El primer ministro cubano Manuel Marrero tiene una extraña habilidad: ofende a los médicos y se comunica decentemente con los cerdos. Ha de ser que ese don es innato, o lo desarrolló durante su carrera militar, que nadie sabe si fue larga o corta. Viéndole pienso que ha sido gorda.
No es la primera vez que el rellenito y flamante (yo diría mejor “flagrante”) primer ministro cubano mete la pata. Antes de que una mano verde y peluda lo ubicara donde está desubicado, cuando era aún ministro de Turismo y agente de viajes de Gaesa, la mafia que representa y lo mueve, abrió el cielo cubano en el inicio feroz de la pandemia de la COVID-19, invitando a los viajeros a “protegerse” gozando en Cubita la bella, porque el sol de la isla y el calor que provoca mataba los gérmenes. Ir a Varadero y emerger sano de sus azules aguas era la solución.
Es verdad que en el inicio de esta cosa horrible que ha castigado a nuestro mundo nadie sabía mucho de los orígenes del virus o qué lo provocaba, si era por fin un chino que había caído en un pozo o un mamífero que acostumbra a dormir cabeza abajo. Pero el coronel Marrero debió contenerse y mostrar menos entusiasmo, que era, en el fondo, desesperación y ansias de brillar y destacarse.
Pero ¿quién es o qué ha sido este personaje que hoy habla con los puerquitos y ofende a los esforzados médicos cubanos? Wikipedia, que parece no estar al servicio de la CIA, pero que tampoco cae bajo la esfera del buró político y policíaco del Partido Comunista cubano, dice: «El presidente Díaz-Canel durante su presentación ante la Asamblea Nacional como candidato señaló que “Marrero se ha destacado por su modestia, honestidad, capacidad de trabajo y fidelidad a la revolución. (Tiene una) rica experiencia en negociaciones con contrapartes extranjeras y dotes para la interlocución”».
Si se fijan, no mencionan su inteligencia ni su formación. Alaban su capacidad de trabajo y su fidelidad a la revolución y con eso basta para engrosar el selecto grupo de quienes se esfuerzan en hundir más al país. Suerte que Marrero tiene, según afirma el Puesto a Dedo Canel sin casa, “experiencia en negociaciones con contrapartes extranjeras y dotes para la interlocución”. Más claro, ni el agua, es el tipo perfecto para vender médicos a otros países y disfrazar el negocio como “acción humanitaria”, “internacionalismo proletario” y toda esa sarta de mentiras e idioteces con las que siguen engañando a la gente desde el tiempo de los bolcheviques.
No sólo el primer ministro se destaca por su “fidelidad a la revolución”, sino que, con ello, demuestra ser “continuidad”. Otros datos abundan en el extraño currículo del personaje y nos ayudan a entender su pertenencia al círculo de los elegidos: “Marrero Cruz, de grado militar coronel, fue designado en 2004 ministro de Turismo –sector prácticamente controlado en su totalidad por las Fuerzas Armadas (FAR)– por el fallecido dictador Fidel Castro. Es ingeniero arquitecto de formación y había sido inversor en el Grupo Gaviota en la construcción de los hoteles Río Luna y Río Mares”.
Es decir, lleva la bacteria fidelista en sangre, real o fingida, y eso se nota, porque al igual que su mentor y designador en jefe, Marrero sabe echarle la culpa a los demás y al imperialismo. Como su antiguo Comandante, cuando algo sale mal y no son los demás, la culpa es del imperialismo, o del imperialismo y del bloqueo. Y ahora, de los médicos, o de la vagancia de los médicos, producida por el imperialismo o por el bloqueo. Total, los médicos pertenecen por entero a la revolución, léase PCC y dictadura, porque fue la patria quien les pagó la carrera. Así que, calladito y a donde te zumben, que ya lo dice el refrán: “Toma chocolate, paga lo que debes”.
Por suerte, el coronel parece tener quien le escriba, y no cita al Delirante en Jefe como solían hacer los dirigentes cuando Fidel vivía. No son de la vil y poco ocurrente estirpe de aquel testaferro que estuvo al frente de los trabajadores cubanos en la CTC, Roberto Veiga, que en sus discursos encabezaba cada párrafo con una cita, mención o alegoría, diciendo: “Como dijo el compañero Fidel...” y a continuación largaba alguna ideota del comandante. Pero Veiga nunca fue correspondido por el citado. Esperé muchos años a que, en uno de sus constantes, impredecibles e inacabables discursos, Fidel Castro dijera: “Y como dijo el compañero Roberto Veiga...”
Y ya me fui del tema por culpa del imperialismo o del bloqueo. O de ustedes, que me distraen y no dejan que me centre en el primer ministro o dimistro, cargo que ejerció precisamente el Delirante en Jefe para guardar las apariencias seudo democráticas cuando –en el inicio del triste accidente de enero de 1959– se lo inventó, buscando mantener la ilusión de que en Cuba mandaba un presidente y que no era un presidio. Lo informa y afirma también Wikipedia: “El cargo de primer ministro se eliminó en 1976 y se ha recuperado de nuevo en la Constitución de 2019”.
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Fue el gol de los militares, de esa mafia insular y verdolaga que encabezan Raúl Castro y su ex yerno, el general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, tener en el altar de la patria a un negociador, al cuadro que iba a llenar un hotel o vender médicos por libra. Y sonó verdaderamente extraño en una isla inamovible, con una cúpula que se lo piensa un siglo para mover fichas pues les tiene terror a los cambios. Como dice el autor de la ilustración: “eso empezó cuando Cuba cambió los mercenarios por compotas”. Aunque, de manera esporádica, hubo otros cambiazos y cambalaches, Fidel cambió la vaca por la chiva, porque no quedan vacas. Y chivas hay demasiados.
La más reciente metedura de pata de estos jovencísimos dirigentes, Díaz-Canel llamando a la guerra civil y Marrero culpando ofensivamente al personal médico, muestra el miedo, el nerviosismo y la ceguera que padece la dictadura, con las arcas vacías y el hambre y la pandemia haciendo estragos. Los doctores y enfermeros de la isla hacen turnos dobles y triples mientras el régimen ha enviado y en la mayoría de los casos mantiene colaboradores en casi todas las islas del Caribe, en México, Honduras, Nicaragua, Venezuela y Perú; en varios países de África y en Italia, Qatar, Kuwait y el Principado de Andorra. ¿Por qué no han sido llamados de vuelta a salvar a sus propios hermanos?
Por eso este coronel Marrero o marrullero culpa a quienes no tiene que culpar y sí venerar y respetar, y hace de tierno interlocutor con los cerditos de las granjas, a las que acude a susurrarles y a observarles con mirada enternecida. Mientras los hospitales se derrumban y se desbordan, los amigos del coronel siguen construyendo hoteles de lujo en medio de unas ruinas que parecen un paisaje después de la batalla, y él no se disculpa con los ofendidos.
No acaban de reconocer que por culpa de su jefe Fidel, y sus continuadores, en la isla no solamente falta oxígeno, sino visión, valor y aire para respirar como debiera respirar un ser humano, con libertad.
Ilustración de portada: Armando Tejuca/ ADN Cuba