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Corneta toque usted a degüello

La violencia impera desde hace meses en Cuba. Y va a más. Mientras eso sucede, la policía y el resto de los esmirriados esbirros recrudecen su vigilancia y su hostigamiento contra opositores y cubanos desencantados

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Ilustración
Armando Tejuca | Ilustración

Actualizado: Fri, 06/16/2023 - 14:42

En la penumbra cubana del presente se vuelven a escuchar los sonidos que antes llamaban al combate.

Pero hoy no son mambises quienes empuñan los machetes, ni buscan derrocar a la dictadura. No. Es gente exasperada y sin futuro, que ya no puede más, y en su desesperanza, solamente recuerdan fragmentos de lo que escribió una vez Antonio Maceo. Sólo que Maceo advertía a quienes intentaran apoderarse de Cuba que conocerían el filo del machete e iban a dejar el suelo anegado en sangre.

Hoy esas palabras no alientan a los defensores de nuestra tierra, sino a bandoleros y gente violenta que quieren robar y asesinar, arrebatando lo poco que tiene su vecino. Y lo hacen de la única manera que conocen, de la manera más violenta y desesperada: a machetazos.

Tanto se apeló a la valentía del ejército libertador. Tanto se elogió el uso del paraguayo en aquellas cargas a caballo que amedrentaban al ejército español. Tantas veces se mencionó en nuestra historia reciente la palabra machete como símbolo de hombría, que ahora cualquiera se siente mambí, cualquier pobre criatura piensa que es su derecho atacar a otros con esa especie de arma nacional que alabara con frecuente entusiasmo el Entusiasta en jefe (que nunca supo lo que era chapear un cantero, y menos enfrentarse a un enemigo con el acero esgrimido).

Y hay hasta una lógica terrible en la realidad actual y esa arma mambisa, hoy en manos equivocadas, o con el uso equivocado. Si un niño crece viendo cada día filmes de pistoleros del salvaje oeste y constantemente escucha historias de forajidos, y los padres y abuelos enaltecen la valentía de Pat Garret y la osadía de Billy the Kid, lo más probable es que el muchacho termine siendo pistolero, a menos que lo suscriban a Netflix y compruebe que, según la visión de ahora, los cowboys se sacaban las cejas y se pintaban las uñas.

La violencia impera desde hace meses en Cuba. Y va a más. Mientras eso sucede, la policía y el resto de los esmirriados esbirros recrudecen su vigilancia y su hostigamiento contra opositores y cubanos desencantados.  

A los padres del párroco santiaguero Leandro NaunHung los asaltaron en su domicilio. Tres ladrones entraron a robar en su casa armados con machetes. Y él comprendió esa rabia actual y lanzó este llamamiento: "Un pueblo de mambises violentos que ante la escasez y la crisis desesperadamente no dudan de tasajear a un hermano para robarle un móvil, una bicicleta, una motorina, un TV… No valemos nada en manos inescrupulosas".

Será que han regresado, de tanto mentarlos, el generalísimo Máximo Gómez, Ignacio Agramonte “El Mayor”, Vicente García, los Maceo y sus Maceítos, cabalgando sobre unos pies descalzos o con tenis rotos y tres varas de hambre, ante la cual se espantaría hasta un tigre. 

El machete ha sido, durante los 64 años de este accidente político donde un solo hombre se apropió del poder en nombre de José Martí, que jamás usó el machete en su vida, una constante, una muletilla ideológica, un símbolo. No es casual que ya sea tradición entregar una réplica del machete de Máximo Gómez a los intelectuales que la dictadura decida. Y uno se pregunta ¿qué hará un intelectual con un machete? ¿Es una burla vil entregarle un instrumento de trabajo y muerte a alguien que trabaja con su cerebro?

Lo único cierto es que en la memoria tribal que usó hasta el delirio el Delirante en jefe Fidel (Palo que sea, Fidel, palo que sea) el machete sea siempre la respuesta, la primera respuesta ante cualquier amenaza o temor. Es el utensilio para quitar lo malo y asustar. Para limpiar y destrozar. Para amenazar y castigar. Es también, de alguna manera, en el imaginario popular (el delirio antes mencionado) lo que nos une como país que aún se ilusiona con la idea de que encontró la libertad, porque no teme a ese enemigo poderoso que inventaron los del poder para que soñemos enarbolar el machete y cortarle la cabeza.

No es raro entonces que el machete sea la primera opción, y el machetazo la respuesta. Los macheteros fueron, según palabras del Delirante, los mambises del siglo XX. Y es curioso que el supuesto enemigo de aquellos valerosos cubanos que protagonizaron las cargas al machete de las zafras, fuera la caña de azúcar. Tan intenso resultó el coraje de esos héroes, que derrotaron a la verde gramínea y ya no hay caña, ni centrales, ni azúcar para crecer. Todo gracias al acero viril de los machetes.

Me asombra que, sobre la piedra donde se supone descanse (y nos deje descansar) el Disparate en jefe, no hayan insertado un pérfido cortante, es decir, un machete de la histórica manigua cubana. Muchos preferirían seguramente que ese machete lo hubieran clavado antes, y no precisamente en el seboruco, que a fin de cuentas no tiene culpa alguna. Y sorprende también que el machete no sea tan utilizado en el lenguaje popular. Aunque ya esa arma tenía cierto leve relumbre en el anecdotario erótico. No olvidar esa metáfora cortante del primer encuentro sexual de la pareja narrado por el hombre cuando dice: “La besuquié y no sabes cómo se me puso el machete”.

Pero habría otros ejemplos:

Que, en una Oficoda, si se pretende dar de baja a un miembro del núcleo familiar no se diga “vengo a darle machete a mi suegra”, o que los burócratas de la oficina respondan a la persona de este modo: “Mire, compañero, a usted no le tocan las cinco libras de arroz que reclama porque el Ministerio le dio machete a la cuota de este mes”.

O en los hospitales, cuando el médico decide darle el alta a un paciente le pida a la enfermera que le dé machete al de la cama 15.

Tal vez en un aula de una escuela primaria, la maestra enardecida y alterada por la desobediencia de los alumnos, anuncie que, si no se callan de una vez, va a darles una carga al machete.

Crecer con un machete en la oreja, un machete que avanza hacia el cerebro en discursos, documentales, libros de historia y programas de televisión te afila para la vida diaria. No es extraño entonces que uno de los estelares defensores de la dictadura se llame “Con filo”. Y que, desde la más tierna infancia, en Cuba, hasta nuestro héroe de los dibujos animados, el coronel mambí Elpidio Valdés, resuene para siempre en nuestro cerebro, gritando: “Corneta, toque usté a degüello, compay”.

Después de tanta carga, también es muy raro que el Puesto a Dedo, en aquel fatídico 11 de julio del 2021, cuando dijo: “La orden está dada”, no haya pedido que los represores cargaran al machete contra el pueblo desarmado. Es posible que no lo mencionara porque sabe lo que le espera. A él y a los demás.