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El comandantico en féferes

Es posible que Miguel, en su ilusión infantil (cree que es presidente del país), sienta que vestirse de verde es parecerse a las palmas, a las plantas de tabaco, a los mangos y aguacates (logra el mismo efecto que un aguacate), a las frescas lechugas o a los cafetos.

Actualizado: November 28, 2024 11:12am

Muchísimos cubanos se preguntan, mentalmente o en voz baja, qué hace Miguelito Díaz-Canel disfrazado de militar.

Pienso en lo que andarían comentando los vaciladores de mi barrio, o de todos los barrios donde viví, analizando, y no por el ano, a este nuevo Olivito, que pone las mismas expresiones del mangante mayor, aquel que desató el desastre, que visitaba los sitios donde vivía el pueblo (que vivía cada vez menos) y hacía como que se interesaba en sus problemas. Terminaba siempre hablándole de sus propios problemas al pueblo, no de los problemas del pueblo, porque él no quería o no merecía un pueblo con problemas.

Unos piensan que a Díaz-Canel, ya viejo, lo agarró el servicio, pero no. Nada que ver con SMO (ese meó), porque, en realidad, lo que está haciendo desde que lo clavaron en ese alto destino es otra cosa. Sería ESE K GÓ.

La explicación más lógica, la más sencilla, es que quiere ser como Fidel. Incluso los grados que muestra en la charretera remiten a los dibujitos que ostentaba el ostentoso Delirante en jefe, del que ahora dicen los guatacas que era “pura poesía”. Tal vez por eso el Puesto a Dedo quiere convertirse en metáfora.

Será que la revolución fue siempre una fiesta de disfraces. Y perdón por lo de “fiesta”. Los barbudos se vistieron de barbudos hasta que soltaron a Ana Lasalle con una tijera en la mano, cortando melenas y barbas. Los milicianos andaban todo el santo día disfrazados de milicianos. Los estudiantes, de estudiantes, y los dirigentes, de dirigentes. ¿Y qué decir del disfrazado mayor? Ese era comandante en jefe, primer secretario del partido comunista de Cuba y presidente del consejo de estado y de ministros. Cuando terminaban de decir todo lo que era, ya se había acabado la reunión.

Y todo para terminar siendo una fábrica de Moringa en Nicaragua, un país dirigido por un enano sangriento y una bruja espantosa. Creen que han hecho un homenaje, pero no puede sonar más ridículo: “Nicaragua inauguró el Centro Desarrollo de la Moringa Fidel Castro, un proyecto dedicado a la investigación, producción y promoción de esta planta que el fallecido dictador cubano ensalzó como la solución para la salud, la agricultura y la ganadería”. Parecen estar tan mal económicamente que decidieron solucionarlo como creía Fidel Castro solucionar los problemas: “Si no hay bistec…Moringa pa´to el mundo”.

Es posible que Miguel, en su ilusión infantil (cree que es presidente del país), sienta que vestirse de verde es parecerse a las palmas, a las plantas de tabaco, a los mangos y aguacates (logra el mismo efecto que un aguacate), a las frescas lechugas o a los cafetos. Pero no, se da más aire con el marabú, la futura planta nacional, que es lo que le toca. O en su siquis (que es muy noquis) siga deseando parecerse a su héroe, el hombre que, según él, inventó a Cuba.

Duele pensar que haya escogido a ese ser como su ídolo máximo, habiendo héroes reales o imaginarios más palpables: Sandokan, el Corsario Negro, El Zorro, Erick el Rojo, Cid Campeador, el Andarín Carvajal, Arsenio Lupin, el pato Donald, Batman, el Caballero de París, Fantomas, Trompoloco o Huckelberry Hound. O Tarzán, el caballero de Cocody, Billy el Niño o el llanero Solitario. Pero ese no le convendría, porque no va solo por la vida, sino arrastrando un gran peso. 

Pudiera tener como ídolo a Groucho Marx, y entonces sería un marxista diferente, al menos un marxista que hiciera reír y no sufrir. O de gánster legendario. Algo como Vito Corleone o Al Capone, porque no siempre se ha Vito un maleante tan corto de miras al que se le pudiera decir Al Cabrone.

¿Y por qué no Elpidio Valdés, un héroe inmenso en el corazón de cada niño? O Drácula, que está en el anhelo de cada hombre adulto y de cualquier banco de sangre por pequeño que luzca. Hasta el hombre del saco hubiera sido preferible al sanaco de Birán, cuyo gran mérito es haber hablado más de la cuenta, embaucar a todo un pueblo queriendo pasar a la historia y haber llegado tardísimo al combate que él mismo planificó y organizó.

¿Se vestirá de verde Díaz-Canel creyendo que ese es el color de la esperanza? ¿De verdad es tan tonto como para seguir creyendo que los colores representan algo? Pudiera suponerse que se ha creído realmente el cuento de la continuidad y que por eso dijo que el limón es la base de todo, y se cree limonero o limoncito.

¿Por qué no le dio por parecerse a Ramiro Valdés y sacar uñas, o a Camilo Cienfuegos y desaparecer, o dejar que lo desaparezcan? Y de Raúl, aunque le debe tanto, tal vez no, porque sabe que el hermanito de Fidel un día tal vez quisiera darle la espalda.

Lo cierto es que cada vez que hay un desastre, y en la isla cada día suceden más, o que todo es un desastre, Miguelín se viste de comandantico y sale a repartir cariño o fésferes, esos materiales que desde hace mucho tiempo no están al alcance del pueblo decidido. Decidido a irse.

Lo mismo gasta energía eléctrica en “un homenaje al difunto dictador Fidel Castro en la escalinata de la Universidad de La Habana, este lunes, cuando se cumplieron ocho años de su muerte y mientras la mitad del país sufría apagones”, que sale a desfilar en pleno día, el 27 de noviembre, desde la escalinata (otra vez esa maldita escalinata) hasta el monumento de los 8 estudiantes de medicina, asesinados por el colonialismo español. 

Luego se va a su oficina y da el visto bueno para enviar fuera de Cuba a cientos de médicos que salvarán a la humanidad, mientras su gente muere de cualquier cosa.

Ya lo hemos visto y es inútil. Aunque la mona se vista de verde, mona se queda. Ni comandante ni comandantico. No da la talla ni para llegar tarde al Moncada.

No sirve ni para jefe de Lote.