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Bruno Rodríguez y El Totí

A Bruno Rodríguez Parrilla lo asustaban desde niño con El Coco y El Hombre del Saco, hasta un día en el que ya no surtió efecto y el pequeño no se aterraba.

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Bruno Rodríguez, canciller cubano
Armando Tejuca | Bruno Rodríguez, canciller cubano

Actualizado: Tue, 10/31/2023 - 09:07

A Bruno Rodríguez Parrilla lo asustaban desde niño con El Coco y El Hombre del Saco, hasta un día en el que ya no surtió efecto y el pequeño no se aterraba.

Entonces, a uno de sus mayores, el padre, la madre, un tío o los abuelos, se le ocurrió mencionar al imperialismo, al enemigo y al bloqueo, y el pequeño Brunito estuvo días sin comer y sin dormir. Le saltaba el estómago o le asaltaba el estómago.

Y comenzó a ver enemigos por todas partes, y a esmerarse en ser como el Che, pero más bien se esmerilaba, y no le llegaba el pasaje para Bolivia ni para ninguna parte. Y ahí fue que comenzó a comprender que había una fuerza oculta que hacía que Fidel no fuera al baño durante siete u ocho horas y que se perdieran la carne y la leche: todo sucedía por culpa del bloqueo. 

Y el niño prometió, junto a la hoguera del campamento de pioneros, después de cantar con fervor aquello que decía “a mi guía, a mi guía, le duele la cabeza”, que lucharía contra ese mal y destruiría alguna vez aquel bloqueo o embargo, para que su guía recibiera aspirinas con las que combatir la cefalea.

Pero ¿qué era el bloqueo?

¿El bloqueo era que los choferes de guaguas se llevaran las paradas o eso era una orientación de arriba para que el pueblo corriera y entrenara?
¿El bloqueo era que sus tíos ya no estuvieran en su casa porque se convirtieron en escorias y luego mandaran dólares para que su abuela (y todos los demás) sobrevivieran, y que más tarde pusieran recargas en el teléfono para no olvidarse de sus voces?

¿El bloqueo era el que había llenado todos los renglones y oficinas del gobierno de cayucos, comencubos, casi analfabetos o analfaburros que decían que “Cuba va a mejorar cuando no “haiga” bloqueo” y puédamos contruyir el socialismo?¿El bloqueo era que el peso cubano no tuviera peso, y que el rostro de José Martí estuviera verde de tristeza y casi llorara cuando le pusieron al lado otra moneda llamada CUC, que era como el dólar pero no, y que un día se fue sin despedirse, en medio de un ordenamiento que hizo que, para pagar el recibo de la electricidad de un mes, casi tuvieras que vender tu casa o alquilar a tus hijas a dos jeques de Arabia Saudita?

El pequeñín Bruno, o Brunito, entre tantas opciones, no podía definir qué era el bloqueo. Pudo completar el álbum de la Revolución con todas las postalitas en colores que narraban, paso a paso, la gesta gloriosa. El bloqueo no había impedido editar el álbum, ni imprimir las postales con todos sus colores, ni tampoco frenó la gesta, que siguió siendo gloriosa a toda hora, todos los días y todos los años, y que incluso se exportó, para que los países hermanos de Latinoamericana compartieran el fervor revolucionario y comenzaran la subversión, cada uno a su manera, para que un día no muy lejano pudieran gestar otra gesta y ponerle mala la situación al imperialismo yanki.

Y durante un largo tiempo los productos que se consumían en la isla dejaron de tener nombres en inglés para ser leídos en ruso, polaco, alemán, chino, checo e incluso en el español de España. Así que Bruno, ya más crecidito, empezó a comprender que el bloqueo era en inglés, y que por eso el cuarteto de Liverpool, llamado The Beatles por quienes cooperaban con el bloqueo, no querían cantar en Cuba, o eran camuflados bajo otros nombres como Los Brincos, Los Mustang y Los Pasos.

Ya el bloqueo tenía forma para el adolescente Bruno. Incluso su cerebro también tenía forma, no de cerebro, pero era algo similar que no se podía catalogar completamente como cerebro precisamente por culpa del bloqueo. Y aquella víscera o músculo (no se sabía bien qué era al fin y al cabo el cerebro humano por culpa ya saben de qué) se dio cuenta de que, cuando decía la temida palabra, incluso la otra más suave, embargo, los rostros se contraían, los ojos brillaban de furia y todo el mundo giraba su rostro hacia el norte, y uno no sabía si era porque allí radicaba el enemigo, ese que ponía el criminal bloqueo, o porque la gente se quería ir a vivir para allá y disfrutar del bloqueo in situ.

Gracias a su perseverancia, y a que adoptó la palabra “bloqueo” como su mayor defensa, su insulto más ofensivo, su justificación más efectiva y el resumen de todos sus miedos y pesadillas, un buen día lo nombraron ministro. Bruno llegó al ministerio del exterior cuando en realidad soñaba con el interior. ¿Qué hacer? Se dijo Bruno. Pero tuvo paciencia, aguantó el aire y tuvo paciencia, y no le entró más aire en los pulmones porque el bloqueo dificultaba el acto. Y descubrió que aquello era la empresa más rentable de la revolución, la única, porque cobrando permisos y pasaportes, hacían florecer la economía nacional.

Aprendió a bailar. A decir algo e inmediatamente desdecirse. Puso especial énfasis en la entonación, la gestualidad, la mirada, que le daban credibilidad a sus palabras. Y resultó tan bueno en eso que el único que creía en el bloqueo era él, pero los siquiatras y el resto de los dirigentes no sabían qué hacer con él y lo tomaron muy a la ligera, como si fuera un tic o una manía inocente. Aunque nada había de inocencia. Bruno acusaba al bloqueo si el equipo Cuba perdía en la pelota o si se le ponchaba una goma. Si no daba la talla en el sexo decía que estaba traumatizado por el embargo y si le caía mal a la gente era también por culpa del bloqueo. Llegó a decir cosas realmente terroríficas, como que “El Gobierno de EEUU, desde 2019, ha escalado las medidas del bloqueo a una dimensión extrema” ... Y también suscribió el temor que lanzó otro sitio oficial que acusaba a los exiliados “de planear un 'fin de año sangriento” en Cuba.

Y siempre en la noche o al amanecer, casi a la hora en que le urgía ir al baño a evacuar la ingestión pantagruélica de la jornada anterior, se paraba frente al inodoro y practicaba su frase favorita, que era “que la inclusión del régimen en la lista negra de Washington tiene un efecto letal en la economía cubana y una organización de EEUU lo secunda”. Para él es un acto criminal que los Estados Unidos solamente le vendan pollo a Cuba, toneladas de pollo, y que haya que pagar al contado, porque no confían en la seriedad de ese régimen recostado al que encuentre. Para Bruno el pollo es otra manera de atacar y debilitar a la isla. Por eso cada vez son más los fracasados que abandonan el territorio nacional.

Con su majomía y su totí a cuestas el infeliz de Bruno Rodríguez, con su Parrilla triste, desconoce que los norteamericanos no han levantado el criminal bloqueo porque Díaz-Canel se lo dice, en inglés por supuesto, y no lo entienden. Por eso, la idea de que La Habana (y toda Cuba con ella) sea totalmente ruinas, es una amenaza y un castigo. Y una advertencia a los cubanos que viven más allá de Camagüey, de que residir en la capital no es seguro. Si no son envenenados por la sangre de un bisté o la grasa de una pierna de puerco enviados por un hijo o un primo exiliados, pueden perder la vida con el balcón menos pensado.