Ahora que la gente gravita, dubitativamente, ante el dilema de llegar a perder vidas y/o ganar constancias sobre tales fragilidades (al cabo, única posesión absurdamente invalorada), nos asalta la duda inmemorial: ¿El compañero Darwin se equivocó? ¿No hubo selección de la especie sino como secuela del ejercicio humano de lo antinatural? ¿Habremos “pecado” en demasía?
Porque ya se sabrá, al final, si esta desgracia que nos acontece ha sido mero accidente biológico, mutante microscópica como muchos predecesores en innúmeras listas de la infatua academia, o fue otra filtración “prevista” por algún malsano “científico” (mi abuela decía que, si se moría uno, nos quedarían en resguardo cabrón otros 99 tíficos) quien perdiera la brújula sentando cátedra o lamiendo traseros. Como en cátedra nazi, qué obviedad.
Mas, en Cuba, esa ambigüedad asistémica que es el país, que destutana “sin quererlo” al moribundo de a pie, no es consecuencia directa de lo que ajenos cerebros generen, sino lo que evite generar la parca casta dirigente.
En su desidia habitual inapelable, sorprenden los desaciertos flagrantes ante “las medidas tomadas” … ¿debieron tomárselas con ron?
Mientras el palo va y viene, y hacen su digestión, se apela a las mil triquiñuelas para sortear al mangrino omnisciente (“enemigo imperialista” ha dicho Abel Prieto), que entra y sale, o ya está de visita en casa. O siempre estuvo, y ni nos dimos cuenta. Y todos con él, razón de sus existencias.
Y no solo es óbice el coronado bicho, ahora mismo, sino la tele y sus ditirambos, todo el tiempo del engaño sometido del que hablaba Roosevelt en respuesta soberana a Goebbels.
Tengo un amuleto en venta, repetido hasta la saciedad –por si a la sucia “sociedad” le sirviera el sayo— en forma de cartel; “Las visitas gusto dan, cuando se van”.
El asedio al que nos someten hoy con lenguaje rebuscado exacerba nuestras capacidades reales para resistir. Ha sido así, más o menos igual, a lo largo de la historia. Con la diferencia de que hoy se cuenta con mejor bagaje informativo y peor terquedad asimilativa.
Consecuencia, quizás, de la senilidad imperante que ya hace catarsis y crea memes.
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Mientras el mundo se desabastece de todo lo esencial, muy anormalmente, en la isla intermitente de estancos usualmente vacíos, no aparecen (y sí desaparecen) las mercancías que pudieran salvarnos.
Como no se divisan (ni en divisas) el jabón ni el detergente, perder un pulmón en la tarea de higienización constituirá poca ofrenda en este calvario diario del falaz sobrevivir, demediada o rampantemente, cuales vizcondes o barones del precoz fabulador Ítalo Calvino. (El escritor llevaba en sí suerte de premonición; apellidar la reforma en la nación más infecta).
La fábrica de cloro-sosa en Sagua la Grande (la gran productora, vanguardia del sindicato electroquímico, prohijada del itinerante comandante Ramiro Valdés Menéndez) tiene la misión suprema de desinfectar –y de paso liquidar— cuerpos extraños.
(No sabemos bien en cual clasificación caeremos).
¡Imaginen puestos cederistas y zonales para producir Interferón defensivamente!
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Si de encargar a la carrera en China –matriz milenaria del bien y del mal- montañas de preservativos de látex corporales se tratara no solo para “miembros” sabrosos, pues tal vez abundara otra esperanza. Y también tallas. (Vaya, pa´ comer y pa´ llevar).
Pues de vacunas urgentes y demás guberna-mentalidades zangandongas hechas públicas recién con el fin de retardar a la desesperanza, no hay noticia confirmada hasta el momento.
Las religiones típicamente escandalosas -excepto el falso comunismo-, siquiera han salido a musitar ensalmos, o anunciar otra “verdad” conflictual más que la venida cataléptica de temporales fini-quitantes previstos en la profusa anunciación de sus impresos sacramentos.
El cubano desprovisto ha corrido a avituallarse con lo que ha encontrado, parapetándose en casa –bohío- ante el dilema de si salir a por ello, o permanecer muriendo en vida. Amén de que no encuentre transportes.
(Mientras, la claque empoderada ostenta unas panzas lisas que son deriva de ciertas inflamaciones intestinas, y el acomodo brutal de sus coches).
Los precios, sin que hubiera pandemia, ya estaban disparados por las nubes, así que no valdrá la pena ni intentar narrarlos. Hemos arribado al clímax surrealista de los antiprecios, obra virtual del anticristo.
Ahora bien, queda el reducto de la solidaridad. No la que el estado laico –e hipócrita- blande a tutiplén para enternecer el alma del ciudadano noble y afectado, sino la que da el abrazo contaminante del vecino, del amigo. El beso tóxico de despedida al familiar que llevará consigo virosis presentes o por venir. Y será otra “victoria” contundente, el habernos quedado atrás.
Ante esa acojonante realidad, el cubano ni teme perderlo todo. No tiene nada de heroico o premeditado hacerlo, así que “pa´lante el carro hasta que toque fondo”. Y que suenen los tambores.
Resulta una expresión espontánea invocar, en tan breve estancia bajo este cielo, esta pertenencia a la tierra de gente pobre y noble en donde nacimos.
Si a los gobiernos mundiales les huelga que sus pueblos terminen diezmados, no habrá que echar la culpa a nadie más que a la especie misma que creó las herramientas equívocas para conseguir –sin proponérselo, solo a veces- alterar el orden de las normas que debieron respetarse.
La contaminación del mundo parece entonces “tarea de todos”. Como dice Díaz-Canel que habrá de pararse la propagación. Aun los que gimen en contra de que tal adversidad aconteciera, del modo brutal en que lo ha sido.
Nuestra islita no será ni es la excepción, por mucho que sus intrépidos gobernantes intenten semejar lo contrario. Haber ignorado los protocolos para la protección de su pueblo en el nombre de un sistema de salud adelantado y “eficiente” que fuera en el pasado innegable, constituirá el juicio final de lo que ya está aquí dentro. Gracias a la avaricia de sus personeros turísticos y la indiferencia proverbial de unos “triunfadores en la plaza sitiada”. Vergüenza contra dinero, clamaba Chibás.
De esta nueva hecatombe, magnífica, no habrá escapatoria. ¿O sí?