La esperanza en el futuro, el único antídoto

En un futuro próximo se sabe que se hallará el antídoto para la actual pandemia. Sin embargo, no se tiene certeza de cuándo se resolverán los problemas de escasez que aquejan a Cuba
La carne de cerdo escasea en Cuba en medio de la actual contingencia
 

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Ensombrecido y cauteloso, mi esposo sale de la casa en busca de comida. El coronavirus puede estar en todas partes, por eso toma medidas. Lleva el nasobuco, no toca nada, camina por el centro de la calle, atento.

Quedo en la casa con las niñas, rezando a Dios que no se tope con ningún infestado. Hay poco que hacer. Adelanto la comida para cuando él traiga la proteína y acompañar el potaje de chícharos con ensalada de tomates.

Las niñas comienzan a sentir esa resequedad de dulce propias de la edad. Una sueña con turrón de maní, la otra con merenguitos. Al final comprenden que estamos en epidemia y se resignan.

Mientras lo espero leo un manual de periodismo: La crónica, acercamiento a la literatura. De repente creo poder escribir una. Acoto ideas y organizo el escenario cuando él se desplaza por la calle 240 hasta 5ta avenida y monta en una 191 que va a Santa Fe. El día anterior escuchó a una vecina comentando que en el agromercado Oro negro iban a sacar carne de puerco. 

Por la pandemia, los principales puntos de carne de puercos están cerrados y, como en 1993, año del comienzo del periodo especial, la carne de cerdo se convierte en quimera. Su captura requiere esfuerzo, sacrificio, como hacer una cola desde temprano frente a la tienda Oro negro.
 

 

Cuenta mi esposo que llegó al lugar bien temprano. Había cinco personas, hizo el seis. Pero nadie sabía qué iban a traer. La expectativa creció con la cola. Dos personas que habían reservado perniles por teléfono de todas formas fueron a buscarlos para evitar conflicto.

“Estaba ensombrecido”, recuerda mi esposo. “Compungido, anonadado, no solo por el virus, también por la escasez de comida y la falta de libertades que era un virus mayor y mientras esperaba en la cola recordé un suceso ocurrido en el 93, cuando me enteré que iban a matar un puerco en el reparto Zamora y estaban haciendo una cola. Fui, como ahora. Igual hice el seis”. 

“Había que dormir en el lugar para garantizar la cola. Me quedé enroscado en un rincón a esperar a que amaneciera, pero el quinto me pidió, por favor, que lo despertara cuando comenzara la venta. Me señaló su casa, a una cuadra de allí”.

“El portal con jardín”, me dijo. 

“Pero a las cinco cuando fui a despertar al quinto, me equivoqué de jardín y subí los escalones de otro apartamento, donde durante varios días estaban cazando a un ladrón y sus moradores me cayeron encima. Con el alboroto el quinto se despertó, salió y me salvó”.

Pero el quinto de la cola esta vez, en 2020, era un personaje muy distinto. Una laboratorista de un policlínico de la capital que se rio de mi miedo por el coronavirus y me dio grandes esperanzas de sobrevivir.

“Este es un virus más y hasta que se descubra la vacuna todos estamos en peligro”, dijo la mujer, sin quitarle el ojo a la cola. “Solo debemos cuidarnos. Este coronavirus es una proteína, envuelta en lípidos, por eso se ha vuelto difícil encontrar su antídoto, pero al final lo encontrarán y quien lo haga se hará rico. Pero quedará como un virus más, en el ambiente, y todos alguna vez pasaremos por él, como sucede con otros virus, un catarro malo, neumonía, solo hay que cuidarse los pulmones. No hay que fumar. Hacer ejercicios”. 

La naturalidad con que la laboratorista le describió el problema del COVID-19 a mi esposo lo llenó de esperanzas y de optimismo. Incluso creyó que alcanzaría un pernil, ilusión que se hizo realidad, cuando el carnicero le preguntó cuál de los dos perniles que quedaban quería”.

 

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