El espíritu de la Cuba en diáspora

El destierro, la Cuba en diáspora, era y es un organismo vital de la nación cubana, una modalidad alternativa de cubanidad, continuadora y contribuyente, en muchos sentidos de la experiencia vital de la República criolla.
Torre de la libertad en Miami
 

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En término generales, los “cubanólogos” aceptaron el argumento marxista-castrista de que el Régimen Castrista era la síntesis de la historia de Cuba y que el exilio era un desprendimiento, una rémora del pasado, en vías de extinción mediante o una inexorable absorción cultural por los Estados Unidos o con la reintegración y colaboración con la Cuba “revolucionaria”.

Pocos se dieron cuenta de que el destierro, la Cuba en diáspora, era y es un organismo vital de la nación cubana, una realidad espiritual reflejada en símbolos actuantes en lo filosófico, lo político y lo económico, una modalidad alternativa de cubanidad, continuadora y contribuyente, en muchos sentidos de la experiencia vital de la República criolla.

Cada cierto número de años nos aseguran de que está al desaparecer el exilio, que sus valores ya se han transformado, que poco queda de su identidad ontologica-histórica. Resulta que siempre se sorprenden con los hechos: las elecciones, las iniciativas, el quehacer interminable por la democracia en Cuba, el número creciente de jóvenes intelectuales en la Isla que encuentran en el destierro las reservas de una auténtica, al decir de Don Fernando Ortiz, cubanía. 

Todo el que abandone la categoría del espíritu en el estudio de las ciencias sociales encontrará el mismo resultado: la incapacidad de explicar los fenómenos profundos de la realidad humana. No, Joseph Stalin y sus acólitos académicos, las instituciones de la autonomía nacional no son ni impotentes en el presente ni superfluas en el futuro. Trascienden cuando la verdad las anima.

Se asumió que las derrotas militares sufridas por la resistencia significaban su desaparición. Se aceptó el argumento de que los alzados en diferentes partes de Cuba eran “bandidos”, que los exiliados que persistían en el reto beligerante al régimen comunista eran terroristas. El objetivo de estas calificaciones era separar a los combatientes del medio social en que se desarrollaban, del apoyo popular que tenían, de los valores del cuerpo histórico en el que se movían.

 

No se apreció que la persistencia en ambas actividades mostraba niveles muchos más profundos de respaldo popular para el anticastrismo.  Reconocer esto significaba romper con la ortodoxia ideológica que matizaba un enfoque académico que aceptaba la definición de “pueblo” dada por el régimen, y que por tanto era excluyente.  En muchos casos la “cubanología” era poco científica. 

El pensar que el anhelo de libertades formales que habían matizado la identidad criolla en la isla de Cuba por dos siglos iba a desaparecer porque sus exponentes eran derrotados militarmente era suponer que este pensamiento republicano liberal era superficial y pasadero, no parte de la misma esencia de la nación cubana. Era también suponer que los valores universales discernidos por la civilización occidental que matizaban el anhelo libertario criollo serían rebasados por “la nueva civilización socialista”.

No se estudió la identidad de la resistencia cubana, del exilio, porque descartarla, minimizarla, ridiculizarla, ignorarla, era una sofisticada manera seudo-académica de colaborar con la consolidación ideológica del régimen comunista en Cuba. Se ignoró que los lazos establecidos entre los veteranos de esas batallas perdidas, de las conductas forjadas ante las mismas, consolidarían valores persistentes que delinearían la permanencia de una identidad cubana alternativa, es más, cuando para sorpresa de los “cubanologos” resurgió la resistencia en Cuba, estos solo se atrevían a validarla si la nueva disidencia cubana se mantenía distante del exilio, sintonizada con la narrativa histórica castrista, proponente de la ficción histórica totalitaria al efecto de que “todos los que se habían ido eran malos y los que se habían quedado eran buenos (en tanto y en cuanto no discreparan del Castrismo).

Era un complejo de culpabilidad que se le quería infligir al disidente, al desterrado. Era la aplicación del mecanismo del chivo expiatorio descrito por el gran psicólogo francés Rene Girad. El castrismo quería involucrar a todos en la destrucción de la sociedad republicana cubana, esta era la gran culpable de todos los males. Pero el chivo expiatorio rehusaba morirse. Peor aún, seguía luchando, y aún peor: el chivo expiatorio era indispensable para la supervivencia diaria del pueblo que permanecía en la isla.

¿Por qué penetró en la conciencia del pueblo esta falsa conciencia sobre su propia identidad? En gran medida porque una parte de la estructura académica occidental contribuyó a crear esta falsa conciencia.

La tenaz longevidad de la identidad republicana de la cubanía muestra muchas de las características de los proyectos alternativos de nación que florecieron en Europa Central y del Este después del derrumbe del comunismo soviético, o que encontramos en las características de la supervivencia exitosa de la República de China en Taiwán.

 

Nos incumbe analizar cuáles son estas características, que, desde el punto de vista filosófico, se manifiestan en la proyección de nacionalismos alternativos que sobreviven el control totalitario.

En primer lugar, el ser ontológico en cuestión, o el modo de ser nación desplazado del territorio nacional por el advenimiento del totalitarismo, decide continuar pensando en sí mismo como sujeto de la experiencia vital nacional de la que ha sido parte y que ha definido su identidad existencial. Es más, considera esta actividad de pensamiento sobre el ser nacional como una actividad de vínculo con ese ser, o con la esencia trascendente del mismo.

Rehusar adaptar su ejercicio de pensamiento a las categorías de una nueva doctrina que, de premisa, niega la continua vitalidad del sujeto ontológico. Este mantiene el ejercicio de su conciencia y re-descubre su libertad fundamental en la misma.

Como símbolo y representación de esta conciencia (reconocimiento del ser y de su lugar en el tiempo y espacio), el sujeto ontológico nacional-alternativo, actúa por sí mismo, en el contexto de las categorías normativas esenciales para su propia existencia aunque estas no correspondan a las correlacionales geográficas temporales que habita físicamente.

La acción política y cultural valida, una premisa metafísica: La existencia de un espíritu nacional no suprimido por la síntesis del materialismo dialéctico.

Eventualmente, esta acción autónoma del sujeto nacional alternativo encuentra o restablece conexión directa con las células de la sociedad civil activa que sobreviven en gestión propia a pesar de la asfixiante imposición del estado totalitario. La existencia de la diáspora en continua función nacional y de las células supervivientes de la sociedad civil son expresiones del principio de entelechia, primero identificado por Aristóteles.

Para Aristóteles la entelechia de una existencia es tanto su realidad completa como el poder de esa existencia-en-desarrollo para lograr la plenitud y la perfección”.

“Entelechia” … Hace referencia a cierto estado o tipo de existencia en el que una cosa esta trabajando activamente en sí misma… La entelechia es un trabajo activo hacia la consecución de un fin, intrínseco a la misma cosa”. 

La resistencia y el exilio constituyen también la manifestación de la nación obrando sobre sí misma para el logro en plenitud de sus libertades, simbolizado por la República. Es decir, los componentes de la nación siguen buscando la libertad de la misma por razón propia, aunque carezcan de un mando central. 

La acción esencial y primaria de resistir un poder estatal torcido parece ser orgánica. Este principio de entelechia ha sido observado, por ejemplo, por Karl Polanyi en su famosa obra “La Gran Transformación” por Gene Sharp en sus estudios sobre los núcleos de la resistencia civil, y por el historiador Orlando Figes en sus investigaciones sobre la revolución rusa.

 La presencia de la dinámica de la entelechia es un factor de esperanza para la restauración del derecho, sin embargo, su existencia de por sí no garantiza la victoria de las fuerzas democráticas. Esto depende de otros factores.

Escrito por Orlando Gutiérrez-Boronat

El Dr. Orlando Gutiérrez-Boronat nació en 1965 en La Habana, Cuba. Tiene un doctorado en Filosofía de Estudios Internacionales de la Universidad de Miami, junto con títulos de posgrado y licenciatura en Ciencias Políticas y Comunicaciones de la Universidad Internacional de Florida. Es portavoz de la Dirección Democrática de Cuba, profesor invitado en la Universidad de Georgetown y líder de la comunidad cubana en el exilio. Su familia emigró a los Estados Unidos desde Cuba en 1971 en busca de libertad. En 1990, cofundó la ONG cubanoamericana, Directorio Democratico Cubano, a favor de los derechos humanos y el cambio democrático en Cuba. En 2005, el Dr. Gutiérrez-Boronat lanzó Radio República, una estación de radio que ofrece noticias e información sin censura a los cubanos en la isla.

 

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