amanecer, que la culpa de las desgracias del país la tenía, en primer lugar, el Desatinado en Jefe, Fidel Castro, loco, irresponsable pagado de sí mismo (él siempre estuvo pagado de sí mismo, y a sus enemigos les pagaba la CIA), el engendro que lanzaron al mundo Lina y Ángel y que fuera escondido durante tanto tiempo al público.

En segundo lugar, la culpa es de ese Partido Comunista de Cuba que se le ocurrió crear y recrear, moldear y pulir, para cubrirse las espaldas y acercarse a la teta soviética. Y como ya dijeron que el Partido es inmortal, Mario sabe que entonces nunca volverá a comer pescado. Incluso, que no volverá a comer. Lo que sea.

La única esperanza de Mario para que vuelva a encendérsele la chispa y el cerebro vuelva a chapotear y a nadar en su cabeza, es ese pez feo, repulsivo y ajeno que a alguien se le ocurrió traer de lejanas tierras para que terminara comiéndose hasta los tractores del campo: la Claria. Mario recuerda que su padre cantaba, en los lejanos años setenta, una canción que mencionaba a ese horrible espécimen en el estribillo: “Aquí se queda la Claria, la entrañable transparencia...”

Realmente la Claria se quedó. Un poco, porque ha resultado ser un pez tan obstinado que ni siquiera el empeño de los dirigentes y trabajadores de las empresas acuícolas, de la alimentación o de la pesca han podido echar a perder su recría.

Las Clarias en Cuba se sintieron a sus anchas. Mario sospecha que, junto al marabú y los mosquitos, se han sentido en la isla con entera libertad: no se quejan del transporte porque se arrastran más que los guatacas delante de un ministro; comen lo que encuentran: gatos, pollos, pelotas de playa, acumuladores de guaguas, blúmeres viejos, cerdos, enfermos terminales y mendigos abandonados.

No necesitan mucha agua porque son capaces de habitar en cañerías y cloacas, y si los inodoros no tragan, ellas sí. Nunca se han quejado de que esté roto el motor de la cisterna o de que les pongan el agua cada tres días. Para más, no protestan porque están en lo suyo y son de las pocas especies a las que la policía no les pide identificación. De hecho, entre una Claria y un policía oriental uno sabe quién es el policía porque emite sonidos y anda en una patrulla.

Por eso a Mario no le sorprendió leer esta noticia que parece contradictoria, pues se habla de la escasez de esa especie cuando todos saben que, bajo tierra, en lagos, fangales, ciénagas, aguas residuales, cisternas, bebederos, pozos campestres y desagües, uno da una patada y salen a montones: “Solo la claria, un pez considerado plaga en muchos países del mundo y que en Cuba parece no poder prosperar, aparece de vez en vez para aliviar nuestra escasez de fósforo. Es tan esporádica su aparición, que en una carnicería privada de la Zona 6, en el reparto Alamar, el propietario tuvo la ocurrencia de abrir un grupo de WhatsApp para que la clientela pudiera reservar, a 130 pesos la libra, algunas cantidades del producto con días de antelación”.

Dios nos coja confesados, dijo bajito Mario, pensando cuántas libras de ese pescado sucedáneo podría ingerir antes de que le tuvieran que hacer un trasplante de estómago. Lo comparó con la foto que acababa de ver en Facebook donde mostraban un paquete de pez espada a 53.90 dólares por 1100 libras. El pez espada era un animal elegante, un peje oceánico, muy literario y hemingweyano, exclusivo y de carne muy blanca, y la Claria, en cambio, era de color oscuro y con sabor a análisis de orina. Y para colmo se parecía físicamente a Ho Chi Minh.

Puso la misma expresión que había puesto la Cucarachita Martina cuando se encontró el dinero en el piso y no sabía en qué usarlo, con la diferencia de que Mario no tenía dinero y estaba en el piso. Se dio cuenta de que necesitaba comer urgentemente pescado, un guppy, un goldfish, un guajacón, un bagre o un gusarapo. Es más, podía prescindir de los peces. Necesitaba comer para creer, y, sobre todo, para perdurar.

Al final, el estoico y aguerrido Mario decidió quedarse sin Claria. Ya nunca más iban a caminar juntos esos dos nombres con las espinas entrelazadas. Mario seguiría con la chispa baja por falta de fósforos. Cuba continuaría rodeada de mar y del mal por los cuatro pescados capitales. Y como no tenía nada que vender para comprarse un vuelo a Nicaragua, Mario preparó una balsa para echarse a las inquietas aguas a ver dónde lo llevaba la corriente. Corría el peligro de que se lo comiera un tiburón, pero el tiburón corría más peligro que Mario, porque las ganas de comer pescado se le notaban a la legua y en las profundidades marinas.

 

Ilustración de portada: Armando Tejuca/ ADN Cuba

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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