Auto licenciarse, inventar para dejar lo militar

Evaristo Pons encontró un mecanismo especial para zafarse de la retención de lo militar en Cuba: el autolicenciamiento, consistente en engañar a tus superiores con una "orden de arriba" que sugiere tu marcha. Sin embargo, inventar parece no le saldrá tan bien esta vez, porque resulta que en Cuba hay también submarinos
Pons sirvió en una unidad de tanques
 

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Recientemente fue citado para actualizar su ubicación en el sistema nacional de defensa un civil que en su juventud fue militar, pero por la amarga experiencia que vivió había jurado no volver nunca más a esa vida. 

Se llama Evaristo Pons, de 50 años y vecino del callejón de Jaimanitas. En 1980 se graduó en La Habana en una escuela de Química, pero tuvo que brindar primero dos años de servicio social en unidades militares, como teniente de retaguardia. Con 16 años Pons fue el más joven de todos los oficiales del ejército. 

Impartía las clases políticas a los oficiales en los círculos de estudio, era profesor de tiro y jefe de armamento, era el secretario general de la unión de juventud comunista, y además mandaba sobre varias secciones en aquella unidad de tanques. Al cumplir los dos años de servicio social la jefatura no quiso licenciarlo.  

“Piénsalo bien”, le decía el político. “Con tu juventud y tu capacidad puedes llegar a general”. 

“Quiero trabajar en lo que estudié”, le decía Pons. “En un laboratorio, con los compuestos químicos”.

Pero tenía que seguir cumpliendo órdenes y dos años se convirtieron en cinco, luego en siete, mientras Pons continuaba soñando con el momento de dejar el uniforme.  

“Querían sacarme el máximo, que cubriera muchos frentes, hasta que un día me cansé y me autolicencié. Yo lo llamo: Licenciado por cuenta propia. Fue fácil. Desde un teléfono de la calle llamé al oficial de guardia de mi unidad y como conocía los códigos y las contraseñas les dicté un telefonema: De parte de Leopardo (ese era el indicativo del Estado Mayor General), por orden del ministro de las FAR, queda licenciado del servicio activo y pasa a la reserva el teniente Evaristo Pons Hidalgo y como estímulo a su desempeño sea ascendido al grado superior y otorgada la medalla de Servicio Distinguido. Corto y fuera”.

La unidad organizó una fiesta de despedida y el político leyó un comunicado. Todos los oficiales le debían mucho a Pons. Cuando llegó a la unidad la sección de Cuadros era un desastre. Pons la reorganizó.

Ascendió al grado superior a todos los oficiales que tenían retraso y otorgó medallas y distinciones por años de servicio o por conmemoraciones de fechas históricas. En la fiesta llovieron los apretones de manos, los abrazos. Pons se preguntaba qué le harían si descubrían que todo era una farsa.

El caso prescribió en el tiempo. Ahora, después de 30 años, lo cita el comité militar bajo la probabilidad de ser llamado otra vez a filas. Su expediente se ha extraviado, no saben quién es. Le piden su grado y su preparación profesional para ubicarlo en una unidad militar, para cuando venga la guerra. Ante la posibilidad de nuevamente ser pasto de guardias, Pons se aterra. 

Quiere zafarse. Se inventa un grado y un cargo extravagante para ver si desisten, teniente coronel navegador de submarinos, creyendo que en Cuba no los hay y así lo dejan en paz. Pero resulta vano su ardid; peor, lo complica, porque el mayor que lo atiende le comunica que hay un submarino desplegado en la base naval de Cienfuegos y precisamente necesitan un primer oficial para el cargo. Anota en un registro los datos de su carnet de identidad y le informa que debe mantenerse localizable dentro del sistema de aviso.

“Desde ese día no duermo. Tengo apagado el teléfono y la casa cerrada. Estoy buscando permuta. No sé para qué me puse a inventar tanto. Hubiese sido mejor que me ubicaran en una brigada de producción y defensa, cuidando canteros y regando plantas”.

 

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