La indolencia del lobo del hombre

La Tarea Ordenamiento ha desatado una supervivencia animal. Vino a fulminar los pocos valores que quedaban en los cubanos. Este pueblo se ha convertido en manada salvaje
La indolencia del lobo del hombre. Foto: Cortesía del autor.
 

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Una anciana en la bodega de Romerillo espera en la cola y protesta, porque el mostrador está vacío y los bodegueros discuten en la parte de atrás y no se ponen de acuerdo. Es absurda la escena: gente esperando, los tanques plásticos con arroz y azúcar junto a cajas y sacos abiertos, la balanza digital para los nuevos precios con su pizarra de números rojos, estáticos, que en ocasiones sin ninguna causa aparente se mueven –dicen que son básculas que pesan hasta el aire–, y la anciana, quejándose frente al mostrador.

Donde quiera que llegas es lo mismo: maltrato. Si vas a la tienda, en cuanto la dependiente te ve pone la boca así”, dice y luego hace un mohín de molestia.

“En el agro igual, en la panadería también, te venden de mala gana a pesar que todo tiene un precio por las nubes y la calidad resulta una reverenda 'M' mayúscula, te humillan, te desprecian. Antes en mi juventud no era así, existía un pueblo y un respeto y solidaridad y educación, ahora se molestan hasta que le des los buenos días, o le digas: gracias”.

La queja de la anciana es coyuntural con la situación que se vive. La Tarea Ordenamiento ha desatado una supervivencia animal. Vino a fulminar los pocos valores que quedaban en los cubanos. Si alguna vez funcionó la frase: “el hombre, el lobo del hombre”, es hoy en este pueblo convertido en manada salvaje.

Romerillo pudiera tomarse de espejo, del panorama vivido en estas primeras semanas de del “ordenamiento”, de hombres y mujeres deambulando como zombis por las calles, en busca de algo.

Crispín, que es retirado del sector de comercio y que insiste en llamarse “filósofo popular”, describe las escenas cotidianas como una película de catastrofismo, cuando al día siguiente del desastre la gente anda en shock caminando por inercia, sin saber cómo despertar a la realidad.

El único vendedor de carretilla del pueblo solo tiene cebollas y tomates. Crispín manifiesta que para veganos está bien, no para carnívoros consuetudinarios como son los residentes en Romerillo, que sueñan con un carnero, una gallina, un conejo, un cerdo...

“Y aunque la vaca es un animal que escapa a sus sueños, si la encuentran la devoran igual”, sentencia Crispín.  

En la vitrina de un negocio particular se exhibe refresco “de polvo”, en pomos reciclados, a quince pesos. La dependiente revela a los clientes una ventaja para quien compre: pueden llevarse el pomo.

Pero un individuo que apareció en el pueblo y vive alquilado en un cuartucho, recorre las calles de madrugada revisando los latones de basura y recogiendo esos pomos para revenderlos, le recuerda a una anciana hambrienta que entra al negocio para saciar su sed, que es mejor morir de hipoglicemia que de un virus. La silueta del hombre del saco aparece junto al pomo y desiste, aunque el bajón de azúcar la mate.

En una esquina varios jóvenes con cajas de cigarros en las manos, las revenden al doble de su precio. La escasez de cigarros ha promovido ese negocio, como el más lucrativo de este comienzo del 2021, y en un cuarto de hora los muchachones venden cien cajas. Les preguntó su opinión sobre la difícil situación que atraviesa el país y todos dicen que está muy bien.

“Debería ponerse peor”, dice uno que vende una caja a un anciano de abrigo roto y manchado.

“Nuestro trabajo consiste en eso: aprovechar la crisis. Todo el cigarro que sacamos lo vendemos en un día, además cojo el CUC a 20 pesos, ahí gano también. Hay gente asfixiada, al borde de la locura y del suicidio, que se lo merece. ¿No apoyaron a Fidel? ¿No aplaudieron? Ahora que coman eso…

Un dependiente de la bodega llega y llama a uno aparte. Cuadran una movida. Al incorporase nuevamente al grupo, continúa:

“A mí no me quita el sueño esto. Mira a los viejitos, que dieron su vida por esto y ahora están despertando de una pesadilla. Yo los veo ir y venir, de aquí para allá sin encontrar nada, y veo como trabajaron para el inglés, para que otros vivieran bien y se enriquecieran, mientras ellos eran puros esclavos adoctrinados”. “Obsérvalos: vacíos, vanos... Con la muerte reflejada en la cara. Van a gotear en la calle de uno en uno decepcionados, buscando, buscando… sin hallar nada. Se lo merecen”.

Confesiones reales que duelen, de jóvenes que, en lugar de trabajar por el desarrollo del país, sobreviven de la miseria del pueblo y cobran sus frustraciones con los seres más desamparados del estatus social: los abuelos.

Cualquiera de ellos pudiera ser una víctima, de una ideología, de un engaño. Y todavía duele más que las vidas de los abuelos terminen de una forma así: indefensa ante una balanza que pesa hasta el aire, de hipoglicemia en presencia de un pomo reciclado, o en medio de la calle, con una jaba vacía que no pudo llenarse, porque el sueño de llenarla era tan grande que se volvió inalcanzable.    

 

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