Han hecho mutis. Basta un paneo somero por los medios que corresponden a los bravíos intereses del sistema. O preguntar a cualquiera de los jóvenes represaliados —y “generosamente” multados— en la nueva ola incolora, especialmente aquellos que la “revolución graduó en sus centros de enseñanza” y/o adoctrinamiento cínico-patético-militar.
No resulta muy comprensible, para censores desesperados tras el “cómo” y el “por qué fue”, que terminaran esas mentes tan brillantes —las querían obedientes— desenmascarando públicamente la frágil falacia inculcada en la academia.
Algo debe haberles fallado, el cifrar quizá en el hombre nuevo “el espíritu libertario de la patria”. Como si libertario no fuese sinónimo de anárquico.
Nunca sabremos tampoco cómo acogió el entonces líder de la Revolú Cubana —Fidel Castro Ruz, ex presidente inmorible del Movimiento de países ¿No Alineados?— la inconsulta decisión tomada en la Namibia de 1991 (durante el pleno período de traiciones especiales del a-sí aclamado como “campo socialista” con todas sus contradicciones afines aflorandas), que la ONU reafirmara dos años después. Desde 1993, el 3 de mayo se considera día-emblema de la Libertad de Prensa.
La Unesco, que cada año desde entonces convoca a una conferencia sobre tan obliterado asunto en los subsuelos del retablo caribeño, para este 2020 ha pospuesto lo que en noviembre aupará bajo el slogan suicida de “Por un periodismo valiente e imparcial”.
Así imaginemos las caras de los antisubversivos tiratiros nuestros, y las de sus fantasmas, pendejos hasta morirse en la desinformación que suelen a mares compartir.
Solo los periodistas independientes cubanos —y algún que otro oficialista cansado de vociferar medias mentiras consuetudinariamente— se han atrevido a recordar la libertad de prensa, en estas casi tres décadas de existir semejante jornada de celebraciones mundiales por la lucha en pos de la verdad.
Visitar con tal empeño los medios del régimen “ilustrado/ilustrador”, constituye dura labor de zapa en el muy minado campo de las noticias. Nombrarle “campo” puede retrotraer al “sólido e indestructible” bloque de hormigón aquel del Este, donde bogamos por demasiados años, amparados en los generosos subsidios que —a cambio de “la solidaridad internacionalista, la paz y la amistad” más otros pormenores significantes de obediencia consumada— nos “regalaba” el socialismo dizque “global”.
Y este último aserto que concatena con la decepción ideológica ensayada por el dúo formidable Goebbels-Aleksándrov, nos da una idea de cuán inflado puede sortearse o sostenerse un globo —a lo Adolf Hitler comediado por Charles Chaplin—, igual al maltratado terráqueo y sus satélites.
Si las naciones democráticas o aquellas en vías de alcanzarlas, padecen aún de rigores y desaciertos tendidos por el turbio entramado sociopolítico donde operan no sin tropiezos, eso no significa que en Cuba estemos al alza de un estrato ideal, o por encima de los lares donde esa ingente labor resultara muy pronto perfectible.
En cambio, la dictadura insular, extendida hasta nuestros días de recias alarmas cibernéticas, donde ya no es posible armar sin consecuencias “juicios ejemplarizantes” al estilo la Primavera Negra del 2003 —con una Fiscal taconeando televisivamente mientras 75 almas callaban—, apela a recursos más sofisticados, pero igual de baldíos.
No obstante, profesionales como el abogado Roberto Quiñones Haces, “salido de sus funciones” (que por decreto le fueron rescindidas de poder ejercerlas), permanece encarcelado por escribir sus análisis y opiniones para medios de comunicación independientes —díganse “mercenarios/enemigos” del poder absoluto e indiscutible.
La creación en serie de apresurados decretos contra cualquier libertad creadora —y no solo de prensa, sino de la natural opinión del individuo—, hablan por sí solos de lo mucho, y con razón, que se mofan de ellos sus presuntas y potenciales víctimas, cual obra torpe de “otra carga de los 300”.
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La vigencia de códigos anteriores a estos lamentables edictos tricentenarios, como la Ley Mordaza (No. 88) o la de Peligrosidad Pre Delictiva (No. 62), ambas inscritas en el Código Penal desde aquellas décadas gloriosas de recibir petrorrublos a chorro, repartiendo palos en cambio por Latinoamérica y África, son un claro ejemplo de lo mal que funciona un aterrado aparato represivo cuando tiene que revivir al viejo y desprestigiado dios-garrote.
Vigilar, intimidar, encarcelar, perseguir, desvalijar y multar a tal o más cual periodista o reportero por causas ajenas al desempeño de labor tan “ilegal” —circunscrita al derecho de denunciar cualquier vejamen cometido por un similar en contra propia o del entorno común, y según esos mismos medios en nación que se precia de “no tener desaparecidos” (entiéndase los físicamente muertos, no los muertos en vida)— es clara prueba de que los espíritus soberbios siguen sobreviviendo al mando dentro de la utopía contrarrevolucionaria, incluso a su triste cobardía, la misma que les impuso deshacerse del proyecto restaurador de democracias y libertades perdidas hace más de medio siglo, pretendiendo perpetuar impunemente la autoridad de aterrorizar al que disienta.
Nada habría hoy que celebrar en la Cuba de este 3 de mayo en voz de la oficialidad incompetente e iracunda. El “día de la libertad de prensa” no se menciona, como no fuera al denunciar violaciones asestadas contra activistas ajenos, sus maltratos y vejaciones recibidas, pero siempre que sea con todo lo que ocurra fatalmente en otras regiones del sistema solar. Suponiendo que, en plan de reactivar el sano intercambio de profesionales de la inconexión, más la urgencia de hueras arcas nacionales, tuviésemos ya corresponsales permanentes de la Agencia Cubana de Noticias y Prensa Latina, en Marte.
Porque en Cubita, sol de batey, “aquí no pasa nada”.