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Cómo se extinguió la isla de Cuba

¿Puede extinguirse un país? ¿Desaparecer, irse esfumando de forma lenta física y espiritualmente? Es posible.

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Cuba
Armando Tejuca | Cuba

Actualizado: Mon, 09/25/2023 - 08:50

Lo primero es que el tiempo no corra o se repita. Y que las fechas dejen de tener importancia y no marquen nada, ni digan nada. Cuando el aceite normado de julio te lo dan en agosto, el pollo de julio te llega en septiembre, el arroz de agosto no tiene fecha de entrega todavía y se pudren más de dos toneladas de pescado en Bejucal por falta de corriente eléctrica, sin que el café tenga intenciones de arribar, es que el país se fue definitivamente a pique. O a bolina. O dicho con más brusquedad y dolor: a la mierda.

Todo comenzó con un entusiasmo que se fue mezclando con el miedo, como el café con el chícharo. Y entre el sonido de las descargas de fusilería que llegaban desde La Cabaña y el Castillo del Príncipe, el aire fue llenándose también del clamor ensordecedor de la plebe, gritando “paredón, paredón”, para complacer al gran héroe de aquella gesta, un cobarde de palabra fácil y un ego talla extra. Habían salido de unos años muy malos y se sentían liberados, así que expresaban su alegría desaforadamente porque todavía estaban bien alimentados, podían gritar y saltar sin desmayarse y toda la familia vivía en el país.

Cada día había algo nuevo. Se marchaban los dueños de empresas y fábricas, los que las habían creado y sabían cómo funcionaban. Y la gente se alegraba, pues el cubano odia a ese tipo de gente. Los envidian, pero no es porque quieran ser dueños de esas cosas, sino que quieren que los otros no las tengan. Y eso lo entendió enseguida el capitán araña (en este caso “comandante en jefe”) que se alzó con el triunfo. Y lo nacionalizó todo, porque cuando el pueblo piensa que es dueño de algo, ese algo deja de importarle.

Él había anunciado otra cosa. Con los años, la gente iba a comprobar que Él decía una cosa y al poco tiempo ya no era esa cosa, sino lo contrario, es decir, otra cosa. El 28 de abril de 1959 Él dijo: “Será un gobierno del pueblo sin ataduras y sin oligarquía; libertad con pan, y pan sin terror, eso es humanismo. Creemos que no debe haber pan sin libertad, pero que tampoco puede haber libertad sin pan. Queremos que Cuba sea un ejemplo de democracia representativa con verdadera justicia social”.

Eso lo ubicó rápidamente entre los mejores humoristas del hemisferio. Y desde entonces estuvo en el selecto grupo de quienes sabían disfrazarse mejor, los que usaban un maquillaje que los convertía en otro. Por ejemplo, bajó con sus hombres del monte y todos llevaban barbas y venían repletos de collares de aquellas semillitas rojinegras y medallas de la virgen. Se parecían a Jesús con sus apóstoles. Muchos pensaban que era el Mesías y no, era realmente Judas.

Agarró al pobre José Martí por el cuello y se lo restregó al pueblo y lo coló en todas las fechas patrias. Si ya lo había hecho el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada, qué más daba que tuviera otros delitos. Y luego “se perdió” Camilo Cienfuegos en el mar, donde la vida ya no es más sabrosa. Y en cada aniversario hay que echar flores en la orilla o en un cubo de agua.

Igual sucedió con Ernesto Guevara, a quien le cerró el regreso y se murió en Bolivia buscando a Camilo, pero Bolivia no tiene salida al mar. Y después dijo que los niños debían ser como el Che. Y los niños comenzaron a irse para Bolivia, para Nicaragua, para Panamá. Con los padres, por supuesto.

Muchísimos cubanos evadieron aquella idiotez del gobierno que consistía en caminar, sin ton ni son, 62 kilómetros. Era la marcha hacia ninguna parte, como luego hizo la economía de la isla. Parecía estúpido, pero no, sirvió de entrenamiento a algunos que luego atravesaron la selva de Darién.

Entonces Él quiso que en la isla se produjera más leche. Y se acabó la leche.
Fundó una inmensa flota de pesca y ahora no hay peces en los mares aledaños y se prohíbe pescar.
Quiso doblar la cantidad de vacas y desaparecieron las vacas.
Se propuso inundar el mundo de azúcar y ahora el azúcar hay que comprarla afuera.
Quiso que la isla fuera una potencia médica y, si eres tan ingenuo que entras a un hospital, te mueres. Los médicos se exportan como si fueran sacos de azúcar.
Luego le dio por cosas inútiles, como la moringa (antes inundó al país de pangola, para que comieran las vacas) y ollas arroceras, pero no había arroz y quitaban la electricidad.

Y empezó a pedirle dinero a todo el mundo. Y no lo devolvía. Eso trajo como resultado que, si eres cubano en el extranjero, te cobran el doble o el triple, a ver si tú solito pagas la deuda externa.

Ya lo había nacionalizado todo y le había quitado a la gente todos los negocios y los servicios. Y lo único que tuvo entonces el cubano era el tiempo, todo el tiempo. Pero tampoco, porque a cualquier hora, en cualquier fecha, Él convocaba a la gente a la plaza y les hacía perder lo único que tenían hablando sandeces durante horas.

De todos sus inventos el que sí funcionó fueron los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), donde se legalizó la bajeza y la chivatería y funcionaba solamente con envidia. También incrementó la combatividad, la vigilancia y la represión. Y la pena de muerte, que en otras partes llaman “pena capital”, y no es lo mismo “pena capital” que la pena que da vivir en la capital.

Dijo, además, a la gente que no compartía sus ideas que se fueran: “No los queremos, no los necesitamos”. Pero cuando todo se hundió un poco más gracias a su mente brillante y a los inútiles que lo apoyaban, inventó las remesas: los que vivían lejos pagaban por sus familiares secuestrados.
Y la gente se dio cuenta de una cosa: si toda la comida la traían de afuera, si la ropa era también de afuera, si las medicinas les llegaban del extranjero, entonces era mejor vivir en el extranjero.

Y así no quedó casi nada. Unos militares que dicen estar esperando a un enemigo con el que ellos mismos hacen negocios. Unos hoteles medio vacíos. Y un montón inmenso de holgazanes que comprendieron que apoyarlo a Él era el mejor negocio.

Al final Él le hizo un regalo al pueblo, el mejor de los regalos: se murió. Pero ya era tarde, ya casi no había nada alrededor.