Un médico cubano que estaba en misión en Andorra se enamoró de una enfermera de la misma brigada y, a punto de regresar a Cuba, en medio de las sombras de la noche, huyeron como huyen los amantes prohibidos en todos los folletines, o en las telenovelas. Se la dejaron en la mano a la misión internacionalista y pusieron en aprietos al gobierno esclavista que los renta.
Contado así parecería un cuento normal, porque el amor no cree en fronteras, ni en misiones, por muy internacionalistas que sean. El amor es intermunicipal, interprovincial e internacional, no acepta condiciones impuestas, ni reglamentos familiares y mucho menos políticos. La historia del médico y la enfermera es una versión más moderna del clásico Romeo y Julieta, pero en versión pobre, donde la dictadura cubana hace a la vez de Montescos y de Capuletos.
Más allá de que el médico anestesiólogo en cuestión fuera un capitán de las FAR, secretario de un núcleo del PCC en el hospital militar Carlos J. Finlay, no cambia mucho el argumento de la obra. Claro que todo tiene el tufo de las cosas de la Cuba reciente, con ese hombre nuevo que se ha convertido en todo un experto en simulaciones, y que se mueve en el sistema con impunidad, gracias a la doble moral que es ya práctica generalizada.
La nota informativa, que califica la “desaparición” del capitán Dariel Romero, casado en Cuba, dice que “era uno de los responsables de la "misión médica" cubana en Andorra, integrada por 39 sanitarios del contingente Henry Reeve, formado en su mayoría por profesionales de formación militar”. Y usa el tan manido término de “deserción”, que es cosa muy común entre militares, que se abandonan y lloran por esa infidelidad de quien decide convertirse en exmiembro.
Lo verdaderamente triste y llamativo de todo este asunto no es la gritería patriótica o la lloradera cínica de los medios de prensa oficialistas de la isla, que a todo el que no piense o actúe como ellos quieren le cuelgan el cartelito. Lo realmente desgarrador es que, a esta altura del campeonato, el propio padre de ese médico que decidió buscar un futuro distinto lo califique de traidor.
Con una isla destruida, hundida en la miseria absoluta; cuando el pueblo comienza a darse cuenta de que estos 62 años solamente han sido un viaje hacia la nada, por culpa de un ególatra loco, con manía de grandeza, que un miembro de una familia se vuelva contra el otro, que un padre abomine de un hijo, que un hermano niegue a un hermano, son cosas bochornosas que ya sucedieron en el pasado, cuando familias enteras se dividieron por imperativos de la política en aquellos primeros años cruciales de la llamada “revolución”.
Suena antiguo, retrocede en el tiempo hasta el duro reinado de Josef Stalin, cuando se premiaba la delación y el rechazo a quienes no comulgaran con la ideología de los bolcheviques, con la línea de entrega absoluta y existencia miserable y sacrificada. Nos remite a aquel monstruo en que el estalinismo convirtiera a Pavel Morózov, joven pionero comunista, que fue considerado un héroe de la patria por denunciar a su propio padre por actividades contrarrevolucionarias.
Que en pleno siglo XXI se aliente aún a que una familia se escinda por la política, o por tener opiniones distintas, es un crimen. Bastante sufrieron ya las casas cubanas con la separación y los enfrentamientos, con hermanos y madres de un lado u otro del estrecho de La Florida y el Enajenante en Jefe moviendo las aguas, volcando azufre, sembrando el rencor entre personas de la misma sangre porque si no estabas con él, estabas en contra.
Padre extremista, hijo con doble cara. Algo anda muy mal en la sociedad cubana. Toda la rabia desatada por la prensa y el partido contra el anestesiólogo y su pareja, develan además el estado de semi esclavitud de estas brigadas médicas, en las que los profesionales son cosas que le pertenecen al gobierno, que cacarea sin descanso aquello de la educación gratuita.
Por si alguien no lo tiene claro, aquí está más que explicado: “La venta de servicios profesionales, fundamentalmente médicos, es una de las principales fuentes de ingresos del Gobierno cubano, que se queda con al menos el 75% de lo que pagan en salarios los países de destino.
Los médicos que deciden abandonar estas misiones son severamente castigados: se les impide viajar a la Isla durante los próximos ocho años y el dinero que se les paga en moneda nacional tras su regreso es intervenido por el régimen”.
Si todo quedara entre un gobierno que usa a un médico y el médico que decide velar personalmente por su futuro, asumiendo todas las responsabilidades de la ruptura de contrato, fuera normal. Pero que aún madres y padres se vean en la obligación de calificar de traidores a sus vástagos, para desviar sospechas o para contentar a un régimen que sigue creyendo en la fe ciega de sus súbditos, es bochornoso, reprobable y condenable. La sangre no se niega.
Solamente odian a sus seres queridos los que son incapaces de amar, de querer y respetar a los suyos, piensen como piensen, decidan lo que decidan. Los que lo hacen son monstruos que las circunstancias históricas han parido.
Si un padre como el de este médico es capaz de calificar, públicamente, de traición la decisión de su propio hijo, a quiénes no será capaz de odiar. Hay que cuidarse de gente como él. Hay que alejarse de los gobiernos que crían y amparan a este tipo de engendros.