Me encargaron un texto sobre la labor de los médicos durante la pandemia en Cuba, pero como no tengo amigos galenos que quisieran o pudieran hablar conmigo, una periodista independiente, tuve que indagar bastante entre todos mis conocidos. Finalmente, los amigos de un amigo, de otro amigo, me llevaron a ellos. Algunos dijeron que sí: que tenían muchas ganas de contar las otras historias que la prensa oficial cubana ocultaba, siempre con la condición de utilizar nombres ficticios y omitir datos que pudieran descubrirlos por temor a sufrir represalias y quedar desempleados. A otros solo los escuché para confirmar estos relatos porque ni bajo el anonimato accedieron a que se publicaran sus testimonios.
Incluso en períodos normales, fuera de las diferentes crisis epidemiológicas provocadas por el dengue, el cólera o el zika, el acceso a fuentes médicas y centros hospitalarios en Cuba requiere de permisos correspondientes del Ministerio de Salud Pública, que usualmente son negados a la prensa independiente. Así que ahora, cuando el personal sanitario está en el centro de la atención mediática, un nombre o una declaración publicada con la identidad del autor puede propiciar una sanción o expulsión del sistema de salud cubano, dependiendo de cuán grave resulte la “falta”.
Ernesto es uno de los doctores que ofreció su testimonio bajo ese seudónimo. Tras la detección de los primeros casos del virus en Cuba asistió a una reunión de capacitación en el policlínico donde trabaja. Allí, los directivos dictaron las instrucciones, protocolos de seguridad, los procedimientos para el diagnóstico y el seguimiento de los casos. Antes de terminar la reunión advirtieron al personal de algo que, según Ernesto, a la gente “se le quedó tatuado con fuego: ojo con el que publique una foto o información que no vaya acorde con lo que se esté diciendo, porque serán tomadas medidas a la altura de lo que se diga”.
Según Ernesto, la “foto o información” de la advertencia se refiere a las precariedades del sistema de salud cubano y a las condiciones de trabajo del personal médico: a los policlínicos que no tienen ni un baño o cuarto en condiciones donde descansar durante las guardias médicas; a que en estos tiempos trabajan los siete días de la semana por el mismo salario de no más de 1600 CUP o pesos cubanos (unos 66 dólares); a que entre las condiciones y el cansancio ellos mismos —humanos al fin— no pueden cumplir estrictamente con todas las medidas sanitarias. Y a que, además, una vez que salen del hospital se enfrentan a los mismos problemas que el resto de la población: el desabastecimiento, las colas, la preocupación por cuán peor se pondrán las cosas.
En varias zonas de La Habana se han puesto carteles impresos que destacan la batalla, triunfante, contra la pandemia. Algunos incluyen fotografías de Fidel Castro y José Martí. Hay uno donde aparecen varios médicos con mascarillas verdes guardando distancia; el primero de ellos sostiene la bandera cubana.
Es muy probable que la foto la hicieran en el acto de abanderamiento y despedida de alguna brigada médica antes de partir hacia su misión internacionalista. El cartel dice más abajo: Por Cuba, unidos venceremos. El mensaje se repite en la prensa oficial, los spots televisivos y los carteles colgados en la calle. Los canales cubanos también nos recuerdan que son nuestros héroes: los de bata blanca. Y en realidad lo son, pero no solo por su incondicionalidad y disciplina, sino también porque hacen su trabajo sin los medios de protección adecuados, sin pago por horas extra, ni feriados, ni festivos, sin derecho a un día de descanso a la semana y sin poder disfrutar a su familia.
En el país ya se han reportado dos brotes de contagio en centros hospitalarios, ambos en Matanzas, una de las provincias más afectadas por la pandemia. Un medio local detalló las condiciones de trabajo e higiene y la escasez de materiales de protección que favorecieron el brote en el hospital Comandante Faustino Pérez. El piso donde se originó el foco carecía de agua desde hacía más de un año. Además, con todo el personal aislado en el hospital para evitar nuevos contagios, se redujeron los médicos disponibles en la provincia y aumentó la carga de trabajo de los demás. Un reporte del oficialista noticiero estelar del 27 de mayo informó que una brigada de Mayabeque iría a prestar servicios en Matanzas.
En Cuba hay un médico por cada 116 habitantes, según el Anuario Estadístico de Salud. Pero en estos momentos, con parte del personal aislado, y con otro porciento retirado por orden del Ministerio de Salud por tratarse de galenos mayores de 60 años o porque padecen hipertensión o diabetes, además de las decenas que son enviados al extranjero en las llamadas brigadas internacionalistas, la cantidad de médicos disponibles para atender la población en general se encuentra significativamente mermada.
Solamente como parte de las misiones han partido al exterior 25 brigadas del Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastre y Graves Epidemias Henry Reeve, hacia 23 países. En total, suman 29 455 miembros del personal médico cubano fuera del país, incluyendo a los que ya estaban de misión desde antes de la pandemia.
La imagen de una isla caribeña que puede exportar tal cifra de médicos y personal de apoyo habla de un sistema robusto que se da el lujo de enviar ayuda humanitaria al mundo. Pero esa es solo una foto parcial y sesgada de la realidad, porque ignora y hasta contradice las condiciones que relatan tres médicos que entrevistamos en La Habana.
Ernesto (médico de cabecera)
“Yo entro a mi consultorio a las 7:00 de la mañana. Es un apartamento en los bajos de un edificio, con tres habitaciones, una para enfermería y dos para las consultas”. El consultorio luce poco iluminado y poco agradable para los pacientes, indican las fotos enviadas por Ernesto a través de WhatsApp. “En el baño no tenemos agua: ni en el lavamanos ni en el inodoro. Tenemos que cargarla a cubos (cubetas o baldes).
“Lo primero que hago es llenar la hoja de cargo. Da igual si fuiste a trabajar: si no escribes es como si no hubieras ido. Ahí anoto los pacientes que voy atendiendo por los grupos dispensariales (un sistema de categorías implementado por el Ministerio de Salud para clasificar a la población según sus riesgos y vulnerabilidades). Debo atender un mínimo de 20 pacientes diarios. Si no, mi trabajo no se considera productivo.
“Sobre las 9:00 de la mañana llegan los estudiantes de medicina para las pesquisas”. Este es uno de los métodos de diagnóstico en atención primaria que implementó el Gobierno cubano basado en crisis epidemiológicas previas como el dengue. Consiste en visitar todas las casas para conocer la cantidad de personas que viven en el hogar, su edad y sus sintomatologías. Ernesto reparte los formularios de las pesquisas a los estudiantes según las diferentes áreas del barrio.
“Después de las primeras semanas los vecinos me llamaban porque los estudiantes no estaban pasando todos los días (como está establecido), pero a mí sí me estaban entregando los reportes diarios. Falsificarlos es fácil: primero hacen una pesquisa completa, bien hecha, con todos los datos y antes de entregarla le hacen una foto. Luego se guían por esa y visitan las casas solo un par de veces a la semana.
“Como yo soy perro viejo en esto, los puse a rotar. Pero entonces la facultad (de medicina) acordó que los estudiantes tienen que pesquisar en áreas fijas para conocer a sus pacientes con un máximo de 40 viviendas. Como comprenderás, hay veces que pasan, y hay veces que no”.
Después de despachar a los estudiantes, Ernesto llama al primero de los pacientes que esperan en el consultorio.
“Antes venían alrededor de 20 diarios. Cuando comenzó la pandemia el número disminuyó, pero ya en estas últimas semanas hay un flujo mayor. La mayoría son adultos mayores con su enfermedad de base, pero compensada, que vienen a buscar recetas. Piden la misma por segunda o tercera vez, porque el medicamento está en falta (escaso) y la receta vence. A los sesudos que se les ocurrió brillantemente prorrogar las dietas y certificados médicos, ¿no se les ocurrió meter en ese mismo saco de prórrogas a las recetas? Si no he repetido 100 recetas vencidas no he repetido ninguna. Es una pérdida de tiempo y recursos incalculable siendo este un país tan pobre”.
Entre los medicamentos más demandados están analgésicos como la dipirona y el naproxeno, antibióticos como la gentamicina y la triamcinolona, y sedantes como el clordiazepóxido, que no se consiguen.
Al mediodía Ernesto almuerza y luego se va a pie a visitar a sus pacientes en las áreas aledañas al consultorio. Tiene que ver a los que viven solos y a los que declararon síntomas en las pesquisas o en el pesquisador virtual.
“Con estos últimos me ha pasado que a veces llego y me dicen que no tienen nada, que están aburridos, o que solo querían comprobar si de verdad funcionaba. Casi todos son adultos mayores. Solo les respondo que se imaginen si de verdad me necesitaran y yo estuviese visitando a otra persona que falseó síntomas en la página web o en la app (aplicación móvil)”. El sitio explicita que la información falsa está sujeta a sanciones previstas por las leyes pero no especifica las normas legales que se aplicarían.
La jornada concluye en la tarde cuando entrega el papeleo en el policlínico. Como el transporte público está suspendido por la pandemia, conversa con sus compañeros de trabajo o chatea en grupos de deporte por WhatsApp en la hora u hora y media que demora en llegar el autobús que reparte el personal médico. Hay otros médicos que esperan dos o tres horas, según su municipio de residencia, dice Ernesto.
Él sospechó que estaba contagiado con el nuevo coronavirus hace un par de meses. Había tenido contacto con una italiana procedente de Bolonia porque ellos, los médicos de familia (o doctores de cabecera como se les conoce en otros países) debían rastrear a los viajeros por disposición del Gobierno. A la semana de esa consulta tuvo fiebre, dolor de cabeza y decaimiento. Fue al policlínico y de ahí lo remitieron al hospital militar Luis Díaz Soto, en La Habana.
“El doctor me miró y me dijo con toda su caradura: usted lo que tiene es faringo-amigdalitis. Váyase para su casa. Él sabía que yo era médico porque lo dice la remisión. Al día siguiente hicieron la desinfección en mi casa y estuve 21 días aislado. No me hicieron análisis, nunca se supo lo que tuve”.
Los síntomas que provoca el virus SARS-CoV-2 son parecidos a los que provoca la faringitis, amigdalitis e incluso el dengue. Eso permite, según Ernesto, no declarar estadísticamente posibles casos del virus, sobre todo en jóvenes como él que no tienen enfermedad de base (comorbilidades) que no implican un riesgo para su vida. Dice que no conoce de otros casos de presunta omisión de registro de un contagiado por el virus.
“A mí no me gusta hablar de política porque siempre se malinterpreta todo, pero la manera que tienen de defender el sistema es diciendo ‘miren como nosotros hemos manejado la pandemia’”.
En los dos meses y medio transcurridos desde el diagnóstico de los primeros contagiados, el Ministerio de Salud ha reportado poco más de 2000 casos positivos. Es una de las cifras más bajas de la región. En la vecina República Dominicana, con una población similar a la de Cuba, se han detectado más de 16 000 casos.
Milena (estudiante embarazada de sexto año de Medicina)
“La cosa de verdad se puso fea cuando empezamos a contar entre 25 y 30 ambulancias diarias que traían pacientes con síntomas respiratorios. Ya nos habían suspendido la docencia (las clases que recibía) porque todo se puso en función de la situación epidemiológica. Pero a nosotros, los de sexto año, nos dejaron para ayudar en los hospitales porque no hay muchos médicos. Además, el último año siempre ha sido de prácticas.
“Se habilitaron consultas específicas para los pacientes respiratorios, a las que se entra por otro lado del hospital. A mí me ubicaron en el cuerpo de guardia. Pero igual, una que otra vez, por ahí llegan casos sospechosos. Y aunque se mandan para la otra consulta, hay que examinarlos primero para hacerles un pre-diagnóstico”.
Milena había calculado que le daba tiempo graduarse antes de terminar el segundo trimestre de embarazo pero la ubicaron en primera línea de atención. Era demasiado riesgo.
“Se formaron grupos para ir relevando a los que entraban (a atender casos positivos). Los intensivistas, internistas, ginecólogos y pediatras tenían que entrar obligatoriamente. Para los demás especialistas era voluntario. Después sacaron médicos para las misiones y hubo que hacer más grupos porque no daban abasto los médicos. Nadie sabía lo que iba a pasar.
“Se temía mucho porque las medidas de seguridad eran pocas. Solo te daban un nasobuco (mascarilla) de tela, de los verdes, para toda una guardia de 24 horas. No daban sobrebatas, ni gorros y menos espejuelos. Solo después de las donaciones (del gobierno de China) fue que mejoraron un poco las cosas. Pero igual nos preocupaba que llegara algún paciente que no tuviera síntomas, que viniera por otra cosa, y que cualquiera de nosotros se infectara”.
Para cada guardia Milena trae desde su casa cuatro o cinco mascarillas, dos trajes de protección, un par de guantes y un gorro quirúrgico. En el policlínico donde trabaja había solución desinfectante durante las guardias.
—¿Nadie del hospital te ha dicho que te retires a casa? ― pregunto.
—No, de que me fuera nunca me han dicho nada, solo de que me cuide. Pero eso yo lo sé porque durante la gestación el sistema inmunológico de las mujeres se deprime para proteger al feto, que es percibido como un cuerpo extraño dentro del organismo de la madre. Esto es más peligroso, porque al tener las defensas bajas tardas más en responder a las infecciones y puedes hacer más complicaciones. En el caso de la COVID-19, puedes hacer una neumonía o bronconeumonía, con mucho peligro para la vida de la madre y del bebé.
El Ministerio de Salud le ordenó al personal médico mayor de 60 años que se fuera a casa con el 60 por ciento del sueldo. Lo mismo sucedió con los trabajadores que tuvieran hijos en enseñanza primaria, cuya suspensión también obligó a los padres a permanecer en casa.
Sin embargo, se ha otorgado un tratamiento diferenciado a las embarazadas porque hasta el momento no se ha determinado que el virus les provoque anomalías o complicaciones severas. Las autoridades cubanas no las consideran personas de riesgo.
Aún así varias de las embarazadas que trabajan en el sistema de salud, y que no son estudiantes, tienen miedo de acudir a su centro de trabajo. Algunas que aún no superan el segundo trimestre de gestación han presentado certificados médicos que son fáciles de conseguir y les permiten ausentarse.
Cuando el certificado vence presentan otro y así esperan hasta cumplir las 34 semanas, fecha en la que ya pueden acogerse a la licencia remunerada, según el Decreto-Ley No. 339 “De la maternidad de la trabajadora”.
Milena presentó un certificado. Y cuando venció a los 15 días tuvo que regresar al hospital. “Si no cumplo con el 80 por ciento de asistencia a las prácticas pierdo el derecho a la prueba estatal”, dice refiriéndose al examen que necesita superar para graduarse como médica.
Paradójicamente, algunas de las gestantes que están fuera del sistema de salud se mantienen bajo estricta vigilancia médica y civil. Por ejemplo, la periodista Cristina Escobar, de la televisión (estatal), contó en su perfil de Facebook que las autoridades policiales la han regañado porque ella, embarazada, no debería estar en la calle ni haciendo colas.
Mariela (médica de cabecera en un consultorio)
“A mí lo que me lleva tensa es el PAMI, el Programa de Atención Materno Infantil”, dice Mariela, doctora de un consultorio en el municipio de Plaza de la Revolución. “Las embarazadas y lactantes llevan una serie de estudios por trimestre, un nivel de seguimiento que es de las cosas más agotadoras que hay.
“Y he notado, en mi policlínico, que desde la última semana de abril han aumentado las captaciones de embarazos (el diagnóstico que confirma ese estado, y por el cual la mujer residente en Cuba entra al sistema de atención médica)”. Para Mariela eso se traduce en más pruebas, más consultas, más seguimientos, más informes y reportes. No tiene descanso.
“Antes, mi horario era de lunes a sábado. Los sábados, además, terminaba a las 12:00 del día”. Así que por cada semana Mariela tenía día y medio de descanso. Pero ahora, con la crisis epidemiológica actual, trabaja también los domingos, en las pesquisas diarias.
“Esto no se lo esperaba nadie. Y no es un algo extra. Es algo urgente que hay que remediar lo antes posible. Si no lo hacemos así, siguen los casos. Pero desde mi punto de vista uno se agota porque, además, no todo es COVID-19. Uno tiene a la población con otras afecciones, los programas de seguimiento, que como te había dicho antes, el más importante es el PAMI.
Además, están las guardias médicas, los adultos mayores, los que viven solos, el seguimiento de los contactos y a ellos hay que verlos todos los días.
“Y a veces uno se protege bien, pero a veces te cansas, y uno mismo no cumple con todas las medidas necesarias”.
—¿Cuándo descansas?
—En las postguardias (los días siguientes a las guardias en el policlínico que suman unos cuatro al mes).
—¿Te han dicho cuándo podrás descansar oficialmente?
—No, no lo sé, supongo que cuando termine todo esto.
Al doctor Francisco Durán, jefe de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública, le han preguntado varias veces en conferencia de prensa cuándo terminará oficialmente la epidemia en Cuba. El funcionario ha respondido que 28 días después que se reporte el último caso positivo, el tiempo que corresponde a dos períodos de incubación del nuevo coronavirus.