Los quince de mi prima Yusimir

Yusimir no tuvo fotos en sus quince por culpa de la policía. Jamás olvidará que nació en un país donde las colas al decir de una periodista oficialista un poco tarada -o tal vez resignada- “llegaron para quedarse”
Colas en La Habana bajo el control policial
 

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Mi prima segunda Yusimir cumple por fin los quince años. Y digo “por fin” porque desde que nació, su padre, mi primo Iromber comenzó a ahorrar y a planificar qué le haría a la niña para celebrar este día.

Yusimir no pide mucho. Quería una fiesta, pero ha tenido la mala pata de que el día en que cumple los primeros quince años de vida, caigan en medio de la cuarentena por una extraña y mortal pandemia.

Frustrada la posibilidad del fetecún, masivo y extendido como el picadillo de soya, donde sé que mi primo iba a botar “la casa por la ventana”, y anuladas otras opciones como un viaje a La Habana, o una estancia en algún hotel de Varadero, quedó, como última opción, hasta que los tiempos mejoren, una sesión de fotos en lugares emblemáticos de su pueblo, para dejar constancia de la alegría de la quinceañera y el entorno donde ha vivido estos tres lustros. Se dice fácil y es hasta hermoso que una adolescente ame el lugar donde vive, sin sentirse atrapada.

Pero no, eso también se vino abajo, naufragó, se fuñó, hizo aguas, se fue por el tragante. Alguien -en este caso el gobierno de Cuba- haló la cadena y todo se derrumbó como un edificio de Centro Habana. Nada de fotos en la calle porque en alguna, intencionalmente o por puro azar prohibido, iba a salir una cola. Del pollo, del aceite, del jabón, del helado, de lo que sea.

Y a pesar de que la periodista oficialista Elsa Ramos, del estatal Escambray, se atrevió a decir que a las enormes colas que hacen actualmente los cubanos para obtener artículos de primera necesidad "hay que verle su lado bueno cuando lo tienen", la policía no quiere ver gente con camaritas o celulares en las manos. Les da asquito, sudan y sufren, y tiemblan como hojas de otoño ante la posibilidad de que esas imágenes -las de las colas y las de ellos mismos- sean compartidas en las redes sociales y lleguen a cualquier parte del mundo. Con lo hermoso que es viajar, y sabiendo que, posiblemente, esa sea la única posibilidad que tiene un imbécil represivo de ser visto en Cambodia, en Utah o en Ucrania, y así y todo lo prohíben.

Pero no lo entienden. No mezclan ron con gasolina, no se junta el hambre y las ganas de comer. Fotos y colas son contrarios que no armonizan en un paisaje, a pesar de que mi primo intentó inmortalizar a la niña en esquinas lejanas, tejados apartados y de gran altura, paredes que en algún momento se vendrán abajo. De día, de noche, con lluvia o sin ella, detrás de mi prima Yusimir siempre, absolutamente siempre, aparecía una cola, o un molote, que es la forma autóctona, natural y folclórica con la que se practica en Cuba el antiguo arte de las colas. Y cuando no aparecía una cola propiamente dicha, era un grupo de personas poniéndose de acuerdo para marcar en la cola que harían en la madrugada siguiente por si sacaban lo que sacaran.

Mi primo acudió a todas las instancias y visitó todas las estancias. Pero siempre encontró un no por respuesta. Que nananina Juan Pescao, que néquete con néquete, a pesar de que Iromber explicó que hacerse unas fotos era el sueño de la niña -el que le quedaba-, que prometía hacerlas acostado en el piso y la niña contra el cielo, o él contra el cielo y la niña acostada en el piso, y argumentó, inteligentemente, que serían una excelente promoción de su pueblo para incentivar al turismo.

Realmente no dijo “incentivar”, sino una palabra más revolucionaria y burocrática: “coadyuvar al desarrollo del turismo. Mas, no coló. Todos giraron la cabeza de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, incansablemente, hasta tener torticolis.

Luego mi primo leyó en la prensa que “el régimen asegura que no permite hacer fotos en las colas para proteger privacidad de los cubanos”. Como si los cubanos hubiéramos tenido alguna vez privacidad desde que Fidel Castro nos nacionalizó. Ahí se enteró que en la constitución existía, un artículo 46, donde “se regulan los derechos y deberes de los ciudadanos; y el 48 establece que toda persona tiene derecho, entre otras cosas, a que se le respete su propia imagen e identidad personal”. Por eso es que la policía, cuando te pega, trata de dejarte igualito a como eres, para respetar tu imagen.

Sé que esa frustración de Yusimir no la llevará a la depresión, ni a algo más terrible como un intento de suicidio con somníferos, porque no hay pastillas. Darse fuego como se acostumbraba en el pasado también está descartado por la ausencia de kerosene.

Lo bueno es que, los quince de mi prima segunda Yusimir, serán recordados por toda su familia como el día en que no hubo fiesta, ni viaje, ni fotos. Ella jamás olvidará que nació en un país donde las colas “resultan peligrosas, mas, son necesarias y sintomáticas", y no aparecerá en ninguna foto de este señalado cumpleaños por culpa de la policía, de la constitución y de las colas, que al decir de esa periodista un poco tarada -o tal vez resignada- “llegaron para quedarse”.

 

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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