Un hombre ha sido arrestado en Cuba por repartir volantes con frases de José Martí, mientras recitaba la letra del Himno Nacional. O han prohibido partes del Himno sin comunicarlo, o Martí está bajo sospecha y la población no lo sabe.
El detenido, acusado de divulgar impresos clandestinos, se llama Bárbaro de Céspedes y es un activista camagüeyano conocido como “El Patriota”. Imagino que eso terminó de irritar a las llamadas “fuerzas del orden”, porque para ellos, solamente son patriotas los que le oriente el Partido Comunista o el Ministerio del Interior. En un pueblo donde ellos se consideran patriotas no puede existir competencia desleal.
La noticia sorprende por absurda, porque se mezclan esencias de nuestra historia en un momento tan dramático en el presente del país, donde todo indica que la dictadura ha enloquecido manifestando sus intenciones reales: mantener el poder a toda costa.
Hasta los gobiernos más malos que asolaron la isla de Cuba querían siempre que todo el mundo conociera y amara a José Martí. No de balde Martí era “El Maestro”, “El Apóstol”, y no hay nada que un mal gobierno quiera más que sus súbditos tengan ese cierto aparente halo de bondad, esa aparente decencia que otorga la biblia moral que conforman las frases, escritas o dichas, por quien está considerado el más preclaro de los cubanos.
Martí ha servido lo mismo para comparar que para regañar. Para cerrar discursos, para enervar, emocionar, empujar a la gente hacia el delirio del aplauso total, desmesurado. Porque no hay nada que guste más a los fariseos que citar a gigantes morales, sabiendo que jamás podrían alcanzar su estatura. Pero se conforman con estar a su sombra.
Fidel Castro le entró a la historia con José Martí en la cartuchera. Parecía un sembrador, soltando en el aire semillas que no eran suyas, que no compartía en secreto, con su ego y su desmesura, y su ansia abusiva de poder. Nada más ajeno a ese aprendiz de gánster que la sobriedad martiana, esa vocación de sacrificio y martirio que era el ropaje perfecto para encandilar a un pueblo.
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Entonces dijo que “Parecía que Martí iba a morir en el año de su centenario”. Era 1953 y mataron a José Julián entonces sus seguidores con un asalto armado y sangriento, que le imprimía al autor de los “Versos sencillos” un carácter combativo que el propio Castro consolidó después haciéndolo cómplice del desatino cuando lo declaró “Autor intelectual del Asalto al Moncada”.
A partir de entonces Martí fue barranca abajo. De “Apóstol” o “Maestro” fue declarado por decreto “Héroe Nacional de Cuba”, y lo citaban sin descanso, lo mismo un jefe de lote en la agricultura que un sargento enardeciendo un pelotón; igual en la limpieza de una bodega que en la clausura de un festival de ballet o en un interrogatorio policial. Total, Martí “vestía”, lo hacía creíble, daba sombra seria al pensamiento revolucionario. Le humanizaba, aunque el resultado o el objetivo fueran un disparate. Hasta el disparate mayor que ha sido el último destino escogido por el dictador en la vecindad martiana del Cementerio de Santa Ifigenia.
Tal vez por eso José Martí se ha rebelado. Resuena en cada mente del cubano actual aquella frase que dijera el 26 de noviembre de 1891 en un discurso en Tampa: “Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”. A 130 años de nacida esa frase es cada vez más hueca en la realidad de una supuesta revolución que ha cortado la garganta, la mente y las alas a los hijos de ese pueblo. No hay dignidad sino hambre y acoso, crisis total de valores y doblez en el ideario que pretende obligar al silencio y degollar la honestidad.
El José Martí que puede circular en la Cuba actual es el que pone el libelo Granma en sus páginas. El de los carteles que autoriza el Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR). El que sale avergonzado en los discursos de los jerarcas cada vez más indolentes e ignorantes.
No es el Martí que uno quiso que conocieran sus hijos. El que nos pudiera guiar por el noble camino de la honradez y la virtud. Ese Martí es peligroso, subversivo y alerta a los esbirros porque los desenmascara.
El Martí autorizado no es el Martí que el cubano de a pie cree, sino el que los facinerosos del PCC orienten y decreten. Es el Martí escogido y encogido, el Martí conveniente, el que parece un Dios lejano.
Ilustración de portada: Armando Tejuca en exclusiva para ADN Cuba