Eduardo Aguilar Fernández teme que la muerte lo sorprenda durmiendo. Tiene de 61 años y vive en 25 entre 52 y 54, municipio Playa, en un apartamento cuyo techo está a punto de desplomarse.
“Estoy recién operado de la columna por 3 hernias discales que padecí por muchos años; debo permanecer casi todo el tiempo acostado. Mi vida está en grave peligro, no por mi salud, sino por el techo… que suelta los pedazos a cada rato. Y si las autoridades no me ayudan, cualquier mañana me hallarán aplastado bajo los escombros”, cuenta el señor a ADN CUBA.
Eduardo cuenta que en 2013 la vivienda ubicada en los altos de su apartamento sufrió un derrumbe y sus ocupantes fueron trasladados a un albergue. La dirección municipal de la vivienda dictaminó que debía procederse a la demolición total del inmueble de los altos y reparar el techo de Eduardo, pero ese trabajo quedó sin terminar: la brigada de obreros que ejecutaba esa obra fue trasladada a otra parte.
“Ahí comencé un largo proceso de trámites en la dirección de la vivienda, para solicitar un subsidio que me ha robado muchos años de mi vida. Primero conseguir un dictamen técnico y luego la orden de apuntalamiento del techo; fueron muchos viajes con mis hernias discales a cuesta y el dolor que al caminar me doblaba. Considero que la burocracia me absorbió mis mejores años. Los otros, se los llevaron las misiones internacionalistas que cumplí en África y que al final no me sirvieron de nada”.
Aunque el techo no le ha caído encima, Eduardo considera que el derrumbe ya le asestó el primer golpe.
“Un trozo de concreto me hizo añicos los espejuelos. ¡Qué cabrona puntería, venir a caer justamente sobre ellos! ¡Con el trabajo que me costó conseguir ‘la graduación’, un año entero buscándolos por toda La Habana!”.
Hace unos días por fin le autorizaron el famoso subsidio, pero cuando sacó cuentas descubrió que la cifra de dinero asignada no cubría ni los materiales.
“El precio del cemento está por las nubes, ¡300 pesos cada bolsa! ¡Y el acero ni hablar! Concerté el precio de la mano de obra con un albañil amigo mío. Me dijo que por ser yo no me iba a clavar el puñal, pero el precio que pidió era mayor que subsidio”.
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Casos como el de Eduardo abundan en toda La Habana y en el resto del país. Por falta de mantenimiento y reparación de las viejas construcciones, el alto precio de los materiales y los bajos salarios, las viviendas se deterioran. El precio de la mano de obra escapa a las posibilidades de la mayoría de los cubanos.
Rafaela Chacón, de 65 años y residente en Palma Soriano, Santiago de Cuba, posee una de las peores viviendas de su zona. Cuenta que desde junio de 2015 el techo comenzó a resquebrajarse y las paredes a oscilar, como si fueran a desplomarse, y hoy, en 2019, todavía no ha podido arreglarlo.
“Mi hija se casó y se fue a vivir con el marido para Santiago. Me prometió ayudarme, pero tampoco puede hacer mucho porque la casa donde viven también necesitan repararla y lo que ganan apenas les alcanza para comer”.
Rafaela inició trámites para solicitar un subsidio al Estado, pero se cansó a mitad de camino.
“Muchos papeles, mucho peloteo, y en todas partes te pedían un ´regalito´. Los trámites demoraban una eternidad y los mandé a la porra. Si la casa me cae arriba ya saben quiénes son los responsables. Lo que más me jode de todo esto es lo que dicen en el periódico y en la televisión, que el Estado ayuda y protege a los más necesitados. Conozco a muchos que viven como yo en casas miserables y por allí no han pasado a verlos ni las auras”, comenta.
“Si vas monte adentro hallarás horrores peores que mi casa. Mi hermano vive en Ramón de Guarinao, en una choza más pobre que la de los indios que encontró Cristóbal Colón. Y el otro, el mayor, vive en La Tagua, en un bajareque con el piso de tierra. Tienen que agacharse para entrar. Cuando pasó el ciclón Sandy el gobierno les prometió sacarlos de allí, pero después se olvidaron, nunca más se preocuparon por ellos”.
Rafaela Chacón considera, que hay dos problemas en su vida que nunca tendrán solución: la vivienda en mal estado y la falta de agua.
“Yo creo que voy a morirme entre los escombros, cuando la casa me caiga arriba. Y lo peor, ¡sin bañarme! Porque el agua la ponen cada 25 días y si el derrumbe me coge fuera de ciclo, se van a dar tremendo gusto los gusanos”, comenta la señora.