Cuba, una fábrica de oficios surrealistas

Los cubanos empujados por la pobreza en la isla, hacen casi cualquier cosa. Pero no existen actualmente oficios más surrealistas, que dos que han aparecido recientemente: el de Presidente de la República y el del Primer Ministro en dictadura
Mecánico de Fosforera. Foto: Francisco Correa para ADN Cuba
 

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Mucha gente en el mundo cae en la propaganda del régimen, que pinta a Cuba como un lugar “de maravilla”. Si algo de eso es cierto, se debe al surrealismo que se encuentra en la isla y escapa a veces a la cordura del raciocinio. Los cubanos empujados por la pobreza en la isla, hacen casi cualquier cosa.

Recuerdo que en uno de mis viajes a Madrid, después de clases, visité un bar y le agradecí por el fuego a un dependiente. Vi que la fosforera tenía cierto desperfecto y le conté que en Cuba existían “mecánicos de fosforeras”. Se echó a reír. Poco faltó para que me llamara embustero. El hombre era natural de Murcia y llevaba mucho tiempo viviendo en la capital de España. No podía creer que fuera un oficio eso de sentarse por horas en un banco a arreglar fosforeras.

Le conté que los mecánicos de fosforeras eran comunes en todos los pueblos de Cuba y se contaban por miles el número de personas que lo ejercían. Incluso el Estado lo considera un oficio por cuenta propia autorizado. Brindan servicio de llenado de gas, cambio de piedra, reparación de rondana, sustitución de válvula, de casquillo, de muelle, y el subido de llama.

“¡Ostias, que cuando se me pira el encendedor lo tiro…! En cambio, ustedes ¿los reparan?” –ironizó el dependiente.

Que le pregunte al reparador de fosforeras de la calle Colón, que se llama Virgilio y se considera fundador del curioso gremio. Cuenta que fue en el periodo especial cuando se disparó el mecánico de fosforeras como un servicio indispensable para el pueblo. Pero esa ocupación comenzó cuando entraron las primeras fosforeras a Cuba, con la llamada comunidad de familiares exiliados en Estados Unidos, que el régimen les permitió visitar a sus familiares en la isla, a finales de los setenta.

“Yo jamás había visto una fosforera hasta que en 1983 una rusa allá en Guantánamo, que era mujer de un asesor militar soviético en la brigada fronteriza, tenía un negocio de trapicheo en su casa y vendía mucha bisutería barata y bebidas buenas, como vodka y coñac, también fosforeras, que era una rareza en aquel tiempo y la gente en la calle las volaba”, cuenta Virgilio.

“A través de esa rusa me hice de una Clíper, que me duró veinte años hasta que la perdí en un descuido en el rio, ahora tengo esta”, dice y muestra un encendedor de neblina de llama, muy vistoso.

“Hoy en día las fosforeras que están saliendo a la venta no duran como las Clíper, a la semana ya están dando bateo, hay que rellenarle el gas y ponerle piedra. Como en muchos casos se utilizan para encender el fogón, la rondana se llena de grasa y de partículas que impiden su buen funcionamiento. Hay que limpiarlas”.

Otro arreglador de fosforeras es Luis “El bate”, que vive en Jaimanitas y da servicio a domicilio pregonando por la calle. Siempre halla clientes.

“Incluso he llegado al mediodía a una casa y me han invitado a almorzar, lo que me ahorra la pizza del día. Estoy dando mi número de teléfono en una tarjetica, para que puedan llamarme y solicitar el servicio”.

 

El cambiador de monedas

No solo el mecánico de fosforeras es un oficio autóctono de los cubanos, en medio de una crisis interminable que los obliga a convertirse en individuos recursivos, como medio de paliarla. Existe otros raros, como el cambiador de “menudo”, que generalmente son viejitos que se sientan en las paradas de los ómnibus, con un pomo lleno de pesetas sobre las piernas y dan cambio a los pasajeros.

Por un peso devuelven ochenta centavos, ganan veinte y facilitan al pasajero dos viajes. Por lo general, el cliente agradece la oportunidad de no perder el peso completo en un solo viaje, al dejarlo en la alcancía.

“Nosotros brindamos un servicio elemental”, confiesa la anciana Leovigilda, cambiadora de menudo de la parada cabecera del P1, en el paradero de Playa. Ella no puede trabajar desde marzo, cuando declararon a Cuba en cuarentena por la pandemia del coronavirus y se detuvo el transporte, para luego reaparecer intermitentemente.

“Garantizamos dos viajes a la gente, parecerá un negocio de quilos y es cierto, y quizás en otros países pudiera considerarse ridículo, pero pregúntele a quien tiene que coger todos los días dos guaguas para ir al trabajo, ida y vuelta, y a la gente que no para en sus constantes gestiones para sobrevivir, pregúntele si no le sirve”.


Otras ocupaciones añaden al surrealismo de la isla un toque variado. Están los “cacharreros”, como le dicen a los reparadores de computadoras viejas en los pueblos; corcheros (pescadores de embarcaciones rústicas); calandraqueros (quienes recogen carnada de peces); buzos del limpio, que son los que se sumergen en las playas en busca de las prendas y el dinero que pierden los bañistas; recicladores de materia prima; raspadores o limpiadores de calderos ennegrecidos; y los compradores de oro y plata a domicilio.

Pero según el anciano Crispín, auto titulado filósofo popular y protector de Jaimanitas, no existen en Cuba actualmente oficios más surrealistas, que dos que han aparecido recientemente.

“Son el cargo de Presidente de la República y el del Primer Ministro. Para mí, esos son los más surrealistas de Cuba. ¿Presidente? ¿De cuál república? ¿Y primer ministro de qué?”.

 

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