Los Reyes Magos llegaron ya. Y llegaron bailando chachachá, pero en la aduana de la República Socialista de Cuba comenzaron sus problemas.
Las autoridades cubanas, como es usual, han querido mantener en secreto lo sucedido, pero testigos presenciales que han querido mantener el anonimato para evitar represalias, como Papito el de 23 y 12, nos han informado lo suficiente como para poder hacer un reporte, o una crónica, o un artículo de lo que pudiera convertirse en un escándalo internacional.
Nadie sabe por dónde llegaron, si en avión o barco, que son las únicas maneras de entrar en Cuba, y, casualmente, también de irse. Hay quien ha esperado que hicieran un pedraplén o un puente a La Florida, pero parece no haber materiales ni voluntad, sobre todo voluntad hidráulica.
Lo cierto es que la noticia recorrió todas las instancias del gobierno cubano y las fuerzas del orden (que son las encargadas de desordenar el orden o armar el desorden) corrieron a detenerlos, capturarlos y trasladarlos hacia la aduana, que es el punto por donde debe entrar todo el que viaja a la isla, y es también una industria para aligerar a los viajeros de su pesada carga.
Un detalle, cuando al narizón que hace el papel de presidente, y al que los cubanos adicionan un epíteto desagradable, le informaron que habían llegado los tres Reyes Magos a Cuba, solamente comentó: “Los reyes son los padres, eso lo sé desde chiquito”.
Así que las tropas encargadas de defender el territorio y velar por él, aunque nadie sabe para qué, porque el territorio lleva 63 años más pelao que chivo con sarna, escoltaron a sus majestades hacia la aduana cubana, con bultos, capas, barbas y camellos incluidos. No llevaron al lucero porque nadie lo pudo bajar del cielo.
Cuando el oficial de la ventanilla abrió los tres pasaportes no lo podía creer. Se levantó irritado y fue a consultar con su superior porque le parecía una burla que unos ancianos tan serios quisieran meterle el pie con unos documentos llenos de garabatos.
El superior tampoco entendió la letra y rápidamente hizo llegar al médico de la enfermería, pues únicamente un médico podría entender la letra. El galeno, después de manosear los pasaportes, llegó a la conclusión de que posiblemente estaban escritos en árabe, porque un primo suyo hizo misión en Yemen.
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Luego lograron saber sus nombres de pila gracias a que ellos mismos lo dijeron, pero eso les causó el segundo problema. Una compañerita de Songo la Maya copió los nombres y al ser elevados al alto mando pusieron el grito en el cielo. La joven había escrito: Malechor, Gastar y Va a asaltar.
Eso motivó una demora bastante larga e incómoda como son las demoras en Cuba porque se tuvo que movilizar a la policía de occidente, el departamento de Seguridad del Estado, incluyendo a los espías que salen por la televisión, y a tres batallones de las Milicias de Tropas Territoriales conformados por tenaces combatientes de la tercera y cuarta edad.
La situación se fue controlando gracias al respeto que pusieron, con cariño y tonfas, las Tropas Especiales, pero cuando el pueblo habanero se enteró que en la aduana tenían detenidos a los Tres Reyes Magos, fue como si hubieran gritado que iban a dar pollo por la libre.
El más viejo de los tres, después de aclararse la garganta, preguntó con sincera ingenuidad por qué ese recelo con ellos, si saben que una vez todo el pueblo celebró la llegada de unos barbudos parecidos, pero Juanito, el maletero, que también quiere mantener su anonimato, respondió rápido que, por eso mismo, porque habían aprendido la lección, y aquella gente jodió el país. Todos lo miraron fijamente sin decir nada, y, ante el pesado silencio, Juanito desapareció para mantener su anonimato.
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El jefe operativo presiente que esta será una operación inusual y bastante complicada. Interrogan a los viajeros, que dicen ser Reyes Magos y el guardia piensa que al decir Magos es que son brujos. Llaman a la Asociación Yoruba de Cuba y el resto de los aduaneros se acerca pensando que los tres Reyes Magos traen una nueva Letra del año, más ventajosa para el país. Ellos aclaran que no, que traen regalos para los niños.
Entonces llaman al Comité Central preguntando quién se encarga de recibir donaciones del exterior. Y el único que tiene un leve recuerdo de la identidad de los personajes era Machado Ventura, pero al final no lo cree, porque el imperialismo tiene muchos disfraces.
Melchor aclara que ellos son los famosos Reyes Magos de Oriente y el oficial que les preguntó respira con alegría y manda a buscar a su superior, que es de Guantánamo y se van a entender de maravilla, pero ellos, con mucha educación, aclaran que es una profesión muy antigua, que no tiene relación con brujería alguna o con los residentes de la zona que se extiende de Camagüey a República Dominicana.
Les hacen abrir los bolsos preguntando si traen alimentos y medicinas, porque eso no paga impuestos. Gaspar, con suavidad, declara que lo que traen son jugueticos, y enseguida los heroicos combatientes cubanos piensan que son agentes de la CIA queriendo introducir nuevos aparatos electrónicos en forma de camiones de juguetes y pistolitas de agua. Ven unos recipientes raros y Baltasar explica que han cargado también con incienso y mirra. Todos se mirran de reojo y hacen un sospechoso silencio.
A una señal del oficial superior entran tres boinas negras del Minint con tres perros pastores alemanes para oler los productos.
En la confusión que se arma uno de los perros se come el incienso y desaparece uno de los camellos. El perro no parece drogado, pero huele de lo más bien. El militar con más grados decide llamar al Minrex. que se pone en contacto con el Comité Central y el Comité Central se comunica con la embajada de Siria y con la de Arabia Saudita, que no reconocen a Melchor, Gaspar y Baltasar como ciudadanos, y dejan la decisión en las manos de las autoridades del Ministerio del Interior.
Entonces un coronel trae una declaración contra el bloqueo de los Estados Unidos para que los Reyes Magos la firmen, y, al negarse a hacerlo, los montan en un avión para Nicaragua, no sin antes decomisarle todo lo que llevaban, empezando por los dos mamíferos que quedan, para ser entregados al día siguiente al general Guillermo García, pensando que son canguros.
Cuando el primer agente de la aduana termina su turno, sale y respira el aire del amanecer de La Habana, y se da cuenta de que el ambiente huele a camello asado.