El destierro de la escritora Katherine Bisquet y el artista visual Hamlet Lavastida estremeció este fin de semana las redes y los medios de prensa independiente. Yo intentaba trabajar en una novela en la que voy muy atrasada (es autobiográfica, y escribir sobre Cuba se ha vuelto un ejercicio lacerante). Entonces leí esta noticia que una amiga me envía por WhatsApp.
Me vinieron a la mente “flashazos” de las veces que he visto a Katherine, primero en un taller literario en Regla, luego como parte de los organizadores de la 00Bienal, donde participó mi esposo, y todos compartimos presiones de una Seguridad del Estado que todavía parecía una abstracción tenebrosa, pero fantasmal.
Después me llegó el recuerdo de Katherine en una directa en noviembre pasado, cuando un grupo heterogéneo de personas se acuartelaron en una humilde casa del barrio San Isidro, en la Habana Vieja, con la inocente intención de protestar con poesía por la arbitraria encarcelación de un rapero. Como se sabe, el acoso de las autoridades transformó las lecturas poéticas en huelgas de hambre, que fueron difundidas desde Facebook y sacudieron a la comunidad cubana dentro y fuera de la Isla. En esa directa, Katherine anunciaba que se sumaba al ayuno, y detrás de ella ondeaba la bandera de la estrella solitaria.
Entonces sentí una especie de déjà vu, y es que dos años antes, yo misma estaba en ese lugar, el entrepiso de la casa del artista Luis Manuel Otero Alcántara, y tuve la sensación de que un día, ese balcón destartalado iba a ser el escenario de hechos que rozaban con lo trágico.
Y el desfile de “flashazos” continuó con la imagen de Katherine en la protesta del 27 de noviembre frente al Ministerio de Cultura, evento que siguió al desalojo de los huelguistas. Me golpeaba su entusiasmo al leer un alegato que representaba a los artistas de alma libre: “Tenemos derecho a tener derechos…” Más de quinientas personas reunidas frente a la institución, una cifra indefinible paralizada en las calles aledañas, que no pudo cruzar el cordón de represores, y millones siguiendo las directas en una velada histórica.
Luego vino el intenso recuerdo de la última vez que vi a Katherine, en su apartamento rentado, construido en una azotea, desde donde se divisaba el Capitolio y una Habana empobrecida y vibrante, no como una postal, sino como un trozo de un país que está mutando, casi en secreto, como un movimiento tectónico.
La visión era entrañable y a la vez nueva, cargada de una esperanza no exenta de tristeza. En ese momento lamenté no haber tenido una cámara, pero la razón de la visita era la despedida a la curadora de arte Anamely Ramos, que viajaba a México, y todo el grupo era objeto de sañuda vigilancia. Temí que nos interceptaran, a la entrada o salida del edificio, y nos quitaran el móvil para devolverlo roto, como ya le habían hecho a mi esposo hacía unas semanas.
Qué podemos saber de lo que sucederá mañana, incluso si tenemos esos vislumbres fugaces, que parecen alertarnos. Hago un paneo por la memoria y me estremezco al recordar las personas que vi allí, en casa de Katherine, a veces abstraída en mis pensamientos o acariciando a la hermosa Musa, su gata, aspirando el aire nocturno y ajena a la ferocidad de los acontecimientos que sobrevendrían.
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Anamely, Maykel Osorbo, Luisma, Tania Bruguera, Carolina Barrero, a quien conocí esa misma noche… Camila Lobón y Katherine eran las atentas anfitrionas, había comida para todos, y nos sentíamos tan felices en ese micro país que ya era, y es, libre. Porque hay un porciento de cubanos que se adelantó al futuro y vive en democracia.
Entonces ignorábamos que esa reverberación latente no era solo la densidad de una ciudad abatida, y estallaría el 11 de julio de este año. Y vendría el desenmascaramiento total de la represión que hasta entonces había sido camuflada lo más posible.
A veces veo en Facebook que algunos cubanos ponen en su foto de perfil “Cuba duele”, frase que se ha convertido en emblema de un sentimiento nacional. Esa postal que venden a los turistas, de cubanos extrovertidos y rientes, es una caricatura cada vez más cínica. No se puede reír sinceramente cuando salir a gritar una simple palabra “Libertad”, te convierte en blanco de palazos, en carne de prisión o destierro como canje por la excarcelación de un ser amado.
Como siempre, el paroxismo del acoso encarnizado, es una desbandada externa o interna. El dolor se repliega y cada quien lo soporta como puede, pero ninguna energía puede inmovilizarse indefinidamente.
Ya otros jóvenes están notificando que harán una protesta el próximo 20 de noviembre, siete días antes de que se cumpla un año de aquel 27 de noviembre que nos mantuvo en vilo una noche mágica. No importa cuánto nos repitan que “aquí nada va a cambiar”, como si estuviéramos fuera de las leyes de la dialéctica. Sí, Cuba duele, y mucho. Pero no será para siempre.
Portada: Imagen de una obra del artista cubano José Ángel Vincench