La inmunidad del optimismo cubano

Por suerte los cubanos somos una raza impura, que no nos entra nada, además, ¿qué virus puede entrar al infierno?, comenta un entrevistado
La inmunidad del optimismo cubano
 

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María Isabel quedó varada en una playa de España. La cuarentena impidió su regreso a Madrid y el paisaje de mar se le ha vuelto feo por recurrente.

Su hija Sira está igual, cansada de hacer malabares para entretener a los críos; observa con angustia desde su encierro en su apartamento en Hortaleza, la vista que en otros tiempos era hormigueo de público, ahora un callejón desierto con peligro de muerte.

En Italia la situación es peor, con récord de fallecidos en un día (793); en otros países también reina el caos, en Cuba se respira todavía con menos temor, aunque el fantasma del aislamiento comienza a tomar cuerpo en la conciencia colectiva.

Joaquín Vázquez Bustamante, natural de Jaimanitas, es un joven vendedor callejero con varios títulos académicos guardados bajo el colchón, y un optimista elevado a la máxima potencia. Señala que cuando se pensó que el periodo especial acabaría con el régimen comunista, otro visitante irrumpió y puso a la crisis en un segundo plano.

Ahora lo importante es la vida. Por suerte los cubanos somos una raza impura, que no nos entra nada, además, ¿qué virus puede entrar al infierno? Aquí el covid-19 se encontró a la tribu; es cierto que hay casos venidos de afuera con el virus, pero el sistema de salud que tenemos no permitirá que se reproduzca y nosotros tampoco le daremos tregua”.

Luis Fong, vecino de Romerillo, en el municipio Playa, expone su preocupación de que en la calle mucha gente no tiene conciencia de la tragedia. “El apuro económico los mantiene activos, en la guerra sin fin de la supervivencia. También la idiosincrasia, ese espíritu infinito de fiesta, que pone en peligro la posibilidad de contagio”.

Miriam, madre de dos niñas en edad escolar, se queja que el gobierno no ha cerrado las escuelas. “Pienso aislarme por cuenta propia. A partir del lunes mis hijas no van más a la escuela. En mi casa decidimos tomar el asunto en serio y tratar de no infestarnos. En las redes inicié una campaña para que cerraran las fronteras, lo logramos. Ahora vamos por el cierre de las escuelas y después aislarnos”.

Nayla, del reparto Flores y madre de Aarón que está en tercer grado, no entiende una decisión tomada en la escuela.

“La directora prohibió los nasobucos, dijo que son medios de protección que requieren de una atención especial, cambiarlo cada tres horas, lavarlos y plancharlos. Puestos todo el día puede provocar una infección al alumno que nada tenga que ver con el Coronavirus. No entiendo eso, si en todo el mundo la gente lo lleva”.

En las calles, en las plazas, en las aglomeraciones de la cola del pollo, se ve a la gente besándose, abrazándose, bebiendo de la misma botella, a veces a pico por la falta de vasos. Algunos, como el charro, fanático a los filmes de terror, ven la tragedia mundial del coronavirus como una película.

“Ayer compré una botella de ron, freí chicharrones y me senté a echarme la película del crucero infestado y el traslado de los ingleses hasta los aviones. Estuvo buena”.

Otro que siguió en detalles la evacuación del crucero británico fue Armando, el manisero. Considera positiva la valentía mostrada por el gobierno y el ministerio de salud, al recibir en territorio nacional y pasear en ómnibus por la ciudad hasta el aeropuerto, a los contagiados con el coronavirus.

Las redes sociales informan minuto a minuto el desarrollo de la pandemia y crecen los llamados a la iniciativa popular y a la cordura, armas imprescindibles en este momento crítico de la historia del hombre, donde quedó al desnudo su flaqueza.

 

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