El escritor Ángel Santiesteban-Prats, nacido en La Habana en 1966, le ha hecho frente a la dictadura cubana desde su narrativa. En 1989 obtuvo mención en el concurso Juan Rulfo, convocado por Radio Francia Internacional. Una década después ganó el premio César Galeano, que convoca el centro literario Onelio Jorge Cardoso, y en el 2001, el Alejo Carpentier, del Instituto Cubano del Libro. A la lista de reconocimientos se suma el Premio Casa de las Américas 2006 por su libro de cuentos Dichosos los que lloran.
En diciembre de 2012, tras un proceso relámpago, fue declarado culpable del delito de “violación de domicilio y lesiones”, por lo que fue condenado a cinco años de cárcel, aunque él y otras personalidades de la literatura sostienen que el verdadero motivo del encarcelamiento fue su crítica abierta al régimen. En abril de 2013 fue trasladado a la prisión 1850 de San Miguel del Padrón (La Habana), donde padeció malos tratos y tortura. Ese mismo año, Ángel recibió el Premio Internacional “Franz Kafka de Novelas de Gaveta”, concedido en Praga, por El verano en que Dios dormía.
Santiesteban-Prats también fue distinguido con el Premio Reinaldo Arenas 2016 por su libro El regreso de Mambrú, que conceden el Club de Escritores Independientes de Cuba (CEIC), Neo Club Ediciones y Vista-Puente de Letras.
Entre sus trabajos más recientes figura su participación como coguionista del filme Plantados, una producción realizada en Miami sobre el presidio político en Cuba durante la década de 1960. En ADN Cuba, conversamos con el escritor sobre su trabajo, la censura, y la creación.
– Varios escritores han sufrido censura y persecución a lo largo de estos sesenta años de dictadura. Es evidente que estas prácticas malsanas contra el arte y la libertad de expresión no han cesado. ¿Por qué el gobierno cubano ha atacado siempre el arte?
No solo es el gobierno cubano el que ataca al arte. A través de la historia los regímenes totalitarios lo han hecho. El arte se difunde dentro del pueblo, los convoca, los hace pensar, algo que las dictaduras temen. No quieren que el pueblo piense, para eso es la doctrina constante, para pensar por ellos y luego decirle qué harán con sus vidas. Necesitan al pueblo dócil, aterrado, y el arte los puede sacar de ese marasmo.
Por supuesto que le teme al arte en general. La policía política vive pendiente de los concursos para inmiscuirse en los jurados y decir quién sí y quién no. Vigilan cuanta publicación exista. Están a la caza de cada artista, de sus vidas, con quiénes se reúnen, adónde van. Necesitan saberlo todo, y cuando presienten que alguna actitud u obra se aproxima a los límites del redil, entonces lo citan, tienen conversaciones con amenazas veladas. Si persiste, entonces van subiendo la parada hasta llegar a reprimirte si es necesario o encarcelarte, como han hecho con muchos, entre los que me cuento.
Los escritores de generaciones anteriores a las mías, llaman a ese comienzo de represión “enseñar los instrumentos”. Así comienza el aviso del posible infierno que pueden hacerte vivir.
– ¿Cómo puede un escritor sobrevivir en Cuba cuando este no quiere subsumirse a las leyes del mercado del libro (que en la isla no tiene una selección democrática y sincera de los autores que publica)?
Se sobrevive inmerso en la obra creativa. Escribir es lo importante, aunque caigan bombas encima de uno. La ley del mercado en Cuba es ideológica, nada tiene que ver con la calidad literaria. Usted publica si se porta “bien”. Los libros que tengo publicados fueron porque gané concursos que la policía política no pudo llegar a tiempo e impedirlo. El primero, premio de cuento de la Uneac en 1995, se les fue de las manos porque le había cambiado el título. Antes, en 1992, luego de haberme anunciado el premio, me fue retirado porque convencieron al jurado cubano e internacional que si me lo otorgaban me haría daño. Abel Prieto, cuando se leyó el manuscrito de mi libro, lo mantuvo encima de su buró por tres años. Me dijo: “si publico ese libro las FAR nos fusila”.
Luego gané el premio Alejo Carpentier 2001. Aquel libro fue una bomba para ellos. El talibán de Iroel Sánchez se alaba los pelos. De hecho, a Eduardo Heras León, integrante del jurado, Iroel no lo invitó a formar parte de jurados del Instituto Cubano del Libro por todo el tiempo que se mantuvo como presidente. Ese fue el castigo.
Mi tercer y último libro publicado en Cuba fue Dichosos los que lloran, premio Casa de las Américas 2006. En ese entonces el presidente era Roberto Fernández Retamar y dijo que esa obra removería los cimientos de la institución. Lo mantuvieron sin traerlo de España, lugar donde lo imprimían, por dos años. El jurado me confesó que intentaron evitar que me dieran el premio, pero por esta vez, fueron firmes y no lo lograron.
Luego llegó mi blog en el 2008 y desde entonces he dejado de ser un escritor en Cuba, aunque viva en La Habana; pero confieso que es un honor para mí que no me tengan en cuenta. Si el precio de mi libertad de expresión es que no pueda publicar en sus editoriales, pues entonces me ofendería que me invitaran a hacerlo.
– ¿Cuán difícil ha sido para usted escribir desde la honestidad?
Escribir ha sido fácil. Lo difícil ha sido publicar. Ya te conté antes lo complicado para ganarme un concurso. No solo dependía de la calidad de la obra, lo importante era si tocaba un jurado corajudo, porque también para ellos tenía un alto precio ante la mirada acusadora de los que dirigen la cultura que no son más que comisarios políticos.
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Pudiera dar risa, pero se puede tener una idea: jamás me invitaron a ser jurado de los premios que había ganado pues inferían que, si yo escribía de una manera crítica, por supuesto que no tendría reparo para premiar un libro “complicado” para ellos.
Recuerdo que una vez pidieron un cuento a los escritores de mi generación para un dossier en la revista Casa de las Américas, y conociendo las dificultades de mis temas, entregué cinco cuentos, luego de escoger los menos contestatarios. Así y todo, no escogieron ninguno, no por la calidad, sino por los temas. Ninguno los acomodó.
En la prisión fue donde más escribí, así que no hay límites políticos ni circunstancias que lo impida. Cuando me tenían en celda de castigo, escribía a memoria. Iba armando los textos de palabra en palabra, y luego que salía de la celda los escribía sobre el papel.
– En la isla se vive una crisis fortísima entre la escasez crónica de alimentos, el desastre monetario y la pésima gestión para controlar la pandemia. A todo esto, se le suman las voces que se están quitando las mordazas y piden el fin de la dictadura. ¿Qué le parecen los nuevos movimientos por la libertad?
Esos movimientos como San Isidro y el 27N, para citar los más recientes, han llegado en el momento de la estocada final. Empujan el muro de la dictadura en un tiempo y espacio inimaginable. Ver a esos jóvenes clamando libertad, ha sido de los mejores regalos que me ha hecho la vida. Las redes ayudan mucho, son nuevos tiempos. Cuando llegó la internet en Cuba dije que esa era el arma que iba a tumbar la dictadura, y así está sucediendo.
– ¿En qué proyectos se encuentra en estos momentos?
Muchísimos. Necesito dos yo para acaparar todos los proyectos que tengo: tres novelas terminadas y varios libros de cuentos y guiones de cine concluidos. También tengo comenzadas tres novelas. Estoy inmerso en el proyecto del Club de Escritores y Artistas de Cuba (CEAC), donde queremos ofrecer concursos y publicaciones a escritores, artistas de la plástica, músicos. Queremos ser una alternativa de los artistas sin importar las ideologías que profesen, lo único que nos interesa es la calidad del arte. Con esa premisa partimos en ese sueño.
Lo único que me interesa es ser útil. No tengo ambiciones políticas, solo quiero ser un escritor que puede crear dentro de su país sin ser perseguido por ello y, a su vez, que se le respeten sus derechos ciudadanos. Quiero que Cuba tenga un gobierno digno y se respeten los derechos humanos.