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Los tres cerditos en la Navidad cubana

Cuando se acerca la familiar y digestiva fecha de la Nochebuena, el pueblo cubano, por culpa de los burros, va a pasar una verdadera Noche mala

Actualizado: December 22, 2022 3:13pm

En la Cuba de hoy el cerdo vale más que el burro, pero no llega tan alto. 

Ahora mismo, cuando se acerca la familiar y digestiva fecha de la Nochebuena, el pueblo cubano, por culpa de los burros, va a pasar una verdadera Noche mala. Una noche pésima. A oscuras y sin el delicioso aroma de puerco asado, que es manjar esperado en la mesa de cualquier familia que todavía tenga mesa, cubiertos, platos, familia y todos los miembros de ella cerca y disponibles.

Por eso es difícil, engorroso, problemático y complicado hacer en la actualidad y teniendo a la isla como escenario, el gustado cuento de Los tres cerditos y el lobo. Pero hoy que los cerdos ven cómo crece su autoestima por el precio de su carne, vale la pena que les contemos una nueva versión mejorada. Con lobo y, sobre todo, con muchos burros, que son los que hoy en día comen en Cuba. Así que no nos desviemos ni un ápice del cuento original, que sigue comenzando así:

Había una vez tres cerditos que vivían al aire libre cerca del bosque. El bosque era natural, es decir, no lo sembraron para hacer cortinas rompevientos, ni en saludo a una fecha ni nada de eso. Tenía muchos años y por eso seguía existiendo. Era una de las poquísimas cosas que, teniendo muchos años, podía sobrevivir en Cuba sin vender los cigarros de la cuota o ejercer como colero traspasando turnos. Los cerditos habían nacido en un país que pretendía construir el socialismo. Y cada vez que alguien lo recordaba y lo proclamaba, los cerditos comían menos y la gente quería comérselos más.

No entendían aquella obsesión, si en el socialismo se acababa hasta el aire libre y ellos habían nacido al aire libre. En ese sistema mermaba la libertad, el aire libre, la carne de cerdo y hasta mermaba la mermelada, que eso no se lo explicaba ni el que inventó la merma. También desde arriba justificaban que no se hubiera podido construir lo que querían construir por culpa del bloqueo, del cambio climático y la tarea de ordenamiento de Marino Murillo, que había desordenado más al país, porque ya la isla había tenido un primer gran desordenador, que lo había virado todo al revés con sus locuras.

Por eso los cerditos eran solamente tres. Antes había más, pero ya se sabe, el bloqueo, el cambio climático, el que pasó antes de Marino Murillo, la tarea de ordenamiento y algo nuevo a lo que llamaban “Resistencia creativa”, que, unido a la soberanía alimentaria y nutricional, terminaba de mermar lo que quedaba.

Como vivían al aire libre y eso resultaba peligrosísimo para los altos precios que iba adquiriendo la carne de cerdo, los tres cerditos acordaron no ceder en nada y se pusieron de acuerdo en que lo más prudente sería que cada uno construyera una casa para estar más protegidos. Después de rechazar la ridícula sensación de sentirse profundamente deseados, los tres hermanos acordaron que el primer paso era conseguir materiales para que cada uno se hiciera su propia vivienda. 

Uno de ellos, posiblemente el del medio, dijo que él no tendría problemas, pues llevaba más de diez años en la lista de afectados esperando una vivienda. El otro se acordó de que él también estaba en un grupo de priorizados. Pero, por suerte, recordaron que en ese país las cosas no eran lo que parecían ser diez minutos después de que parecieran ser, incluso antes y durante de que lo que alguien dijera que le parecía que era. Y, como en todo país surrealista que pretende construir el socialismo, pero no puede por culpa del bloqueo, del cambio climático, el ordenamiento y la guerra de las galaxias, los materiales eran como la materia marxista, que ni se crea ni se destruye, se transforma o se vende en bolsa negra. Así que el primero que consiguió algunos materiales fue el cerdito más pequeño, que conocía a uno que la transformaba.

Los tres cerdito en Cuba
Ilustración de Armnado Tejuca para ADN Cuba

Y en medio de la euforia, cuando ya estaban celebrando que al menos uno de ellos iba a comenzar a construir su vivienda, les llegó un recorte de prensa que decía: “El plan de construcción de vivienda en este 2022 en Cuba logró cumplirse sólo en un 58%. La directora general de la Vivienda del Ministerio de la Construcción (Micons), Vivian Rodríguez Salazar, explicó que este año se terminaron 21 229 casas. Los incumplimientos se debieron a las limitaciones materiales con el cemento, acero, materias primas de importación para la carpintería metálica, pintura, muebles sanitarios y otros insumos”.

De modo que, viendo cómo andaban los insumos para el consumo, y el problema del acero con los aseres, se defecaron en la noticia y empezaron a conseguir cemento, ladrillo y arena para su casita en Los Pinos. Y ahí fue que se apareció el temido Lobo feroz, o uno de ellos, en forma de inspector, de esos a quienes se les botan los ojos y les crece la nariz de tanto echar hacia delante el rostro para fisgonear. Venía preguntando por el origen de los materiales, pero cuando uno de los cerditos, o posiblemente los tres, le pidieron identificación, autorización, procedencia y méritos históricos, y hasta le preguntaron si por casualidad era merecedor del machete de Máximo Gómez, espantó la mula el muy burro.

Entonces vino otro lobo más feroz, vestido de policía, aunque de policía era solamente el disfraz exterior. Adentro había un agente de la seguridad del estado, loco por tumbarles a los cerditos los materiales conseguidos y, de paso, partirle la ventrecha a uno de ellos, o a los tres, para poner sobre la mesa de su familia un lechón en Nochebuena. Ellos se dieron cuenta de que algo tramaba cuando les dio una citación para la tarde del 24 de diciembre sin dejar de pasar su lengua, incansablemente, por los labios. 

El mayor de los cerditos le informó que no podían ir porque no construían una vivienda ilegal, sino que desarrollaban un experimento científico ordenado por la universidad, y le explicó que tenían el encargo ministerial de "vincular la producción científica universitaria en función de las soluciones a las principales problemáticas sociales”. El seguroso se marchó sin entender nada, igual que no habían entendido los tres cerditos, ni siquiera el que había dicho esa carrilera de palabras sin sentido.

Ahí se dieron cuenta de que ya tenían hecha la fachada de la casa. Una fachada precaria, de tablas, pero que, montada encima de unas gomas de camión o unos bidones, podría flotar sin problemas. Intuyendo las intenciones de los otros dos, el cerdito menor dijo que él esperaría para irse del país, pues había leído un twitt que decía que “por quinto día consecutivo en Cuba no había déficit por capacidad de generación eléctrica” y que quería esperar cinco días más a ver si tampoco se iba la luz y todo mejoraba.

Pero se asustó tanto por la manera en que lo miraron los otros dos cerdos que fue el que más empujó la balsa que habían construido hacia el mar, y fue el que, ya en medio del agua, más trompetillas le lanzó a un chivato disfrazado de guajiro que había acampado cerca. Y que puso una cara larguísima al ver que se marchaban aquellos últimos perniles.