Comenzar las clases en septiembre, ¡qué horror! Me angustia el solo hecho de entrar al patio de la escuela y mirar la esquinita donde se reúnen los pesados de siempre, los tipos duros, los que tienen más jevas que nadie. Me esperan para agredirme…
Así fue en la primaria, en la secundaria, en el pre. Cada nueva escuela era la posibilidad de pasar inadvertido; mas una posibilidad nula, al fin y al cabo, porque siempre, niñas y niños, descubrían no sé qué cosa en mí. Una supuesta fragilidad en mis modos que, al ser percibida, era como un salvoconducto para convertirme en víctima de sus atropellos y abusos.
Era torturante. Era insoportable. Dolía mucho.
Una vez en Tarará (estudiaba aún en la Primaria) un “compañerito” decidió tirar mis chancletas al techo de la casa donde nos hospedábamos. No podía decir nada a la maestra, pues quedaría como un delator. Vinieron mis padres el fin de semana de visita y mi mamá preguntó por mis chancletas: tuve que reconocer ante ellos lo sucedido.
La respuesta de mi papá no fue ayudarme a alcanzar las chancletas ni hablar de lo sucedido con la maestra, sino decirme: “Tú eres macho. Si no puedes partirle la cara al que te hizo eso, pues te quedas sin chancletas”. Así las cosas, siempre tuve claro que nadie vendría en mi ayuda.
Todos: maestros y maestras, mi familia, mi compañeros y compañeras de aula, me hicieron creer de manera indirecta que era mi culpa que abusaran de mí, porque yo no era de los que se fajaban, “yo no me daba a respetar” según los códigos machistas a la usanza.
El bullying en las escuelas cubanas fue y sigue siendo hoy sistemático, naturalizado, original, y profundo. Quienes piensan que en Cuba no existe el bullying por ser una palabrita en inglés y relativamente nueva en nuestro argot, necesitan más información, o simplemente abrir más los ojos.
“El bullying cae en la gente que se deprime demasiado rápido, la gente que son débiles de mente”, dicen muchas personas. Eso no solamente es falso, sino que con ello solo intentan rehuir a la responsabilidad que tienen, y contribuyen a la naturalización de semejante horror.
Hay quienes son abusados por el simple hecho de tener buenos resultados académicos, cuando la norma circundante es que las personas tengan bajas calificaciones, por ejemplo.
Comprendí entonces que el bullying es una herramienta que tienen muchas personas (menores y adultos) para defenderse de lo diferente, de lo que no pueden etiquetar, o de aquello que expone sus propias debilidades o carencias de algún modo.
Así, uno de los muchachos que más me humillaba en la secundaria, llamándome maricón frente a otros, ejercía además otro tipo de bullying contra mí, cuando no había público, mostrándome su pene erecto. ¿Cómo llegaba a la erección cuando me veía?
Ese caso en particular, lo confieso, no me traumatizaba en lo más mínimo, sino que me resultaba esencialmente injusto que alguien con inclinaciones homosexuales bien claras, me llamara maricón frente a otros.
Sin embargo, yo no sabía cómo salir de ese círculo de violencia e injusticia, que muchas veces sucedía frente a estudiantes, profesores y profesoras, quienes intentaban acallar la situación. Para el bullying homofóbico no había herramientas a mi disposición, nadie ayudaba.
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Recuerdo el tono burlón aquel profesor al que acudí cierta vez porque alguien en el aula había llenado de escupidas y gargajos mi mochila con libros y libretas. “¿Quién escupió la mochila de Isbel?”, decía bien alto e irónicamente, mientras por lo bajo se escuchaban las risas del resto de la clase. Yo quería que la tierra me tragara.
Así de crueles pueden ser las personas. Así lo son en 2019, y en eso está pensando alguien que se alista para recomenzar el curso en septiembre.
No es de extrañar que la edad promedio del abandono de estudios en Cuba se concentre alrededor de los 16 años, justo al culminar la enseñanza secundaria. Una investigación del Centro Nacional de Educación Sexual reportada por IPS señala que entre las deserciones la representación mayoritaria corresponde a las personas trans.
“Las burlas e insultos fueron las manifestaciones de acoso más frecuentes que rememoraron las personas encuestadas, seguidas por las amenazas, los maltratos físicos, ignorarles y robarles pertenencias”, dice el reportaje de IPS.
Pero en los preuniversitarios cubanos (internados o no) estas expresiones pueden llegar a ser también muy violentas, llevando a las personas a abandonar los estudios o incluso al suicidio.
Es por ello que resulta irritante y signo de muy poca profesionalidad, escuchar a especialistas del CENESEX decir en la TV cubana que la Resolución 139/2011 del Ministerio de Educación, que ordena la educación integral de la sexualidad “garantiza las escuelas sin homofobia ni transfobia”.
O peor aún, en la TV nacional apelar al principio constitucional de “igualdad y no discriminación” de la antigua Constitución como herramienta para enfrentar el bullying es casi una burla a quienes en ese momento sufren tal injusticia. No hay que ser jurista para saber que en Cuba no hay modo práctico de recurrir a la Constitución, la cual es violada sistemáticamente por el gobierno, sus instituciones, las instituciones privadas, y por ciudadanos y ciudadanas.
Lo cierto es que no hay regulación específica para abordar el tema del bullying, mucho menos el bullying homofóbico y transfóbico.
La falta de compromiso institucional con los derechos de niños y niñas en Cuba es significativa en este sentido, y contradice otros esfuerzos más o menos tangibles para garantizar una infancia si no feliz, al menos llevadera.
Si ya sabemos que apelar a la justicia de poco sirve en Cuba, pienso que apelar a quienes tienen o conocen a niños y niñas, es algo que podemos hacer de manera directa. No permitamos que nuestros hijos, sobrinas, vecinitos, sean unos abusadores.
Preguntémosles no solo si hicieron las tareas o si se portaron bien en clase, sino también sobre quiénes son las víctimas del aula, quiénes sufren el escarnio diario, a quienes humillan por su color de piel, por su talla corporal, por su acento, por su “feminidad” o “masculinidad”, por la marca de los zapatos que usa, a quiénes no llaman nunca para jugar o integrar los equipos deportivos.
Además de la violencia física y la ofensa, también la exclusión, la discriminación, y el paternalismo, pueden ser formas de abuso, que sufren nuestros niños y niñas a diario, en las escuelas cubanas.
Ya de adulto me he reencontrado con dos de mis más pérfidos abusadores de la niñez, en el reparto San Agustín. Ambos me abordan con alegría y cierta admiración hacia mí (no sé por qué). No parecen recordar sus macabros juegos. No les guardo rencor personalmente, pero ello no saca de mí aquella angustia de comenzar cada nuevo curso escolar, sabiendo que me esperaban en una esquina del patio de la escuela.