Pueblos de madera, un mundo que desaparece en Cuba

​​​​​​​Los pueblos de madera son lo más frágil de la arquitectura cubana. Sitios como Cunagua, Batabanó o Isabela de Sagua, fueron edificadas al estilo del farwest y acabaron siendo lo más desvencijado de la Isla
 

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Los pueblos de madera son lo más frágil de la arquitectura cubana. Los ciclones van reduciéndolos cada año, lo mismo que los insectos. Sitios como Cunagua, Batabanó o Isabela de Sagua, por mencionar solo tres poblaciones que fueron edificadas al estilo del farwest, acabaron siendo lo más desvencijado de la Isla.

La madera no se derrumba como el ladrillo o la piedra, que caen trágicamente y dejan ruinas, metáforas nobles. La madera se derrumba como avergonzada. Antes de caerse, la casona de madera ya parece una choza: se enferma, se dobla. Cruje.

Solo un pueblo casi totalmente edificado en madera ha sido incluido en la lista de los Monumentos Nacionales de Cuba. Cunagua, rebautizado como “Bolivia” después de la revolución de 1959, fue arrasado por el huracán Irma en 2017. Había sido reconocido como parte del patrimonio cubano en 2000, cuando todavía no cumplía un siglo de fundado. Se le reconoció entonces como “un valioso exponente de la arquitectura en madera que se desarrolló alrededor de los centrales azucareros”.

Cunagua no fue un caso aislado. Las fábricas de azúcar construidas en Cuba en las primeras décadas del siglo XX se hicieron acompañar por pueblos de aire estadounidense con avenidas y bungalows.

Bajo esta misma influencia, algunos barrios de La Habana también tuvieron zonas edificadas en madera que cedieron luego ante soluciones más elegantes y, sobre todo, perdurables. El Vedado es uno de esos suburbios a la moda que tuvieron palacetes de madera con dos niveles y buhardilla. No los conservó. Otras ciudades, en cambio, no tuvieron opción. Renovarse era costoso y la madera todavía era abundante, a pesar de tantos bosques malogrados para sembrar cañaverales.

 

 

Sagua la Grande, declarada Monumento Nacional en 2011, es la urbe cubana con más edificios de madera. Lo que parece excepcional ahora no lo fue hace cien años. Manzanas enteras se levantaron y envejecieron. Algunos de estos sectores de la ciudad casi desaparecen.

El huracán Irma vino sobre Sagua después de arrasar Cunagua. Han pasado tres años y el perfil de estos pueblos aparece más decaído. En Isabela de Sagua, que tal vez fue el mayor exponente cubano de una población de alguna importancia construida sobre pilotes, ya no queda ninguna casona neoclásica de madera, con ligeras columnas toscanas, parecidas tantas viviendas de la ciudad de Colón, que ha sido menos castigada por los ciclones pero también decae imparablemente.

Un estilo de vivir también desaparece con estas casas. Una idea de frescor y de ligereza, que fue acaso idealizada por la gente de otra época, todavía pesa en las aspiraciones de confort rústico de quienes reedifican caseríos de veraneo, como la playa de Cunagua o Uvero, en Sagua la Grande, aunque el gobierno intente desalentarlos porque no hay madera a la venta y el mar acabará pudriendo esos pueblos antes que termine este siglo.

 

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