Andrea llegó a Cuba el 20 de marzo procedente de California. Los vecinos del barrio cuando tienen que pasar por delante de la puerta de su casa cambian de acera. No quieren que el italiano los contagie. Él y su esposa, cubana, están bajo vigilancia diaria por el consultorio. El doctor y la enfermera los revisan, les preguntan cómo se sienten y se aseguran de que cumplan con todas las medidas de higiene.
"Yo confío en el sistema de salud cubano, pero traje mis propios medicamentos. Es algo que no entiendo. Aquí solo los comercializan en las farmacias internacionales", comentó Andrea hace unos días desde la ventana de su casa.
Maité y Andrea no han podido tener intimidad desde que él llegó, de hecho, ni siquiera se han besado.
"Él duerme en un cuarto y yo en otro. Para conversar o ver una película juntos, tenemos que sentarnos al menos a dos metros de distancia. Cada uno anda con sus guantes y el nasobuco. Cada cuatro horas más o menos nos tomamos nuestro jarrita de infusión de jengibre y vitamina C", dice Maité mientras termina de cerrar la puerta de su casa. A pesar de la cuarentena, necesita salir a comprar comida.
"Todas las tiendas y agromercado del Vedado están colapsados. Las colas comienzan 2 horas antes de que abra el lugar. Yo salgo de mi casa protegida para así proteger a los demás, pero la gente es tan iresponsable que casi nadie guarda en la cola la debida distancia de un metro y medio entre cada persona, incluso muchos no llevan ni mascarillas".
Nos cuenta que la última vez que salió luego de cinco horas fue que logró comprar los dos paquetes de pollo que estaban vendiendo por personas.
"Además, en esa tienda no hay nadie encargado de echar el agua con cloro en las manos a los cliente como está establecido. Todos tocan el pomo, todos se saludan, todos hablan entre sí. ¡Así la cosa no va a mejorar!" Concluye, un tanto alarmada.
Asunción tiene setenta años y siempre ha vivido en el mismo sitio, puerta con puerta con Maité, y no le gustan los animales. Maité tiene dos perros que la mayor parte de día se la pasan sueltos en la cuadra. Asunción nunca le hubiera gritado a su vecina, pero está asustada por la pandemia, y ayer mandó a callar a los perros y cruzó algunas palabras fuertes con su vecina.
"Le tuve que decir que los entrara. Yo quería ver en la televisión el último parte sobre los infectados por el coronavirus en Cuba", explica Asunción desde la puerta de su casa, entreabierta.
"Yo vivo sola. Mis hijos están en Miami, y aunque hablo con ellos diariamente tengo mucho miedo", señala por último.
Graciela es la vecina más conservadora de aquel edifico del centro del Vedado. Hace tres días se quejó con el presidente del CDR y el coordinador de la Zona porque Maité tenía la entrada del edificio llena de ofrendas religiosas y excremento de perro, pero la realidad es que Graciela es asmática crónica desde niña y entró en pánico cuando empezaron a llover las noticias sobre el COVID-19, y luego vio llegar al esposo de Maité al edificio. El marido de Graciela, sin previo aviso, volvía a cobrarle a Andrea treinta CUC por traerlo desde el aeropuerto.
Graciela le armó un escándalo a su esposo del que todos los vecinos fueron testigos. Lo llamó irresponsable, delincuente, propagador de epidemias; le advirtió que llamaría a la policía para denunciar la presencia del extranjero en esa casa, pero luego la cosa no pasó de ahí.
A pesar del pánico, Graciela confiesa que no dejó pasar a los estudiantes de medicina que realizan la pesquisa.
"Yo los aborrezco. Los odio a todos ellos. Por su culpa mi único nieto fue expulsado de la carrera por fraude y cohecho y está pendiente a juicio. Además, creo que es una irresponsabilidad tener a esos niños en las calles", dice con un tono de enfado.
A las 3 de la tarde del día de ayer Maité recibió una llamada de su suegra desde Italia.
"Andrea estaba durmiendo. Hablamos en español. La noticia me consternó al momento. Llamó para decirme que el padre de Andrea había muerto hacía pocas horas, víctima de la pandemia. Me pidió que no le dijera nada a Andrea por el momento, pero no sé qué hacer. Esto que está pasando es muy duro", dijo a la par que se secaba una lágrima.
Esta es una instantánea de El Vedad, pero toda La Habana está igual, y no a de extrañarnos que en el resto del país, donde la gente tiene menos recursos y menos acceso a la información, la situación sea igual o peor. Lo más triste de todo, es que esto apenas comienza.