En fin de año Félix se fracturó una rodilla con un paso en falso, pero rechazó el yeso y el reposo para continuar su trabajo de hornero en una pizzería estatal, apoyado en su pierna buena.
“No puedo faltar al trabajo, no por el salario, es por todo lo que cargo de allí. De cada libra de harina sumo unos gramos a mi favor, también en la levadura, el queso, el puré de tomate. Gramo a gramo llego a Roma. También trabajo por la izquierda, por encargo. No puedo perder eso por un certificado médico”.
También en fin de año se rompió la guagua de Pachi, un vecino de Jaimanitas. En la empresa le dijeron que parqueara y el nuevo año verían si en el almacén quedaba la pieza. Pachi dijo que no podía esperar, buscó en el pueblo con los choferes pero no la encontró. Dice que se le encendió la chispa y fue al basurero, que llaman en el pueblo la Escombry Shopping porque allí se puede encontrar cualquier cosa, y la encontró, en buen estado.
“Con esto me salvo, porque con lo malo que está el transporte, tirando viajecitos del paradero de Playa a Santa Fe, hago el pan. Informo a la empresa una cifra y me quedo con más de la mitad del dinero de recaudación”.
La mayoría de los cubanos que trabajan, desangran al estado con ese método de lucha que es la apropiación ilícita del bien ajeno. Tal vez un mecanismo de auto defensa ante sus magros salarios, las pésimas condiciones de trabajos, sin derechos laborales, ni sindicatos independientes que los protejan.
Otro que lucha es Livio, cocinero de un restaurante del estado. Regresa a su casa tarde en la noche en su viejo auto americano, lleno de gramos que ha esquilmado en la pesa durante el día, en complicidad con el administrador y el almacenero. Allí también lleva cerdo, pescado, camarón, langosta, verduras, viandas y vegetales.
Livio reconoce que es un cubano que no sabe qué es periodo especial, ni periodo coyuntural. Su familia siempre ha trabajado en restaurantes estatales famosos.
“Eso lo da estudiar. En mi familia desde mi abuelo nos dedicamos a estudiar y aprender todo lo relacionado con la elaboración de alimentos. Somos maestros de la cocina cubana. Raspamos, es cierto, pero el cliente se marcha satisfecho y en el inventario todo sale bien”.
Livio no tiene ideología; para él, el mundo es una vuelta. “Cuando me toca ser el cliente y voy a cualquier sitio a consumir, ¿acaso no me roban a mí? En Cuba se ha generalizado matar en la pesa, en el cambio, hasta para cualquier trámite burocrático tienes que aflojar el bolsillo. La gente trabaja para eso. Cuando alguien va a buscar un trabajo no pregunta cuánto va a ganar, sino qué es lo que hay para robar. Eso lo da no estudiar”.
Pero aunque en Cuba se estudie, pocos pueden vivir honradamente con su trabajo. La altura de los precios de los productos de consumo, de los servicios y el poco valor de la moneda con que se pagan los salarios, mantiene a los trabajadores en los límites de la supervivencia.
“Son las remesas y lo que se pueda sacar en cada puesto de trabajo, lo que mantiene con cierto alivio a los cubanos”, dice Ponce, estudioso del materialismo científico y de los sabios griegos, y mecánico de electrodomésticos de un taller estatal. “En esta historia cubana de la supervivencia, resulta que son los más pobres los que menos roban”.