Luis Manuel Otero o cómo fabrican los “casos” en Cuba

¿Cómo se fabrican casos judiciales a quienes resultan incómodos al Gobierno cubano? La guía práctica para convertir, de manera sencilla, una persona en delincuente
 

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La historia de Luis Manuel Otero Alcántara podría fácilmente incluirse en un manual sobre cómo se fabrican casos judiciales a quienes resultan incómodos al Gobierno cubano. La guía práctica para convertir, de manera sencilla, una persona en delincuente. 

Cuba es un país totalitario que requiere del control y represión del pensamiento disidente para sostener su sistema. Pero al mismo tiempo, precisa disimular esa imagen ante una comunidad internacional de la que necesita económicamente para permanecer a flote. 

De ahí que la estrategia empleada sea juzgar por delitos comunes a opositores, activistas, periodistas, artistas y todo aquel que gane cierto protagonismo por sus cuestionamientos. 

En realidad, no es difícil. Para ello cuentan con un Código Penal que incluye figuras como el estado peligroso, la receptación (en un país que subsiste gracias al mercado negro), el desacato (para inhibir la crítica al poder) y sobre todo, un sistema judicial sin independencia, atado de manos y pies ante casos de naturaleza política, como han denunciado algunos de sus integrantes.

En ese contexto, todos somos delincuentes en potencia. Basta con estorbar y que alguien lo decida. Y Luis Manuel se ha convertido en un estorbo grande. Un artista que enfoca sus obras de manera cruda y directa hacia las zonas más álgidas de la realidad cubana.  Podría decirse que es una piedra en el zapato. Aunque para describirlo, resulta más precisa una expresión anglosajona: A pain in the ass.

Los consejos

La historia de Luis Manuel Otero, como “sujeto de atención” para la policía política cubana, tiene una proyección gradual. Eso es parte del manual. 

Por momentos, la presión supera el nivel correspondiente como para amedrentar con lo que vendrá después. Por momentos, baja las tensiones como para enseñar las ventajas de retirarse a tiempo. Las etapas son distinguibles, pero no lineales ni unívocas. 

A Luis Manuel al principio no le prestaron mucha atención o quizá le dieron cordel. Durante varios años instaló esculturas en espacios públicos y realizó performances cuestionadores como ¿Dónde está Mella?, el striptease realizado en la calle 23 titulado Bodas de papel-Unidos por la Wifi o Welcome to Yumas en la Bienal de La Habana del 2015. Algunos de ellos tuvieron intromisiones policiales, pero sin implicaciones mayores para el artista hasta ese momento. 

 

Este panorama de aparente tranquilidad cambió en 2016 cuando Otero y la curadora Yanelys Núñez decidieron inaugurar el Museo de la Disidencia en Cuba. El proyecto buscaba aunar bajo un mismo término personas, hechos y manifestaciones opuestas al poder en diferentes etapas históricas: Hatuey, Martí, Fidel Castro, Oswaldo Payá, todos en un mismo espacio y bajo un mismo concepto. La idea no gustó. El cuestionamiento de Luis Manuel a los símbolos empezaba a entrar en terreno vedado. 

Luis Manuel recibió una citación para la sede de la Asociación Cubana de Artistas y Artesanos, a la cual pertenecía. Una entrevista privada solicitada por el director de esa institución. Al llegar, lo esperaba la Seguridad del Estado. Primer encuentro de los muchos que vendrían. 

Estos topes transcurren bajo la lógica del policía bueno y el policía malo. Amenazas por un lado, “consejos” por el otro. Le hacen saber que tienen conocimiento de todas aquellas obras que le habían “dejado pasar”. Que podían acusarlo por tenencia de armas por la obra Chong Chong Gang de 2014, en la cual denunciaba la violencia a través de unas pistolas artesanales que luego serían donadas simbólicamente al pueblo de Palestina. A la vez, los agentes le ofrecen “ayuda”, le brindan sus números de teléfono.

Le dicen: “Nosotros no queremos perderte. Queremos tenerte del lado de acá, pero no te corras más para allá”, cuenta Luis Manuel en una entrevista publicada por Yucabyte.

Los consejos y llamadas de atención son el inicio del ciclo. El trabajo profiláctico, como les gusta llamarle. El objetivo de la Seguridad del Estado es suprimir o controlar las manifestaciones y comportamientos que pudieran poner en peligro el sostenimiento de ese sistema totalitario. Para ello, todo vale. Pero no es necesario poner la llama al máximo, cuando tal vez con solo hacer sentir el calor se obtenga el resultado deseado a un menor costo. El nivel de la llama dependerá de lo que exija cada material.

 
El hostigamiento

A pesar de los “consejos”, Luis Manuel continuó produciendo, con ideas cada vez más desafiantes y provocadoras. Una de ellas, la celebración de la #00Bienal de la Habana, una muestra de arte independiente ideada a raíz de que las instituciones oficiales pospusieran la XIII edición de este evento. 

El día que pensaba realizar la conferencia de prensa, la policía realizó un registro en su casa y se lo llevó detenido por tener allí unos sacos de cemento “sin papeles”. Esa fue su primera detención y le costó tres días en un calabozo. Comenzaba a subir la llama. 

Desde ese momento la Seguridad del Estado le enseñó a Luis Manuel cuál sería el próximo nivel si persistía con su arte incómodo. Fue acusado de receptación, un delito que el Código Penal cubano sanciona hasta con un año de cárcel. Finalmente, la acusación fue desestimada pues, según cuenta Yanelys Núñez, la tía de Otero mostró la documentación que probaba la tenencia legal del cemento. 

Desde ese noviembre del 2017 hasta el día de hoy, han sido 22 las detenciones arbitrarias. Algunas han durado horas; otras, días. Incluyen uso de la fuerza y violencia. En varios casos han sido secuestros, levantado en plena calle sin informar hacia donde lo trasladan. Según la organización jurídica independiente Cubalex, se han presentado al menos seis Hábeas Corpus a su favor y el Tribunal Provincial de La Habana solo ha respondido a dos, declarándolos sin recurso. 

Desde entonces, cada obra de Luis Manuel o participación en eventos, ha venido acompañada prácticamente de una detención. Y a cada acción arbitraria del Gobierno cubano, Otero ha respondido con arte. Con su arte. 

Decreto 349. Performance con excrementos frente al Capitolio; sentada frente al Ministerio de Cultura. 

Detención de los raperos Maykel Osorbo y Pupito en Sy. Meditación pública en G y 23

Ley de Símbolos. Performances Drapeau y ¿Que la patria os contempla orgullosa? 

Desidia gubernamental ante la muerte de tres niñas en un derrumbe. Se pasea por las calles de la Habana con un casco de construcción. 

Detención. Secuestro. Detención. Calabozo. Incluso, a veces sin saber a ciencia cierta por qué. Presiones a amigos y familiares. Amenazas por teléfono. Chantajes. Decomiso de materiales. Fusilamiento de reputación en redes sociales y medios oficiales. Meses, años en esa angustia. Una prueba de resistencia. 

Uno de los objetivos de este hostigamiento es rendir por cansancio o por miedo. Colgar los guantes, irse del país. Cuando viajó fuera de Cuba a presentar su obra no le impidieron salir en el aeropuerto. Quizá esperaban librarse de él, pero regresó. No les funcionó una estrategia que ha sido efectiva con muchos otros. Más adelante, incluirán en su lista de castigos la condición de “regulado”. Preso dentro de la Isla. 

En vez de flaquear, Luis Manuel se envalentona. Y lo peor, es que no está solo. Con el Movimiento San Isidro, surgido al calor de la lucha contra el 349, ha conseguido refuerzos. Su obra artística ha llamado la atención a nivel internacional, llegando a circuitos mainstream como el Centro Pompidou. Las redes sociales se activan con cada detención arbitraria. Varios medios de comunicación independientes le dedican perfiles. Mucha gente lo quiere. 

Hora de pasar al siguiente nivel

 
Criminalización

Una serie de performances que tenían como centro el cuestionamiento al uso de los símbolos patrios y los nacionalismos fue la excusa perfecta para llevar la represión a Luis Manuel Otero a una fase superior: procesarlo penalmente. Sacarlo de la calle no por unas horas ni por cuatro días, sino por mucho más tiempo. Extirparlo de la vida pública y llevarlo a un lugar con menos visibilidad donde continuar el hasta ahora infructuoso proceso de doma. 

El 13 de septiembre de 2019 fue acusado de ultraje a los símbolos patrios, un delito que el Código Penal cubano sanciona hasta con un año de privación de libertad.  Además, se le añadió la figura de desacato agravado por ofensas a altas autoridades del país, aunque luego será desechada. Cárcel por cuestionar desde el arte, por caminar con una bandera sobre los hombros, ir al baño, nadar, usarla como prenda. 

Sin embargo, a pesar de que la posibilidad de sufrir prisión se hacía cada vez más palpable, Luis Manuel continuó con su arte y actitud contestatarios. 

En los últimos meses se ha deteriorado considerablemente la situación económica del país, ha crecido el activismo ciudadano dentro y fuera de Cuba y el Gobierno ha mostrado evidentes señales de preocupación que se han traducido en una escalada represiva, sin precedentes en la última década. 

Un líder opositor de alto perfil ha sido llevado a juicio, un periodista independiente cumple un año de prisión y Luis Manuel Otero se pinta como el chivo expiatorio perfecto para completar una tríada ejemplarizante para varios de los sectores más activos de la sociedad civil cubana. 

El día en que fue convocada una besada por la comunidad LGBT+ para protestar por la censura de un beso entre dos hombres en televisión, Luis Manuel Otero es detenido cuando sale de su casa con su novia Claudia Genlui a comprar comida. Mientras lo montan a la patrulla, ella graba con el celular. Un oficial de la Seguridad intenta quitarle el móvil. Se resiste. La lanzan al suelo y golpean. Desde el auto y esposado, Luis Manuel forcejea en vano para intentar defenderla. 

Miembros del Movimiento San Isidro fueron al día siguiente a la Dirección Nacional de la Policía Nacional Revolucionaria y allí les informaron que estaba acusado de “daños a la propiedad” y que sería sometido a un “juicio sumario abreviado” en el que podría obtener una condena de entre dos y cinco años de privación de libertad. 

Hoy, Luis Manuel ya está preso. En la cárcel de Valle Grande. Le han rapado la cabeza, le han puesto un uniforme. En pocos días seguramente será sentenciado en un proceso sumario. No como artista, sino como el tipo que provocó daños a la propiedad. Los daños que puede provocar un tipo esposado y custodiado dentro de una patrulla. Daños a la propiedad de la policía. La misma policía que lleva años acosándolo y provocando que algo así sucediera. 

Cualquiera que siga la línea de las detenciones de Luis Manuel verá claramente cuál es su verdadero delito y por qué le resulta incómodo a la cúpula de poder en Cuba. No quieren que piense. No quieren que cree. No quieren que muestre. No quieren que contagie. No quieren que exista. No quieren que sea.

Luis Manuel Otero no es un delincuente. Es un hombre que piensa, un artista que cuestiona y que actúa, en un país donde pensar, cuestionar y actuar, de manera simultánea, constituye un delito. Quizá el peor de todos los delitos. 

 

 

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