Hace dos meses yo era un cubano mal nacido por error. Un parto equivocado que podía ser peor que el enemigo que ataca a Cuba, según un mensaje poco feliz de Miguel Díaz-Canel, en sus entusiastas primeros tiempos usando las redes sociales.
Según ese desafortunado y levemente rabioso tuit, que sonó a ladrido de perro acorralado por las sombras, todos o casi todos los cubanos lo éramos. Hijos de un parto desacertado, de un alumbramiento (político) indeseable. De una peligrosidad de feto enfermo.
Por suerte, el presidente sí tiene quien le escriba, y cada día son más. Contrario a la soberbia de sus antecesores, Fidel y Raúl Castro, a quienes nadie se atrevía— o no tenían cómo hacerlo— a decirles nada de nada, el nuevo mandatario vive en otra era, una era de redes sociales y vías inmediatas para opinar, apoyar o rechazar cualquier acción o declaración pública.
Fueron cientos de usuarios en Twitter, quienes acusaron al gobernante de promover el odio y la intolerancia. Posiblemente mal nacidos por error, o gente honesta, quién sabe. La periodista independiente Yoani Sánchez fue de las primeras en repudiar, con firmeza, el denigrante mensaje con firmes palabras: “La parte de este tuit que refiere a los mal nacidos por error en Cuba es intolerable, ilegal y lo más parecido al fascismo que he leído en mucho tiempo. Debe retirar este texto cuanto antes, pedir disculpas y comprometerse a no usar ese lenguaje en el futuro. ¿Lo hará?”
Y el historiador Rafael Rojas, también denostado por el tuit, persona decente y mesurada, también dijo lo suyo: “Además de incorrecta gramaticalmente, la expresión mal nacidos por error en Cuba es indigna de un presidente de la República que, con independencia de cómo y quiénes lo hayan elegido, debe proponerse gobernar para todos los cubanos, vivan donde vivan y piensen como piensen”
No hubo respuesta alguna. No hubo disculpas ni intenciones de enmendar la página. Díaz-Canel se hizo lo que en Cuba, en buen lenguaje de bien y mal nacido, se dice “el chivo loco”, y dejó pasar eso, que según los más viejos, cura todos los males, el tiempo.
Y ahora, sonriente, abre un frasco de perfume diferente, un ramo de flores (¿azucenas? ¿gardenias? ¿nomeolvides o mariposas, que es la flor nacional?), y en un intento por hacer borrón y cuenta nueva, acaba de declarar que Cuba debe evitar el aislamiento internacional y acercar a la cada vez mayor emigración cubana con una política migratoria que sume, a pesar de las diferencias.
Y dijo más: "No podemos desconocer a los muchos cubanos que viven en el exterior orgullosos y nostálgicos de su patria".
Siempre he reconocido el derecho de los hombres a rectificar honestamente. Aplaudo a quienes aceptan sus errores y retiran las ofensas. En definitiva somos seres humanos aunque a algunos se crean más humanos que otros. Pero esas nuevas declaraciones me han tenido atormentado y confundido durante algunos días, en los que he pasado, de ser un “mal nacido” a renacer entre las cenizas del insulto, como un “nostálgico de mi patria”.
Pero ya no me tomo las cosas a la ligera. Antes tampoco, y por eso un día recogí las tres cosas que me importaban (un libro, un casette y unos viejos tenis) y volé lejos, decidido a rodar por el mundo para siempre, o por lo menos mientras existiera gente dictaminando mi destino y clasificando a los cubanos por lo que pensaban o sentían.
Fuimos, según Fidel Castro y sus seguidores: gusanos, vendepatrias, escoria, asalariados de la CIA, mercenarios y traidores, siempre traidores, por aquel simple y egocéntrico razonamiento de que “los que no están conmigo están contra mí”.
Por eso estas palabras me han hecho detenerme a dudar, a repensar, y hasta me dije a mí mismo: a lo mejor le creo. Pero el duendecito de la duda, después de haber sufrido tanto tiempo los cernidos en los coladores ideológicos, me hizo preguntarme: cuando dice “no podemos desconocer a los muchos cubanos que viven en el exterior”, ¿Estaré yo entre esos “muchos”? ¿Por qué en lugar de decir “muchos” no dijo “todos”? ¿Será que se refiere única y especialmente a los cubanos que estén orgullosos y tengan nostalgia patria? ¿Orgullosos de ser cubanos o de estar lejos? ¿A qué tipo de orgullo se refiere? ¿A los que nunca han criticado al “gobierno revolucionario”?...
No entiendo lo que dice Díaz-Canel. Me gustaría pensar que quiere abrir la isla a quienes la queremos, o sea, a los verdaderos inversores. Porque nadie puede negar que esos cubanos que viven (vivimos) en el exterior, orgullosos o no, nostálgicos o no, cargan sobre sus cuentas el mantenimiento de sus familias, sus recargas telefónicas, los envíos de artículos de primera necesidad, de alimentos, ropa y medicinas, pero que también son vilmente expoliados por los consulados cubanos en el exterior, que deben estar orgullosos de los precios que cobran por permisos y renovaciones, entradas y salidas y habilitaciones de un pasaporte que costea la permanencia de esos funcionarios en el exterior y de todos los dirigentes, hijos de dirigentes y personal intermedio de todas las organizaciones gubernamentales en el interior, desde Vice-ministros a Jefes de lote en la agricultura.
Y qué horror, muchos de ellos cree que los cubanos en el exterior no podemos estar orgullosos ni nostálgicos, porque somos la hez, lo peor, los aliados del enemigo y enemigos ellos mismos. El monto de las remesas es tan alto que supera al producto interno bruto del país varias veces, casi como que lo bruto interno es algo más que un producto.
Entonces, esperamos que aclare el presidente en funciones esos términos de “cubanos orgullosos y nostálgicos”, y para entendernos mejor puede ya desde ahora eliminar los permisos de todos los cubanos, para entrar o salir de su patria, y bajar los precios de las tarifas de los consulados y quitarles la potestad de seguir espulgando a los emigrantes y exiliados con la varita de “este no” y “este sí”, como si cada uno de ellos fuera un Dios colérico, o peor, un soldado rabioso en su trinchera.
Si en definitiva lo acaba de decir Díaz-Canel: "no tenemos que coincidir en todo, pero podemos sumarnos". Esperamos que ningún anciano recalcitrante o ningún generalote le rompa la calculadora.