Vamos sobreviviendo. Vamos aguantando. Vamos resistiendo y sufriendo, hasta que se nos acaba la vida. Algunos aconsejan vivir el minuto y olvidarse del resto. Otros viven como si tuviéramos mil vidas o una eternidad en este mundo. La realidad es otra: tenemos una sola vida en esta tierra, el tiempo pasa volando y la vida es el primero y principal de los derechos humanos.
Esta certeza regresa y nos revisita con creciente frecuencia. Es directamente proporcional a la recursiva crisis en que vivimos los cubanos. Ahora, a las interminables crisis anteriores aún inacabadas, se suma una pandemia a causa de un virus ultramicroscópico que pareciera no depender de nosotros. Además, sin terminar aún de salir de esta incertidumbre que nos paralizó la vida, se nos echa encima una serie de medidas económicas que provocan más inseguridad y sufrimiento, porque dependen de la voluntad de unos pocos que han decidido por todos y que las imponen sin alternativas.
El creciente sufrimiento y el visible malestar del pueblo son patentes y crecen. Se manifiesta en cada esquina, en cada cola, en la ansiosa zozobra de cada “a ver si viene”, de cada “a ver si alcanzo”, de cada maltrato de quienes debieran guardar y contribuir al orden, a la estabilidad y al sosiego ciudadano y a evitar las riñas y pendencias entre los propios cubanos. Nadie puede esperar que de la escasez no surjan las deformaciones sociales como el acaparamiento, el nerviosismo del “y si se acaba”, las trifulcas de las colas y los revendedores. Pero, no todos nos damos cuenta de que la raíz y causa profunda de todo esto es la mala administración y la imposición de un modelo que lleva décadas demostrando que no funciona. No funciona.
Entonces vuelven “nuevas” medidas que no son otras que las mismas de siempre. Recicladas, reformadas, maquilladas, sacadas de los acuerdos de hace años, pausadas por los mismos que las reinician. Hay que decirlo claramente: no se puede experimentar con seres humanos, aún más, cuando la reiteración de los intentos ha dado resultados negativos. Todavía menos, cuando lo que se modifica son aspectos cosméticos y no la estructura del modelo.
Autoridades: Tenemos una sola vida
Tenemos una una sola vida en esta tierra. Por tanto, en economía como en política, los tiempos no son ni pueden ser indefinidos. Estas medidas impactan en la vida de los ciudadanos. No es ético, ni legal, ni humano, gastar la vida experimentando variantes viejas de un modelo ineficiente.
Tenemos una sola vida, tampoco se puede gastar la existencia de los seres humanos por mantener el poder o un sistema político, por muy bueno que lo consideren quienes lo defienden.
El poder es un servicio que debe buscar el bien común y si no lo consigue no es un servicio. Lo importante es el servicio, de ahí lo decisivo de la alternancia de los servidores y su competencia.
Tenemos una sola vida, la economía y la política impactan directamente en la sociedad. Si la vida social se deteriora, si se pierden los valores, si se degenera la convivencia, si crece la violencia, si se multiplica la corrupción, si se profundizan las diferencias de clases, si se aceptan las injusticias sociales por mantener el modelo largamente ineficiente que no alcanza la justicia social, entonces hay que cambiar los modelos económicos y políticos estructurales, y no seguir la escuela del gatopardismo: “cambiar algo para que todo siga igual”.
Tenemos una sola vida, y los errores en lo económico, lo político y lo social impactan en la persona de cada ciudadano y en cada familia. Se llama “daño antropológico” y se identifica como: “el debilitamiento, la lesión o el quebranto, de lo esencial de la persona humana, de su estructura interna y de sus dimensiones cognitiva, emocional, volitiva, ética, social y espiritual, todas o en parte, según sea el grado del trastorno causado.” Este daño a la persona humana es el impacto que más tardaremos en sanar en nuestra sociedad, incluso aunque los cambios ocurran hoy mismo. No hay derecho, nadie tiene derecho a lesionar la única vida que tenemos.
Ciudadanos: Tenemos una sola vida
Si la vida humana es derecho y es responsabilidad de cada persona, entonces no todo depende de los cambios o transformaciones profundas del Estado o el gobierno. En primer lugar, cada ciudadano es el soberano de su vida y de la nación en que vive. Por eso, debemos tomar las riendas de nuestra existencia para ejercer el primero de todos los derechos: cuidar, cultivar y desarrollar nuestra única vida con el máximo de plenitud posible, con libertad y responsabilidad plenamente asumidas, aprendidas, ejercidas y defendidas. Nadie puede decidir por nosotros, ni una Iglesia, ni un Partido, ni un gobierno. Nadie puede tomar la decisión de cómo vivir y qué hacer con nuestras vidas como personas y como ciudadanos.
Tenemos una sola vida, aprendamos a usar la libertad y a hacerlo con responsabilidad. Lo peor que pueda pasarle a un país y a un ser humano es que no sepamos usar bien la libertad. Esto significa, en primer lugar, que cada persona debe decidir su propio proyecto de vida con autonomía y con igualdad de oportunidades ante la ley. Si los ciudadanos de un país no pueden escoger libremente su propio proyecto de vida, pacífica y civilizadamente, respetando las opciones y la vida de los demás, sin excluir ni dañar, algo anda muy mal en la organización de esa sociedad.
Tenemos una sola vida, todos los ciudadanos tenemos el derecho y el deber de participar en la elección del modelo económico que decidamos entre todos. Se viola ese derecho y se malgasta la vida si los ciudadanos tenemos que estar pendientes de que un pequeño grupo en una Mesa Redonda decida por nosotros las medidas que considere necesarias para su continuidad; incluso se molesten porque se haya “filtrado” una medida antes de que el grupo las diera a conocer, prueba fehaciente de que el pueblo no participó de esa toma de decisión, ni siquiera a través del parlamento.
Y ese derecho ciudadano no es solo para elegir, sino para evaluar, periódicamente, y sin perder tiempo de vida de seres humanos, si ese modelo económico da resultado, si funciona, si es eficiente, si es justo, si busca la igualdad, si persigue el bien común real y medible. Ese derecho alcanza también para definir qué es el bien común, cómo se mide y lo que hay que cambiar para alcanzar una economía que funcione, que sea viable y que se productiva, siendo lo más justa y equitativa posible. Si se avanza en lo contrario, vamos por mal camino y cada ciudadano es responsable de manifestarlo, demandarlo y proponer soluciones. Eso de ninguna manera puede ser un delito. Lo contrario es perder la única vida que tenemos.
Tenemos una sola vida, y todos los ciudadanos tenemos el derecho y el deber de participar en la elección del modelo político y de participar en el sistema que decidamos entre todos, asegurando también a los discrepantes sus espacios de libertad. Perder la vida discriminado, segregado e ignorado por pensar diferente, por proponer soluciones diferentes para tu propio país, va contra cualquier proyecto de humanismo que considere a la persona como el centro, el sujeto y el fin de la organización social. La crítica no puede considerarse antipatriótica, la disidencia no puede considerarse mecánicamente como mercenarismo. Eso es hacerle perder la vida al que discrepa dentro de su propio país cuando las mismas autoridades postulan una convivencia civilizada con otros países con sistemas políticos y económicos diferentes. ¿Por qué no se acepta dentro, lo que reclamamos en el exterior?
Vivir para los demás es resucitar
Permítaseme un inciso: una parte significativa de los cubanos, están motivados por una fe religiosa o por una mística cívica, por ello hemos escogido permanecer aquí en Cuba y vivir para ella, desde aquí, o en cualquier latitud en que peregrinen los cubanos, incluso cuando parezca que perdemos nuestros mejores años e incluso muramos en la espera de ver nuestros sueños de libertad, justicia social, fraternidad y prosperidad.
Para esa parte de los cubanos, quien consume sus años por una causa justa, pacífica y noble, asumiendo las riendas de su proyecto de vida y tomando parte en lo político, lo económico, lo social o lo religioso, en los diversos espacios de la sociedad civil, hay un sentido trascendente de la vida: “quien pierda su vida, la ganará” (Lucas 17,33). Y no se trata de aguantar en esta vida para ganar la eterna. Eso puede ser alienante. Se trata de considerar “ganancia” la entrega voluntaria de la vida por causas y proyectos liberadores y edificadores de una convivencia familiar y social cada vez más plenamente humana.
Esos cubanos, pensando diferente, proponiendo cambios estructurales y profundos, pensando su país, viven para los demás, entregan su única vida en proyectos libremente asumidos, no impuestos. Viven para servir a su país, estén en la Isla o en la Diáspora. Nadie les quita la vida.
Entregamos la única que tenemos por Cuba. “Morir por la Patria es vivir” . “Vivir es amar, amar es resucitar” . Vivir así es convertir nuestra pequeña existencia en semilla y proyecto de una vida mayor y trascendente, aquí y más allá.
Ese es el sentido y la razón de mi vida y la raíz de mi esperanza.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.